1. - Planteamiento General.
El objeto del presente análisis es la duda en el hombre, y debería añadirse el término malo, aunque tal vez resulte excesivo. Porque los hombres buenos, los que hacen de la virtud su modo de ser y con sus actos la felicidad de la psyché prácticamente no dudan. Estos últimos, los mejores, son cada día más escasos y se les reconoce con tanta dificultad que metafóricamente podría considerarse que no forman parte del hombre común y corriente, los que si dudan.
Tampoco se analizan los actos de aquellos otros que por sus disposiciones naturales y sus acciones son calificados como bestiales. Los brutos, por sus hábitos animales, que si no dudan es debido a que no tienen uso de razón. Finalmente, no cabe en este estudio la presencia de los sabios, quienes por vivir exclusivamente para y por la parte más divina del hombre son llamados Dioses y ya no hombres. Los seres superiores, los que no se cuentan sino con los dedos de la mano en una comunidad, tampoco dudan, porque la duda es una elección entre el bien y el mal, y en ellos no existe este dilema.
La duda es un acto del alma, se origina el alma y en primer lugar podría decirse que es producto de un desacuerdo entre las dos partes en que se divide ésta: la parte racional y la parte irracional.
Uno puede estar convencido de esta afirmación y sin embargo no entenderla. Porque la duda atañe, a su vez, a los componentes de la razón del hombre y aquella parte de lo irracional del mismo, que participa de la primera. Porque también es determinante la presencia y comprensión de conceptos tales como: principios y fines, uso y posesión, voluntad-deliberación-elección, vicios y virtudes, justicia y amistad.
¿O que acaso no puede haber injusticia con uno mismo, cuando entre las partes del alma, una sufre algo contra sus propios principios y deseos? ¿No es necesario que exista una cierta justicia recíproca entre ellas, y no una justicia cualquiera, sino la propia del amo y del esclavo, la del esposo y la esposa? ¿Y que no es necesario entender que el amor a sí mismo y la concordia con el amigo son requisitos indispensables para que el hombre no dude?
Tal vez, sin embargo, lo que resulte más temible en la duda, es que ésta tiene que ver con el conocimiento particular, con las percepciones sensibles, con la experiencia diaria de los hombres y las mujeres que vacilan.
El objeto del presente análisis es la duda en el hombre, y debería añadirse el término malo, aunque tal vez resulte excesivo. Porque los hombres buenos, los que hacen de la virtud su modo de ser y con sus actos la felicidad de la psyché prácticamente no dudan. Estos últimos, los mejores, son cada día más escasos y se les reconoce con tanta dificultad que metafóricamente podría considerarse que no forman parte del hombre común y corriente, los que si dudan.
Tampoco se analizan los actos de aquellos otros que por sus disposiciones naturales y sus acciones son calificados como bestiales. Los brutos, por sus hábitos animales, que si no dudan es debido a que no tienen uso de razón. Finalmente, no cabe en este estudio la presencia de los sabios, quienes por vivir exclusivamente para y por la parte más divina del hombre son llamados Dioses y ya no hombres. Los seres superiores, los que no se cuentan sino con los dedos de la mano en una comunidad, tampoco dudan, porque la duda es una elección entre el bien y el mal, y en ellos no existe este dilema.
La duda es un acto del alma, se origina el alma y en primer lugar podría decirse que es producto de un desacuerdo entre las dos partes en que se divide ésta: la parte racional y la parte irracional.
Uno puede estar convencido de esta afirmación y sin embargo no entenderla. Porque la duda atañe, a su vez, a los componentes de la razón del hombre y aquella parte de lo irracional del mismo, que participa de la primera. Porque también es determinante la presencia y comprensión de conceptos tales como: principios y fines, uso y posesión, voluntad-deliberación-elección, vicios y virtudes, justicia y amistad.
¿O que acaso no puede haber injusticia con uno mismo, cuando entre las partes del alma, una sufre algo contra sus propios principios y deseos? ¿No es necesario que exista una cierta justicia recíproca entre ellas, y no una justicia cualquiera, sino la propia del amo y del esclavo, la del esposo y la esposa? ¿Y que no es necesario entender que el amor a sí mismo y la concordia con el amigo son requisitos indispensables para que el hombre no dude?
Tal vez, sin embargo, lo que resulte más temible en la duda, es que ésta tiene que ver con el conocimiento particular, con las percepciones sensibles, con la experiencia diaria de los hombres y las mujeres que vacilan.
¿Como? ¿Cuando? y ¿A quién le sucede que dude?
