Existe una leyenda que comienza
con el amor y termina con el dolor. Inicia con el deseo y concluye en el
desamor. Es una pasión ardiente, que como la flama, dura mientras existe fuego,
ánima, esperanza. El mito estriba en que
el amor es imaginario, que el amor es un delirio, un estado de locura, un dolor
que sana mientras dura, es una brasa ardiente antes que se enfríe, es un juego
donde todos llevan máscaras, es eco, un espejismo, es la nada y es todo.
Cuentan que ha habido buenas
noticias en la República de la Ciudad de México, batallando aún en contra de la
tiranía democrática, bajo la égida de Enrique XVI y su consorte María Antonieta
Rivera. La más importante, por la temporalidad de los acontecimientos, es el
triunfo de los estudiantes del IPN, en contra de la SEP de Peña Nieto y Chuayffet,
quienes empeñados en el intento por convertir México en una fábrica de esclavos
consumidores, intentaron rasurar al Politécnico de las herramientas técnicas y
la formación necesaria para ser líderes, como siempre lo han sido, de las áreas
de producción, comercio y de servicios más importantes de nuestra nación.
Los “negros” del IPN se han
defendido de ataques y presiones diarias, de todos aquellos que quieren ver a
los estudiantes de las escuelas públicas como empleados o trabajadores de
niveles inferiores en empresas y gobierno. Organizados, los estudiantes,
impidieron los cambios en los programas de estudio decididos de manera
unilateral y externa, a la institución educativa fundada por Napoleón Bonaparte
en 1804 e implantado en México, por Lázaro Cárdenas en 1935.
La experiencia política
acumulada, en esta jornada académica, por los jóvenes estudiantes politécnicos
es un capital enorme, muy superior al tiempo que se dice, perdido. Los lazos de
amistad que se han forjado al fragor de la lucha, les da autoridad para
solicitar lo mismo la excarcelación de los detenidos injustamente por
granaderos y policías, en las marchas del 20 de noviembre y 6 de diciembre, que
eliminar los sueldos que se pagaban a ex directores de la institución, forzar
la renuncia de la Directora Yoloxochitl Bustamante y, antes de retornar a los salones
de clase, exigir la renuncia de 30 directores de escuelas del IPN. Una
renovación completa. Lo que hace falta en México.
Porque la renuncia o ausencia de
Enrique XVI (de Pascual Ortiz Rubio a su Alteza Serenísima, dejando solo de
lado a Calderón, el único NO-PRIista, que por eso regresó el poder al PRI) no
solucionará nada de nada, nada en absoluto del problema central de México: la
corrupción. Corrupción económica, la cada vez más visible. Corrupción moral, la
de las costumbres, y corrupción Política, la que he dejado al último, pero
escribo con mayúscula, por ser, ésta, la peor de las corrupciones: la de los
principios, cualidades y sentido de un Estado real, vis a vis, el despotismo,
el Narco Estado al que hemos arribado.
México, como lo han hecho y dan
ejemplo los “burros” del IPN, necesita que la sociedad se organice para que
tras la renuncia de Peña Nieto, lo hagan todos los diputados y senadores, para
que se renueve el Congreso de la Unión, con otras bases y otros actores. Es
necesaria la renuncia de todos los Gobernadores de los 32 estados de la
República y de la Ciudad de México también, y de los más de 2400 municipios.
Renuncia de los Magistrados de la Suprema Corte de Justicia y de los
Presidentes de los institutos de Derechos Humanos, IFAI, INE y por supuesto de
todo el gabinete que no lo es en realidad, aunque así le llamen a la pandilla
de tecno burócratas, empleados por CSG.
Pero hay más buenas noticias. La
comprobada y visible inmunidad adquirida por la mayoría de los mexicanos, al
menos por una buena parte de lo más valioso de nosotros, a los chantajes y
manipulación informativa por parte de los medios de comunicación, en especial
por TELEVISA. Porque ni el TELETON-TO ni la muerte de Gómez Bolaños provocó la
distracción social, ni debilitó la insurrección nacional que cobra fuerza todos
los días, más y más, no obstante que, a diferencia de los jóvenes del IPN,
nosotros la resistencia nacional aún no contamos ni con una organización, ni
con un comité que lidere o represente a tantos mexicanos. Aunque por supuesto
que los nombres de Andrés Manuel López Obrador, Guillermo del Toro, Alfonso
Cuarón, Paco Ignacio Taibo II, Demian Alcázar, Héctor Suarez, Marcelo Ebrard,
Ricardo Monreal, Martí Batres, Carmen Aristegui, Jorge Castañeda, Denisse Dresser,
Julio Hernández y muchos, muchos más, pueden y deben hacer que la transición resulte
lo mas incruenta que sea posible.
