La primera
extravagancia sureña que cometí, fue ir a conocer Cd. Altamirano. Aún no me
había mudado a Temascaltepec, hablo del siglo pasado, que pueden ser tantos
ayeres como memorias anidan en cada uno de nosotros. Decidido a conquistar este
fortín, pasé la Navidad en compañía de mi familia, en el año 88 de la década inolvidable.
Me intrigaba sobremanera aquella tierra de donde era originaria mi cuarta
esposa. A ella, la conocí como mi secretaria y así pasaron las cosas, así nos
reunió el destino nacido de Artemia, mi primera hija.
Curtido en los
laberínticos encuadres de los 64 días y noches -ante todo soy un ajedrecista-
soñaba con extensiones desconocidas, con bulas y bulos, y, en mis pesadillas,
me veía rodeado de las “tres hermanas fatídicas”, quienes entre conjuros y
hechizos, sus ritos me decían “no eres de Temascaltepec… Temascaltepec es
tuyo…” con la advertencia final… “pero no serás Rey, porque dudas tanto como
Hamlet y más que él”
Siempre soñando,
la pesadilla que mas me acosaba era la profecía de la bruja de Macbeth, quien
sentenciaba que origen es destino. Entre pócimas mágicas con ojos de sapo,
patas de iguana, esparadrapos sangrantes, laloyos y tacos de chivo, Seyton, la más
horripilante de las brujas me recordó que “La no renunciación a mi
primogenitura triple, por ser el primer hijo de mis padres y el primer
hijo-nieto de mis abuelos paternos y maternos simultáneamente, no era asunto
menor. Fue una guerra perdida de antemano, revolví el principio con el fin y
los medios. Intenté defender a otro que no era yo y asumir blasones genéricos
en un asunto muy particular. Confundí el todo con las partes y traté mi caso
personal como símbolo universal: creyendo salvarme, cargue tanto, tanto tiempo
con biografías ajenas. Grave error” Y cantando desafinadamente, entre brincos
descompuestos, trepando y bajando de sus escobas voladoras, Seyton, junto a
Morgana y Hécate, las Brujas repulsivas agregaron dentro de mi delirio onírico: “Serás Rey, pero no serás Rey”.
Pero como
todos aquellos fantasmas eran sueños y nada más –eso creía- por eso, aquella Navidad,
en compañía de Artemia y su Madre viajamos a conocer la tierra del nunca jamás,
de mis pesadillas. Fui a Cd. Altamirano, de donde nunca había escuchado nada
antes de entonces, y acaso y como chiste malo pero sonoro, recuerdo Pungarabato
y quizás también Apatzingán. De Guerrero solo conocía Iguala, Chilpancingo,
tierra colorada y Acapulco. También había estado en Zihuatanejo pero como
llegué en avión y me hospedé en el Hotel Camino Real, esos viajes como que no
cuentan como viajes… (recuerdo que fue exactamente el 13 de junio de 1982,
porque llegandito me fui al bar, a ver el juego inaugural del Mundial de Futbol
de España, que perdió la maradoniana selección de Argentina 0-1, frente al
equipo representativo de Bélgica) Así es que el viaje a la tierra que tanto
fascinaba a mi joven pareja, era un enigma cifrado en las pesadillas que noche
con noche me atormentaban, a punto de volverse realidad. Era una expedición
obligada.
Porque el mes
de septiembre de los dos años previos, la que después supe les llaman
“calentonas” –y vaya que hacen honor al adjetivo que es gentilicio- mi ex,
entraba en convulsiones frenéticas, porque era temporada de “fiestas” y tomaba vacaciones
o sin permiso laboral, no dejaba de ir a su “tierra”. Me hablaba de las cuijas,
de los nanches, el pollo colorado, de almendros y maíz, de las tortillas y de
la risa, de la Abuela (el real y verdadero motivo de sus viajes histéricos), y
del abuelo, del viejito más viejo que Matusalén, encorvado, enjuto, tiznado
pero bondadoso. Hombre generoso, tolerante, pacifico, superviviente en una
región donde pocos traspasan la juventud, por la muerte.
Desde
entonces, la región del Balsas ya era un centro expulsor de mano de obra,
porque la tierra y el clima no daban más que para cosechas temporaleras o para
alquilarse con las compañías gringas, las meloneras que empezaban a instalarse,
bien avisados de los cultivos non santos que a escondidas, muchos comenzaban a
sembrar, en colusión con las policías, siempre de común acuerdo con las
autoridades. Por eso, este viejito de mirada noble, cuando lo conocí me dio a
cambio, eran sus ojos, todo el saber que necesitaba conocer para entender, esa
que ahora ya sabía, llaman, La Tierra Caliente.
