Roxana a Uzbeck; a Paris.
Sí, te he engañado, he cohechado a tus
eunucos; me he burlado de tus celos, y tu horroroso serrallo le he sabido
convertir en una mansión de gustos y contentos.
Voy a morir; va a correr la ponzoña por
mis venas: ¿y que he de hacer cuando no existe ya el único hombre que me hacía
amar la vida?... Muero, sí pero va mi sombra bien acompañada, que acabo de
enviar al otro mundo a los sacrílegos satélites tuyos que han vertido la sangre
más pura del orbe entero.
¿Cómo te presumías que fuese yo tan
crédula que me creyese en el mundo solo para adorar tus antojos, y que pensara
que mientras que te entregas tú a todos tus gustos tenías facultad para
frustrar todos mis deseos? No; si he podido vivir en cautiverio, he sido
siempre libre; tus leyes las he reformado según las leyes naturales, y mi ánimo
ha conservado su independencia.
Todavía me debieras dar las gracias por
el sacrificio que te hice, por haberme abajado hasta fingir que te guardaba fe,
por haber con cobardía escondido dentro de mi pecho lo que hubiera debido
manifestar a la tierra entera; finalmente por haber profanado la virtud,
consintiendo en que calificarán de tal mi sujeción a tus manías.
Te pasmabas de no ver en mí los arrebatos del amor; pues si me hubieras conocido bien habrías visto toda la vehemencia del aborrecimiento: pero por mucho espacio de tiempo has tenido la jactancia de creer que se avasallaba un corazón como el mío: ambos éramos felices; tu por creer que me engañabas, y yo por engañarte.
Sin duda que te parece nuevo este estilo. ¿Podrá ser que después de haberte yo causado mil tormentos, te fuerce a que te maraville mi valor? Pero esto se acabó; el veneno me consume, y se me cae la pluma de las manos; hasta el odio con que te miro le siento desmayar: me muero.
(Cartas Persas escritas en francés por Montesquieu, puestas en castellano por D.J. Marchena, Cádiz, en la Librería de Ortal y cía. 1821)
Pasemos ahora el siguiente texto, que es un fragmento de la columna de crítica literaria que publiqué el 16 de noviembre de 1985, en el número 419 del diario La jornada, sobre el libro Cartas Mexicanas de Patricio Marcos, editado por Nueva Imagen, en mayo de ese mismo año.
“Cartas Mexicanas se inscribe dentro de
dos grandes tradiciones literarias: la del ensayo político sobre nuestra
historia e instituciones constitucionales, y la del ensayo literario realizado
en epístolas extensas, el “gustus”, el del estilo de la prueba inaugurado por
Montaigne en el siglo XVI.
En Occidente, el género se remonta a las Cartas Provinciales de Pascal, para adquirir el rango clásico conocido con las Cartas Persas de Montesquieu, publicadas por primera vez en 1721. Con carácter inicialmente anónimo, aprovechando el interés despertado hacia Oriente por la primera edición de Las mil y una noches de Galand en 1704, las Cartas Persas alcanzaron un éxito inusitado. Más tarde Voltaire cultivaría la misma especie con sus Cartas Inglesas… En nuestro país el ensayo político cuenta con una añeja herencia, con nombres de la talla de Zavala, Lizardi, Alamán, Bustamante, Mora, Payno y a fines del siglo XIX y principios del XX, con Justo Sierra, Emilio Rabasa, Molina Enríquez, José Vasconcelos o Luis Cabrera.”
Cartas Sureñas aspira a inscribirse en
esta rica tradición, a la cual acudo para citar la Carta CLXL y final de la
obra de Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu,
cuya obra trascendental es “El Espíritu de las Leyes” que lo llevó a ser
conocido, entre otras muchas cosas, como el padre de la separación de poderes.
Si en las Cartas Persas los personajes centrales de la historia son Uzbeck y Rica, quienes intercambian correspondencia con diversos amigos para contarles sus impresiones de Europa y a su vez, recibir noticias de Persia, en particular del serrallo de Uzbeck, ubicado en Ispahan, donde reina el desorden; en las Cartas Sureñas la historia cuenta la revista de un ciudadano originario de la capital de la república, de lo que ahora se conoce como Centro Histórico y específicamente de la colonia Morelos, mejor conocida por contener en su seno al barrio de Tepito, desde donde observo, escribo y publico epístolas que tratan de descifrar este mundo particular y característico que va de Temascaltepec hasta más allá de Ciudad Altamirano en el vecino estado de Guerrero, con el propósito de hacer la crónica de un periodo de transición entre dos épocas, dos sistemas de valores y estilos de vida, que se centra en Tejupilco, donde el orden político se asemeja al serrallo de Uzbeck: de un harén propiedad del Gran Mogol que gobierna a través de eunucos blancos y negros, a un pueblo de mujeres que detentan un poder despótico.