Los discursos desesperados,
chantajistas y mentirosos de los conductores de Televisa en el Teleton-to causaron
hilaridad y mostraron la estampa desesperada del emporio de lo peor de la
televisión, nuevamente usare el vis a vis (cara a cara, frente a frente), las
redes sociales. Por eso, de felicidad y alegría, ante la proximidad de la
Navidad que me trae recuerdos, muchos, prefiero concentrarme en el gran tema que
me trasciende y me dibuja personalmente. El amor.
Solo el amor pudo llevarme a
cuidar del legado de mi Maestro Aristóteles. Por amor me he dedicado en cuerpo
y alma a localizar en el tiempo y en el espacio las reencarnaciones del de
Estagira, o de aquellos que han escalado alturas capaces de entender las
enseñanzas del Filósofo, quien por cierto respondiera a los reclamos de
Alejandro Magno, por la publicación del libro de la Política, que no tenía ni
debía preocuparse, porque los textos que se conocían fuera del Liceo, eran los
llamados exotéricos, una especie de guía que serviría solo para sus iniciados,
los que consumieron las enseñanzas esotéricas.
De allí proviene el título
elegido para este mito, pero a diferencia de la obra original del de Arácata,
la “Del Amor en los tiempos del cólera” (la infección gastrointestinal), en
este ensayo me refiero a la cólera, esa pasión tan característica de las
sociedades modernas, justamente, el dolor del que se divirtiera Aristóteles,
comparándolo con el perro que ladra en las noches, antes de saber si es
conocido el que llega, coléricos que ladran sólo por haber oído el ruido. Que,
dice de la ira, “nos inflama el corazón y escucha aún la razón hasta cierto
punto, sólo que la escucha mal”. Que como los servidores (aduladores) que
llevados de un excesivo celo corren antes de haber oído lo que se les dice. De quienes
se engañan después al cumplir con la orden que se les encomienda. De la cólera,
la ira, el coraje “que hace el corazón, que cediendo a su ardor y a su
impetuosidad natural y sin oír de la razón más que alguna cosa y no la orden
entera que ella daba, se precipita a la venganza”. En la clásica traducción de
Patricio de Azcárate, las palabras castellanas son una delicia, “El
razonamiento o la imaginación le han revelado (a quienes nos encabronamos) que
existe un insulto o un desdén; y en el momento, el corazón, deduciendo por una
especie de silogismo que es preciso combatir a este enemigo, se enfurece y
ataca en el acto”
Y es por eso, en la Ética a
Nicómaco, dedicada a su Padre, que Aristóteles encuentra a la intemperancia de
la cólera, menos vergonzosa que el deseo, pues en cuanto al deseo, basta que la
razón o la sensibilidad le digan que tal objeto es agradable, para que se lance
en el momento a su goce. Y hoy, en los tiempos de la cólera en México, esto
sucede más, que nunca antes jamás.
Ahora procedo a cederle los
trastes a otro aristotélico, Patricio Marcos, Catedrático de tiempo completo en
la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, mi última escuela de
donde yo también soy parte y que el día de ayer, en la plenaria de la entrega
del Premio Nobel de la Paz, frente a la heroica Malala, fue mención mundial por
el arrojo, la desesperación romántica, el sacrificio decidido, el valor de Adán
Cortez. Estudiante de esta Facultad de nuestra Alma Mater. Con tan solo 21 años, Adán viajó hasta Oslo Noruega para manifestarse
con una bandera de México manchada de sangre. Días antes, tecleaba Adán “un
día después de que el procurador Jesús Murillo Karam confirmara que parte de
los restos hallados en el basurero de Cocula pertenecían a Alexander Mora, uno
de los 43 normalistas desaparecidos… sinceramente cuando leí esto lo hice con
lágrimas, un joven mexicano de 19 años, su delito ser estudiante y alzar la voz
inconforme ante un gobierno corrupto". Es Adán, estudiante de la UNAM, que
como los del IPN, son la mejor muestra de alegría y romanticismo que inunda
nuestra nación en las vísperas de la Navidad.