Hoy que leo en
Wikipedia que la Tierra Caliente se forma por un total de 31 municipios (17 de Michoacán,
9 de Guerrero y 5 del estado de México, entre ellos el vecino reino de
Tejupilco), apenas me “cae el veinte de ese día”. Nunca olvidaré aquella
primera visión que me descompuso, el de la mujer parecida a Chavela Vargas, apoltronada en una cama plana, quejosa, de voz
rasposa y mirar inquisitivo, de ojos sin fondo y dueña de todos los que la
rodeaban. Me di cuenta que ni más gentil saludo, conmovió ninguna de las fibras
sentimentales de bestia curtida en el poder y el chantaje. Fea, bigotona, eran
los Pineda, así se apellidaban todos los que se le acercaban a la matrona. Era
la Abuela, nada dulce y si con malos modos y educación. Tal parece que en toda
esa región, los apellidos paternos no existen, la familia se adapta al proverbio
hebreo del “hijo de mi hija mi nieto, hijo de mi hijo ¿Quién sabe?, las mujeres
mandan y los hombres matan.
Pedí una
cerveza y del fondo de una casucha de teja y madera, de carrizos, de
rastrojo, se escucho una voz tajante que
dijo “en mi casa no se consumen cervezas”. Era la Dulce Poly Abuelita. Pero lo
que esta dominatrix no sabía, era que mi historia personal provenía de una mujer
muy parecida, con otros modos pero idénticos fines. “pues yo si tomo cerveza”… dije…
y la Bruja ordenó que me dieran una cerveza…
al tiempo… maldita la vieja.
Hasta entonces
comprendí que Temascaltepec, mi nuevo feudo se encontraba a dos horas de Cd.
Altamirano, que es la misma distancia de Temascaltepec a Cd. De México: son 144
kilómetros a la Tierra Caliente y 135 kilómetros a la Capital de la República.
Empecé a percibir que el destino al que
me había traído mi propia voluntad, estaba más allá de lo racional, de las
casualidades o de las circunstancias. Esa noche en la Tierra Caliente, la pasé
muy enfermo, pues acepté tomar “leche pura” que me ofrecieron tantas mujeres y
señoras, gordas, flacas, todas de huaraches, todas feas de día, increíblemente
atractivas, seductoras, apetecibles de noche. Porque en la Tierra Caliente, la
gente vive de noche.
¡Me purgaron
con la leche y me dio una diarrea de espanto! Esa primera noche la pasé en cama
con retorcijones y “córrele que te alcanzo” a baños insalubres, al aire libre,
toda una experiencia religiosa, sin duda alguna. Todavía hubo más. Al estar
recostado me fije que colgaban de los techos una mantas delgadas, como unos
cielos rasos, amarrados en las esquinas, un detalle que al inquirir la razón me
causó más sobresaltos (más idas al baño), pues los telares colgantes estaban
para evitar que cayeran alacranes y otros bichos sobre la gente que duerme en
catres de madera, cuyo lecho está fabricado de cuerdas de yute o de ixtle
amarrado. Y es que el calor no requiere de sabanas ni de cobijas. Solo de
suerte para que no te caiga encima una alimaña ponzoñosa.
Al día
siguiente, conocí a los demás familiares de mi ex brujer (macbethiana) y la
estampa siempre era muy parecida. Gente buena con mujeres dominantes,
jovencitas bellas que miran con interés apasionado, casas rústicas, animales
sueltos, puercos, vacas, gallinas y pollos y sol, un sol atorrante que me hizo
entender el chiste del insecticida aquel, donde un hombre echado en una hamaca
le grita a la mujer “vieja dame el suero anti alacrán” ¿ya te pico uno,
viejo?... No, pero ahí viene…” Es tanto el calor que no hay otra cosa que estar
bajo sombra, recostado. Es muy difícil hacer algo diferente, porque el calor se
mete en todas partes, taladra, consume, agota. No es el sol de Acapulco que
dora la epidermis. Es un sol que quema la piel, la pone color del canela al
azabache y ataranta el espíritu. Ese día, Artemia, mi hija hizo un berrinche y
le solté una nalgada: “en mi casa nadie le pega a mis nietos” exclamó la Bruja
Mayor… “A mis hijos yo los educo como yo quiero” Exclamé. Vámonos ordené.
