En pleno frenesí triunfalista,
con el anuncio de la construcción del nuevo Aeropuerto Internacional de la
Ciudad de México, que parece la secuencia de la “Ley de Herodes”, es el momento
en que Juan Vargas “varguitas” (Demian Alcázar) hace saber a los comensales que
“por fin la luz llegará a San Pedro de los Saguaros” y ante la víspera de la
celebración de la “dependencia” nacional el próximo 15 de septiembre, parece
que se le aflojo la boca al “paisano” Peña Nieto, y en un intento por soslayar
un rasgo propio de su naturaleza personal, calificó a la corrupción como un
asunto cultural: la pregunta es ¿qué debemos entender por corrupción?
No basta acudir a la definición
escueta que según la Real Academia Española de la Lengua corrupción es “… la
práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en
provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. Que el presidente
priista de México defina a la corrupción como un “tema cultural”, no sólo da,
de manera subliminal, luz verde cualquier acto de corrupción. El “gap” con que
tropieza EPN (error mercadotécnico) va más allá: los consiente, los explica y
hasta los justifica: de la “Solución somos todos” en tiempos de JLP, a la “Corrupción
somos todos” en el imaginario de esta bestia política.
¿Tema cultural o significa arropar
a los corruptos? ¿Entonces Montiel, Marín, Moreira, y la misma Gordillo son
“asuntos culturales”? Sin un script, un story board que le indique que decir,
sin el teleprompter metido en el auricular (gulp), Enrique Peña Nieto ha
cometido un muy grave error, en el que se “amacha” a sabiendas del limbo en que
navega la impunidad. La frase de Peña Nieto tiene fondo:
Entre más corrupto, más impune. Y entre más impune, más aplaudido. Metamorfosis
de las huestes del PRI que de PRImates se convierten en focas aplaudidoras,
luego son perros con dientes filosos, o falderillos, son gatos o cerdos…
Por eso es que la lucha contra la
corrupción ha sido infructuosa hasta cuando el Estado ha querido perseguirla,
cuestión que no es muy común. Ejemplos de líderes sindicales, políticos,
autoridades y familiares con patrimonios inexplicables sobran en este país. El
Estado, gracias a un sistema legal y judicial complejo, formalista y arcaico,
provoca que el más mínimo error procesal proteja al corrupto. Casos así hay
miles, literalmente. El caso más reciente es el de Napoleón Gómez Urrutia, el
líder de los mineros (Secretario General del Sindicato Nacional de Trabajadores
Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana), el junior que
hereda el emporio de su Padre, Napoleón Gómez Sada, quien a su vez se mantuvo
al frente del mismo gremio por 40 años. Napito, hijo de Napo, se convirtió en
un usurpador del Sindicato minero y en consecuencia, actuó como tal: persiguió
y se deshizo de todos los que impugnaron su autonombramiento, por ser
hereditario, educado en el Tec de Monterrey, con posgrado en Oxford Inglaterra,
por vestir como propietario de minas y no como trabajador minero, nunca cotizó
en el IMSS ni se registró como trabajador. Su nombramiento lo justifico él
mismo diciendo que “entre los empresarios se heredan las empresas y nadie dice
nada, porque son dueños, aquí, los dueños son los trabajadores y ellos me
eligieron por unanimidad”
Napito fue moralmente
“apadrinado” por Ernesto Zedillo en mayo de 2000. Exiliado desde hace seis años
luego de que el gobierno de Vicente Fox primero, y el de Felipe Calderón
después, lo acusaron de diferentes delitos, el principal de ellos, haber
recibido dinero del Grupo Industrial Minera México, por la privatización de las
Minas de Cananea y Mexicana de Cobre, de quedarse con 55 millones de dólares
que pertenecen a los trabajadores de esa
empresa, la que ahoga en estos días, con contaminantes tóxicos al estado
norteño. Acusado particularmente en una querella judicial por el entonces
Secretario del Trabajo y ahora Senador de la república, el inmoral Javier
Lozano, el dirigente minero huyó a Canadá, país con el que México no mantiene
tratados de extradición y sede natural de las empresas mineras más importantes
encargadas de explotar el subsuelo mexicano. Quizás la pregunta correctamente
formulada es ¿Qué es más grave y dañino para una comunidad, un estado, una
nación: la corrupción económica, la de los dineros? ¿O la corrupción política,
la de los principios? ¿Quién genera mayor daño total y sumado: Javier Lozano o
Napito, Peña Nieto o Elba Esther Gordillo, Arturo Montiel o la “Tuta”?
Si nuestros legisladores quisieran
atender la corrupción en serio, deberían empezar por modificar las leyes, el
sistema de rendición de cuentas y los juicios para que los jueces juzguen y no
sean sólo tramitadores de justicia. Así, un sistema transparente debería
explicar el patrimonio de un político que se ha dedicado a eso toda su vida,
mediante sumas y restas. Si sobra, debe haber una explicación como una herencia
o un negocio y si tiene una lógica no pasa nada. Si sobra y no se puede
explicar, entonces hay un enriquecimiento inexplicable (o muy explicable) que
deberá ser castigado con cárcel y punto.
El otro punto fundamental de
lucha contra la corrupción está del lado de la sociedad. La sociedad mexicana
acepta la corrupción y a los corruptos con muchísima naturalidad. Si alguien
pregunta algo sobre un patrimonio importante y recibe como respuesta que el
dueño es diputado, hijo de gobernador o delegado se acepta como buena y sin un
juicio social. Los corruptos viven entre nosotros, las escuelas aceptan a sus
hijos, la sociedad los invita a sus fiestas y acepta asociarse en negocios.
Esta es la verdadera tragedia nacional. Es aceptar y participar en lo que se
debería repudiar como principio, con todas las fuerzas de la razón de la ética.