Y es que, sin duda, el amor todo
lo explica y justifica. Dicen que el amor hay que sentirlo y no entenderlo. Es
el Gambito del Rey o el juego de Morphy en el Ajedrez. Es la rama de Salzburgo, de la que habla Stendhal, para explicar en lo que llama un texto matemático –por la
precisión- la cristalización amorosa que da origen al amor. Es la muerte de
Manuel Acuña, cuenta la leyenda, debido al amor no correspondido de Rosario de
la Peña, la musa encantadora que también cautivó al cubano José Martí, la que
inspiro el “Pues bien yo necesito decirte que te quiero…” del mexicano
Antes todavía, de regresar a las
definiciones y explicaciones que deshacen la crisálida romántica del amor,
necesito confesar que así como he escrito en algún otro texto que “yo siempre
supe que era un genio, pero nunca me lo creí…” Así también debo decir que toda
la vida me he parecido a Florentino Garmendiz en espera de mi Fermina Daza, con
la que, como escribiera Gabriel Garcia Márquez, viajaré algún día, por los
cauces del Rio Orinoco, celebrando en el crepúsculo de la vida, el triunfo del
amor inmortal.
Nací y crecí pensando en el amor
como una meta, un objetivo, una necesidad, un fin en sí mismo, una obligación, una
exigencia. Y de tanto amar, me he perdido en el amor. El amor me ha convertido
en un tramposo, un mitómano, un seductor,
un mago, que encanta y engaña, un iracundo, un tahúr y un bohemio. Recordando
al amor me paso los días, y el tiempo
que pasa me aleja del amor. Por amor –regreso a la letra de esa hermosa
composición del dominicano Rafael Solano- no he parado de buscar al amor. Y de
tanto no parar, el tiempo se ha detenido. Escribo, con conocimiento y
consciencia. Sé bien lo que estoy tratando de hablarle al inconsciente de los
lectores que se detengan a suspirar, por los amores que duran por no existir.
Aunque me identifico en muchas cualidades con Joaquín Sabina, tratándose de
amor soy mucho más Pérez Botija, Armando Manzanero y más Pedro Flores que Agustín
Lara, más Chopin o Beethoven que Vivaldi o Mozart.
Es momento para citar una frase
muy amorosa y a la vez política. Es de Alfonso Reyes, el hijo de Bernardo -cuyo
sacrificio impidió a México una historia mejor- en una colección de cuentos y en uno en
especial titulado “Cuernavaca”, donde el
regiomontano escribe que el “infausto Maximiliano (Archiduque) que quiso jugar
a la invasión y al imperio, figurándose que la historia podía hacerse sin
sangre”: porque no somos ni seremos “pacíficos”. Es el atrevimiento –ahora cito a
Stendhal, paradigma de todos los románticos-
quien afirmaba que “hablar de política en una novela de amor era como
dar un pistoletazo en medio de una sala de conciertos…” Nada de aquello existe al
día de hoy en México, o casi nada, muy poco, y me embarga la nostalgia en la época
decembrina, cuando el frio cala y la soledad pesa.
Porque la idea de amor que ha
invadido México, en especial a las mujeres mexicanas es el sentido tonto del
amor norteamericano, el gringo, el yanqui. El de la sociedad carcomida por el
comercio, como el salitre. La ambición
por ganancias monetarias y la búsqueda permanente de riquezas, convierte a los fenicios, en una pálida sombra, comparados
con la avaricia y el afán acaparador de la sociedad norteamericana. Todo es
negocio y por supuesto que el amor que es la base de su sociedad, afectada-infectada
por el placer y el dolor, es el negocio más solicitado.
En gringolandia, la felicidad
solo se entiende a través de un precio y en consecuencia, el amor tiene un
precio. A diferencia de San Agustín, quien pregonaba “que era mejor perderse en
la pasión que perder la pasión” En Norteamérica, la fortuna, el libre albedrio están
erradicados pues todo –diría el chapulín colorado- esta fríamente calculado,
con base en el dinero y los precios. El casamiento es un momento de anillos y
diamantes, es un contrato que empieza por una negociación exitosa, cuya cláusula
principal es la exclusión misma de la pasión amorosa. Donde el divorcio se
define con exactitud, como una suerte de prostitución en pareja, consentida, en
la bolsa de valores del amor apasionado.
Son los EUA meca de la
pornografía, cuna de la ultra violencia, nidal de la impotencia, palacio de las
infidelidades, reducto del pánico a enamorarse, país de las drogas –estupefacientes
y financieras-, sede de las soluciones a “lo guey”, en el american way of life.
Por ello, las gringuitas ante el temor a enamorarse, han dado con la
consecuente solución técnica: acostarse. País que de tanto sexo ya no hay sexo…
Son ditirambos de mi amigo
Patricio, quien los traigo en vísperas navideñas para describir lo que ha
pasado con el amor en las tierras sureñas del estado de México. Es el amor de
las “muschschas” sureñas… y de la violencia y de la soledad y el frio.
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