Es el caso de Irma Miranda Torres o la señora Wallace, que ha sabido utilizar el instinto aprendido en la región para mentir y engañar siempre a todos. Para usar el “eros” o pulsión de la vida con destreza y maestría al mismo tiempo que valerse del “thanatos” o vocación e impulso por la muerte, hasta convertirse ella toda en una especie de mural policromático donde se funden ambición, crueldad, sadismo, venganzas y complicidades alineadas con los poderes más criminales que existen en México hasta la fecha.
Irma Miranda Torres nacida en Tejupilco en 1951, es el dato que importa en esta carta, aunque sus biografías varias, que aparecen (y desaparecen) en los distintos medios de comunicación, dicen todas que nació en la Ciudad de México. El origen de Isabel Miranda Torres es el eslabón “perdido” para entender la transformación política por la que atraviesa Tejupilco y el sur del estado de México, que se puede parodiar con la arenga clásica de Napoleón Bonaparte, diciéndole a los soldados de “La Grande Armée” que cada uno de ellos tenía un bastón de mariscal en su mochila, que cualquier soldado podía convertirse en mariscal, sin importar su origen o condición… así se colige que todas las “muschaschas” de la región carguen en su cuerpo poder, dinero y riquezas, si se arrejuntan, dan braguetazo con el indicado, de acuerdo a un instinto matriarcal probado y aprobado por costumbre.
Más que esto, el “caso Wallace” es el gozne sobre el que se erige el castillo de naipes que sostiene todavía al poder despótico de las oligarquías del capital, que trastabillea y hace malabares parado sobre la pata coja del poder judicial que no sobre las leyes, y que si sobre aquellos ordenamientos ajenos a nuestra historia y costumbres, concertados en el periodo neoliberal 1988 – 2018, en transformación decidida con base en el extraordinario diagnóstico figurado por Andrés Manuel López Obrador, que le pegó en el “talón de Aquiles” a ese monstruo de mil cabezas que ahora todavía enfrenta Claudia Sheinbaum, con el apoyo del 85% de los mexicanos.
La elección de jueces y ministros impartidores de justicia destraba el tapón que mantiene lleno de mierda el WC de la Ley y el Orden en México, porque con Norma Piña se van todos los agentes del poder judicial convertido en el poder político al servicio del “narco” y se abren las puertas para reestablecer entre otras muchas cosas al Procurador General de la república, como institución que es parte del Poder Ejecutivo, como esencia del sistema político nacional que tiene en el Presidente de la República a un monarca republicano y en el Procurador a una figura originada en el derecho romano: el que procura al rey, y no al “sheriff”-fiscal, copiado del derecho inglés y del sistema de justicia gringo, que como todo lo gabacho siempre se vende al mejor postor.
Llegará el tiempo de desaparecer las instituciones impuestas con antelación a la firma del Tratado de Libre Comercio en 1994, especialmente la Comisión Nacional de los Derechos Humanos que duplica o triplica el ordenamiento constitucional contenido en los primeros 28 artículos constitucionales, los primeros en el mundo por escrito en el pacto fundacional de una República, la Mexicana. Hay que restablecer el 130 constitucional para que en un Estado laico regresen los cultos religiosos a sus templos respectivos; así como el 115 constitucional, que constituye la base de la división territorial y la organización política y administrativa de los estados, sin autoridad intermedia entre éste y el Gobierno del Estado, que detenga e impida las carretonadas de recursos públicos que es la causa de corrupción y despilfarro, de los “moches” entre el poder legislativo y los cabildos municipales, que ha convertido al Municipio Libre en vulgares y degeneradas satrapías y virreinatos, en lugar de ser la autoridad en un cargo honorable, republicano, austero y ciudadano.
Si Emilio Rabasa anticipó que bastaban diez años para pervertir un pueblo, hay que hacer cuentas porque en México han pasado 30 años de perversa corrupción que está por terminar, justamente en el momento en que la mentirosa Irma Miranda Torres, la “señora Wallace” se muere o decide desaparecer oportunamente, igual como lo hizo con Hugo León Miranda, el hijo que ni fue secuestrado, menos descuartizado y si, en cambio, desaparecido. Las pruebas abundan, porque el caso es un montaje que se cae por completo, de manera simultánea que el aberrante y podrido Poder Judicial: Claudia Shein dixit.