Ya no pude conocer
las noches calentanas de mujeres bellas, emperifolladas –se colocan “diamantes”
en los dientes- de puestos que venden pozole y tamales, tacos y el famoso pollo
en rojo (luego supe que desecan las aves al sol que las abraza y abrasa y le da
un rico sabor, acompañados por enchiladas) de caminar pausado y tertulias
animadas.
Disfruté estas
noches, años después, cuando nos avisaron que había muerto la Abuela. Regresé
“solo con mi pareja” en mi Camioneta Lobo nuevecita del año, para ver que no
resucitara esta Bruja que tanto influyó en nuestras vidas a través de la nieta,
“La Cándida Eréndira y su Malvada Abuela” Allí presencié el rito de la muerte,
las rezanderas y las lloronas, la soledad sepulcral de la familia, las velas e
inciensos, las flores y el ataúd. Impresionante. Solo he vuelto allá una vez
más, cuando me hice “gallero”.
En la Tierra
Caliente la gente está acostumbrada a ver partir las familias. Es gente que
camina, se va y regresa. El arraigo lo llevan en el corazón, porque en la
cabeza gobiernan los impulsos, las pasiones incestuosas, el amor desmedido a la
Madre, la rivalidad con el Padre, al que frecuentemente desconocen, no
reconocen, no conocen. Allí están los genes de la Tierra Infernal en que se han
convertido los placeres sureños. Las mujeres son seres ávidos de poder, así
fueron educadas; ambiciosas desmedidas, así aprendieron la vida; crueles y
traicioneras, así vieron pasar los días, sufrieron, sintieron, hasta destruir
su capacidad sensible.
Cuentan que en
esa región, toda “muschscha” que se entregaba a los efluvios de eros y quedando
o no embarazada, si se conocía que practicaba el sexo sin estar casada, se “iba
con el novio” o la dejaban abandonada, era enviada a los burdeles de Cd.
Altamirano. No se perdonaba la incontinencia ni la intemperancia, de las
fogosas y hermosas mujeres “calentonas” Son ejemplos de esto que escribo la
Senadora (PRD) Vianey Mendoza, pero es
estrella de la farándula mediática temporal, la Lady Macbeth de la Tierra
Caliente, María de los Ángeles Pineda, la esposa del igualteca José Luis
Abarca, ambos prófugos de la justicia, buscados por la desaparición de 43
jóvenes estudiantes de la Normal de Ayotzinapa.
A su vez, preclaros
exponentes del género masculino en la región calentana, son, el Presidente
Municipal con Licencia, José Luis Abarca, quien preparaba el relevo en el cargo
a la esposa “muerta de envidia” y también el Gobernador Ángel Heladio Aguirre, quienes
corresponden a la perfección con el modelo de los hijos “de Mamá” calentana:
asesinos pero bonitos, malos y malditos.
Hace cosa de
20 años, publicaba la revista PROCESO (869) “En Guerrero hay Comisión de
Derechos Humanos pero no derechos”, sobre secuestros y tiroteos, hablaba de
Tecpan de Galeana, Chichihualco, ataques a las radiodifusoras XEKJ, Radio Lobo,
Estéreo Mexicana y Radiorama. Asesinatos en la región de la montaña, de poblados arrasados –Los Hoyos y la Palmada
en Tlacotepec- otros en Tololoapan, el pretexto es el combate contra la droga
“tirotearon puertas y ventanas, casas y chozas”…al tiempo que el Coordinador de
Policía en Acapulco reconocía que hay “abusos de algunos miembros de las
corporaciones policiacas contra la ciudadanía… pero hay que tomar en cuenta a
los sacrificados caídos en cumplimiento de su deber”
Dos décadas
después, el bestialismo que recorre nuestro país, se difunde en México y en el
mundo: 43 desaparecidos, fosas con decenas de cadáveres que “no son los de los
estudiantes normalistas de Ayotzinapa” hiela la sangre el relato de Carmelo
-uno de los jóvenes de la Normal guerrerense que salvó la vida- de como la
mujer policía Margarita Conteras aventaba la patrulla para encerrar a los
muchachos, al grito de “se van a morir”…
Así es hoy y así
era ayer Guerrero, pero hace veinte años casi nadie lo sabía. Hay que atender al
Juez Baltasar Garzón, quien declaró el pasado fin de semana: “México está a un
paso del genocidio…”
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