Por el contrario, se celebra, se admira y se imita, por supuesto.
Es urgente atacar estereotipos
sociales reales que se reproducen en el comportamiento de los niños y que son
avalados por los padres y sus madres también. Eso se ve todos los días, padres
permitiendo que sus hijos se metan en las filas, se lleven cosas de los hoteles
o que no devuelvan objetos que se encuentran y no les pertenecen. Madres que
dejan que sus hijos tiren basura, desordenen, rompan, sin educación, sin saber,
sin guía…
En México se padece una crisis de
ética colectiva que además está limitada al territorio nacional, porque
cruzando la frontera norte se quita, mágicamente, desaparece la pésima
educación, y entonces se adopta una admiración por el “estado de derecho”
gringo, donde se cruza por las esquinas, se tiene que traer licencia –mi ID
rezan los “pochos”-, se respetan los semáforos: nuestra hipocresía es parte
fundamental de la corrupción.
Veamos entonces una buena
síntesis del fenómeno de la corrupción. Es el cáncer de la corrupción,
elaborada a partir de diferentes textos y opiniones calificadas en esta
materia, no sin antes subrayar que la corrupción es degeneración, perversión,
destruye, es incesante, avanza, soborna, revienta y se adapta a los cambios y
medidas.
1. Yo creo que la corrupción
nació con México. Tiene largas raíces en nuestra cultura, pero no más de dos
siglos y lleva como apellido paterno Iturbide y materno Santa Anna. No son
episodios aislados ni excepcionales, sino que forman parte de nuestras relaciones
cotidianas. La cultura es el resultado de una larga cadena de acontecimientos,
percepciones e información que no existían ni entre las civilizaciones
prehispánicas, ni tampoco fue una práctica que vino con los Conquistadores
españoles.
2. La aceptación y la reproducción de los actos
de corrupción son, en principio, resultado de la impunidad. Las leyes
encarnadas en las autoridades responsables de su cumplimiento se vuelven
negociables y casuísticas: no se aplican de manera universal, sino que su
eficacia depende de las circunstancias y de los individuos
3.- La primera causa de esa
relación es la captura de los puestos destinados a servir a los ciudadanos. La
clase política es una élite formada por alianzas, lealtades e intercambios
entre grupos que buscan el poder. Los procesos electorales constituyen una
competencia basada en la reproducción a gran escala de alianzas y favores.
4. Una vez que se reparten los
puestos sometidos al veredicto de las urnas, se verifica enseguida el llamado
sistema de botín: la distribución más o menos libre de los puestos de
designación que corresponden a cada cargo ganado en la elección. El poder
burocrático se mide, en principio, por el número de puestos que se pueden. Pero
la razón mayor para tener un puesto de designación en la burocracia de México,
no es el ascenso ganado en una carrera profesional acreditada, sino la buena
voluntad del poderoso en turno.
5. Una vez que se obtienen los
puestos de elección y se distribuyen los de designación, los funcionarios
públicos emplean los medios que tienen a su alcance para permanecer entre la
élite política. El medio más inmediato que tienen a su alcance para colmar ese
propósito es el presupuesto público: El presupuesto es, antes que otra cosa, un
instrumento de poder.
6. Los procedimientos a través de
los cuales se toman decisiones en las administraciones públicas son
generalmente abigarrados, oscuros y confusos y se sabe que la discrecionalidad
es enemiga de la honestidad, de tal suerte que normalmente sucede que el
funcionario más honesto no es quien fija sus programas en función de los
problemas públicos que ha de solucionar… sino quien consigue mostrar que ha
cumplido los procedimientos burocráticos correctos. El corrupto es, en cambio,
quien comete errores de procedimiento, el que falla en los trámites
burocráticos.
7. Los focos rojos de la
corrupción se localizan en los siguientes cinco ámbitos de la gestión: 1) en el
reparto de los puestos de designación y el usufructo de sus beneficios; 2) en
la asignación de contratos de obras públicas o de compras gubernamentales –que
simulan, sin embargo, seguir procedimientos de licitación formalmente
impecables–; 3) en los actos de autoridad que se manifiestan a través del
otorgamiento de concesiones, licencias o permisos de toda índole –desde
fraccionamientos hasta la apertura o la operación de negocios informales–; 4)
en la transferencia de recursos públicos a través de subsidios o programas de
asistencia: la lista de porquerías es gigantesca y crece todos los días:
estufas, lentes, tablets, cemento, fertilizante…; y 5) en la administración
pública de “ventanilla”, incluyendo los que dicen ofrecer seguridad o procurar
y administrar justicia.
8. Todos los actos de un Estado corrupto, nacen
corruptos y solo sirven para proteger, “son tapaderas” de la corrupción: casos
como los de transparencia ha sido favorable para encontrar y denunciar abusos y
producir escándalos. Pero también puede ser una coartada para la corrupción
sistémica: transparencia focalizada e interactiva con usuarios calculados y
mucha propaganda, a cambio de mantener intactos los procesos que originan y
reproducen los abusos de poder para provecho propio.
9. La corrupción abre puertas
favorables a la entrada y el ensanchamiento de los poderes fácticos. No sólo el
crimen organizado sino los empresarios depredadores de cualquier naturaleza,
pueden situar aliados a través de las candidaturas: es la iglesia católica,
medios de comunicación, son los narcos, son las dinastías pueblerinas
arraigadas en décadas de poder, son las trasnacionales, la mafia colombiana, el
grupo Atlacomulco…
10. La corrupción es un
comportamiento indebido, es deshonra, es lo más alejado de la vida política, se
aprende y se “mama”. Un mal de esta naturaleza solo cede si se extirpa, de
cuajo y con sangre, dolor y lagrimas.
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