Es demasiado lo que se dice y se
publica sobre este escándalo. Me extravío entre tanta información que retrata a
la señora Wallace como una mujer tan, pero tan malvada que el supuesto
secuestro o desaparición de Hugo Alberto, el Premio a los Derechos Humanos que
le entregaron a Irma Miranda que torturaba, detenía y consignaba sin cargo
público alguno, sin orden judicial de detención o investigación; o como la
candidata menos votada –solo 13% de los sufragios- en la historia del PAN, como
Jefa de Gobierno de mi terruño querido, el D.F.; hasta la cuestionada muerte de
la señora Wallace, que hoy se plantea como el montaje todo, del montaje de un
crimen para encubrir un crimen mayor, solo lo puedo entender, todo esto y más
aún, como parte y consecuencia de aquel México que ya no más, el del pueblo que
se dejó imponer un sistema político
basado en la explotación brutal y despiadada de la riqueza nacional, el llamado
“Neoliberalismo” depredador de tierra, playas, mares, fauna, flora, salud, de
hombres y mujeres explotados con salarios miserables, hasta del entretenimiento
que enajenó el alma nacional con cine, radio y televisión…
Nunca como a principios de la década de los 90’s, se pudo afirmar mejor en México que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”… el de la “dictadura perfecta” para una ciudadanía apática, manipulada, sometida, inconsciente, aplastada por un partido político perverso y en decadencia: el PRI; aliado con el partido político conservador y reaccionario que siempre ha existido en México, amparado por los imperios coloniales extranjeros –España, Francia, EUA- sin rubor alguno, porque esa es la naturaleza esencial del PAN
Sin embargo, en este momento me detengo y volteo a ver a José Enrique del Socorro Wallace, el esposo que dio nombre a Irma Miranda de Tejupilco, quien afirma sin la menor duda que Hugo Alberto Wallace –porque el señor Wallace así lo reconoció- no fue secuestrado, nunca le pidieron nada por su vida y en cambio simplemente desapareció. Me causa tanta pena ver en este exhibicionismo ingrato al Doctor Carlos León, responder a la pregunta ¿cómo sabe que Hugo Alberto es su hijo?, con la voz entrecortada y llanto en los ojos “porque nos casamos”… y agregar “es que le tenía miedo”…
Recuerdo que una de las primeras Cartas
Sureñas que publiqué al comenzar esta travesía literaria la dediqué al 10 de
mayo, el día de la Madre… porque me pasmaba ver y escuchar lo que pasaba: Decía
entonces: “Se ha olvidado que el ser de
quien procede la vida, está más íntimamente ligado al que ha engendrado… los
padres aman a sus hilos inmediatamente y desde el acto de nacer, mientras que
los hijos no aman a sus padres sino después de muchos adelantos, de mucho
tiempo, y cuando han adquirido inteligencia y sensibilidad. Esto explica
también por qué las madres aman con más ternura. Llega el mes de mayo y se
celebra en Tejupilco y la “Tierra Caliente” el día 10 con escándalo y ceguera, con muestras
de amor y pasión desbordada, desquiciada… Se construyen estatuas, se llevan
serenatas, se grita y se regala a la Madre sin detenerse un poco y reflexionar
la razón de ese cariño. Dice con exactitud matemática Aristóteles que “Las
madres adoran más a sus hijos que los padres, porque recuerdan el dolor con el
que los han traído al mundo y están más seguras de que son suyos” ¿Cómo no va a
querernos la Mamá, si los hijos somos carne de su carne, sangre de su sangre? Bien
dice el dicho que reza: Hijo de mi Hija ¡mi Nieto!... Hijo de mi Hijo ¡Quién
sabe!
Y es que entre tanto des-madre, mejor un recuerdo: “Al lado de mi Madre aprendí a leer, a cantar, a tocar el piano, a escribir, a no tener errores; aprendí el idioma inglés, ajedrez y a no tener errores, porque su perfeccionismo delicioso fue causa que desde niño, allí se gestaran mis virtudes y por supuesto mis defectos mayores… Hay una frase que un día me escribió mi Mamá (me llamaba Pánfilo por ser tan afortunado, me decía “grillo”, que porque le cantaba como Cri Cri), cuando ya era independiente y vivía y hacia mi propia vida, me envió una carta y en ella un pequeño papel –que conservo como tesoro- donde me dice: Hagas lo que hagas, hazlo con toda el Alma”
(Crear genios con estilo, Luis
Guillermo Garcia, Editorial Editartex, 2014)