Al principiar enero Televisa presentó en su programa estelar de noticieros, los dos productos principales que ofrece en este año centenario: Primero, un video con las imágenes de la naturaleza nacional, para conmemorar los aniversarios de la Independencia de México y de la Revolución Mexicana, realizado en las dunas de Salamayuca de Ciudad Juárez; y segundo, en ese orden, la declaratoria formal, cuasi oficial, un destape adelantado electrónicamente de su candidato: el candidato, ¡bah, que va! El próximo presidente de México: Enrique Peña Nieto.
Es inaudita la desfachatez con que se mueve Televisa, el verdadero poder real en México. Es lucrar sin vergüenza alguna con la desolación, el abandono y la muerte de esta fronteriza ciudad mexicana. Es asumir un papel indebido, a través de un medio de propiedad pública, concedido bajo leyes y reglamentos establecidos, para imponer una figura propia, un gerente a su servicio. Es apropiarse de la belleza natural del desierto de Ciudad Juárez y la apostura artificial de Enrique Peña Nieto, como la línea de productos prime time, que Televisa presenta, para vender –claro al extranjero- y para convencer –por supuesto, a las mayorías que hipnotiza la televisión-
La masacre ocurrida el día de ayer en Ciudad Juárez, 15 jóvenes menores de 16 años acribillados a mansalva, 14 más gravemente heridos, o las centenas de mujeres explotadas y sacrificadas justamente entre las arenas ardientes del desierto de Salamayuca, simplemente no existen, ni se ven, en la hermosura gráfica y la excelencia fílmica del video presentado por el monopolio televisivo. Tampoco los diez mexicanos asesinados anoche mismo, en un bar de Torreón Coahuila, pero si en cobertura nacional el balazo a Salvador Cabañas; ni los delincuentes helitransportados antenoche en Tejupilco, pero si todas las imágenes de Peña Nieto, en el ángulo que lo pinta con mayor galanura.
La develación del producto Enrique Peña Nieto, “una estrella más del Canal de las Estrellas”, amenaza con ocasionar un daño político fatal a México. La designación virtual del todavía Gobernador de nuestro Estado, como Presidente de México (dejo de lado los formalismos chocantes como el de presunto, aparente y demás jerigonzas repetidas a diario en todos los medios de comunicación nacionales, como si nadie se atreviera a decirle, pan al pan y vino al vino) en el peor estilo del viejo priismo patrimonial y autoritario, constituye un atropello público, una intromisión prohibitiva, un golpe de estado. Lo cual de paso explica, las injurias diarias lanzadas en los medios de comunicación mexicanos, contra el Presidente Hugo Chávez, que haciendo uso de la ley y de la soberanía que preside y representa, retira las concesiones de los actores que no se apegan a lo establecido por el marco jurídico venezolano.
La televisión es el medio idóneo para educar, cultivar y entretener, de acuerdo a nuestros valores, nuestra historia y nuestros ideales, justamente el grave problema de un México sin valores, confundido y entreverado con la repugnante comercialización de la sociedad yanqui y los pruritos santurrones de la iglesia dominante. Televisión para educar y no como en México, para infundir temor con enfermedades que no existen -como la mentirosa influenza-, enfermedades que se originan en la pobreza, -como la obesidad o diabetes de tanto comer las cochinadas que justamente anuncia la misma televisión-; o para convertir en fanáticos religiosos, en ignorantes sistemáticos, al auditorio así dispuesto a creer en el fin del mundo, en el cielo libre de homosexuales, en el dios que castiga Haití por invocar al Vudú, lo mismo que en las gelatinas o los zapatos que adelgazan mágicamente, cremas que rejuvenecen, pompas de relleno, en la eterna juventud y el juicio final.
Es inaudita la desfachatez con que se mueve Televisa, el verdadero poder real en México. Es lucrar sin vergüenza alguna con la desolación, el abandono y la muerte de esta fronteriza ciudad mexicana. Es asumir un papel indebido, a través de un medio de propiedad pública, concedido bajo leyes y reglamentos establecidos, para imponer una figura propia, un gerente a su servicio. Es apropiarse de la belleza natural del desierto de Ciudad Juárez y la apostura artificial de Enrique Peña Nieto, como la línea de productos prime time, que Televisa presenta, para vender –claro al extranjero- y para convencer –por supuesto, a las mayorías que hipnotiza la televisión-
La masacre ocurrida el día de ayer en Ciudad Juárez, 15 jóvenes menores de 16 años acribillados a mansalva, 14 más gravemente heridos, o las centenas de mujeres explotadas y sacrificadas justamente entre las arenas ardientes del desierto de Salamayuca, simplemente no existen, ni se ven, en la hermosura gráfica y la excelencia fílmica del video presentado por el monopolio televisivo. Tampoco los diez mexicanos asesinados anoche mismo, en un bar de Torreón Coahuila, pero si en cobertura nacional el balazo a Salvador Cabañas; ni los delincuentes helitransportados antenoche en Tejupilco, pero si todas las imágenes de Peña Nieto, en el ángulo que lo pinta con mayor galanura.
La develación del producto Enrique Peña Nieto, “una estrella más del Canal de las Estrellas”, amenaza con ocasionar un daño político fatal a México. La designación virtual del todavía Gobernador de nuestro Estado, como Presidente de México (dejo de lado los formalismos chocantes como el de presunto, aparente y demás jerigonzas repetidas a diario en todos los medios de comunicación nacionales, como si nadie se atreviera a decirle, pan al pan y vino al vino) en el peor estilo del viejo priismo patrimonial y autoritario, constituye un atropello público, una intromisión prohibitiva, un golpe de estado. Lo cual de paso explica, las injurias diarias lanzadas en los medios de comunicación mexicanos, contra el Presidente Hugo Chávez, que haciendo uso de la ley y de la soberanía que preside y representa, retira las concesiones de los actores que no se apegan a lo establecido por el marco jurídico venezolano.
La televisión es el medio idóneo para educar, cultivar y entretener, de acuerdo a nuestros valores, nuestra historia y nuestros ideales, justamente el grave problema de un México sin valores, confundido y entreverado con la repugnante comercialización de la sociedad yanqui y los pruritos santurrones de la iglesia dominante. Televisión para educar y no como en México, para infundir temor con enfermedades que no existen -como la mentirosa influenza-, enfermedades que se originan en la pobreza, -como la obesidad o diabetes de tanto comer las cochinadas que justamente anuncia la misma televisión-; o para convertir en fanáticos religiosos, en ignorantes sistemáticos, al auditorio así dispuesto a creer en el fin del mundo, en el cielo libre de homosexuales, en el dios que castiga Haití por invocar al Vudú, lo mismo que en las gelatinas o los zapatos que adelgazan mágicamente, cremas que rejuvenecen, pompas de relleno, en la eterna juventud y el juicio final.
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