Son los apetitos y el placer, el aparente, los que han de explicar el resorte disparado. Pero sobre todo los dolores. Porque se apetece aquello que mitiga el dolor, aún a costa de acrecentarlo. Cuando ocurre esto, es porque los deseos viles y violentos apartan la razón, bloquean los principios, destruyéndolos poco a poco, y disfrazan los fines. Los hombres que padecen esta vida son los que han elegido el género de la voluptuosidad, aunque esto sea sólo un decir, pues si el objeto de la voluntad es el bien, “se sigue que el objeto deseado por un hombre que no elige bien no es objeto de la voluntad” 1)
Por lo tanto serán los hombres que no se contienen en perseguir el placer o en huir el dolor, los que aún a costa de su voluntad harán lo contrario a su razón, después de dudarlo.
2.- Antecedentes.
Para unos todo es cuestión de no dudar, para otros, la duda no existe como tal. Esta era la opinión que prevalecía entre los filósofos anteriores a Aristóteles. El viejo Sócrates, como lo llamaba el estagirita, negaba la presencia de la duda “porque nadie obra contra lo mejor a sabiendas”2). Bajo la concepción socrática, los modos de ser del hombre se resumían en cuatro combinaciones, entre cinco elementos: la razón y el deseo, el bien y el mal o lo correcto y equivocado, y los actos o modos de ser.
Una razón equivocada, pero un deseo bueno, donde manda la razón, es causa de un modo de ser malo; y donde manda el deseo es causa de lo contrario. A su vez, una razón correcta, pero un deseo malo, será un modo de ser bueno o malo, según la parte que gobierne en el alma: la racional o la irracional.
Pero lo anterior es un sofisma del cual adolece todo el platonismo hasta la fecha, porque además de desconocer la verdadera y correcta constitución del alma, muestra una irreverencia y falta de humildad ante este saber, el de la mejor parte del hombre. Para los platónicos todo vicio es involuntario, el mal se hace sin desearlo y solo el bien es obra de la voluntad.
Es necesario introducir aquí ciertas complicaciones necesarias. Sabemos que las partes racional e irracional del alma se dividen en dos cada una: la racional se descompone en parte científica y parte razonadora; por otro lado, la parte irracional se fragmenta en nutritiva y apetitiva o desiderativa. De esta segunda parte del alma, será la parte desiderativa la que, en tanto participa de la razón, se relacione con la parte primera, en grados y modos diferentes, según el hombre de quien se trate.
En segundo lugar, habrá que recordar las cosas que suceden en el alma. A saber, el alma experimenta pasiones, esto es todo lo que va acompañado de placer o dolor. Dependiendo la capacidad que tenga el alma de ser afectada por las pasiones, se sabrá que tipos de facultades o potencias son las que dispone el hombre. Por ultimo, de acuerdo al comportamiento que el ser humano adopte, en función de las facultades, respecto de las pasiones o afecciones, se dirá que un hombre tiene tal o cual modo de ser.
Otra cosa más, las actividades por las cuales uno se forma un carácter o modo de ser, tienen a su vez su principio en otra parte: en la elección. Pero la elección, asimismo tiene como principio “el deseo y la razón por causa de algo” 3).
Ahora bien, si por el modo de ser cada persona se dice que esta es virtuosa o viciosa, -y las virtudes pueden ser de dos clases según se adquieran por costumbre ( éticas ) o bien por la enseñanza ( dianoéticas )- se sigue que “puesto que la virtud ética es un modo de ser relativo a la elección, y la elección es un deseo deliberado, el razonamiento, por esta causa, debe ser verdadero y el deseo recto si la elección ha de ser buena, y lo que la (razón) diga (el deseo) debe perseguir”4)
Una última cosa. Es necesario aclarar como se comunican las dos partes del alma, puesto que no usan el mismo código al relacionarse con los objetos de apetencia -lo bello, lo conveniente, lo agradable- o aversión -lo vergonzoso, lo perjudicial, lo penoso-. “Lo que en el pensamiento son la afirmación y la negación, son, en el deseo, la persecución y la huida”5)
Para unos todo es cuestión de no dudar, para otros, la duda no existe como tal. Esta era la opinión que prevalecía entre los filósofos anteriores a Aristóteles. El viejo Sócrates, como lo llamaba el estagirita, negaba la presencia de la duda “porque nadie obra contra lo mejor a sabiendas”2). Bajo la concepción socrática, los modos de ser del hombre se resumían en cuatro combinaciones, entre cinco elementos: la razón y el deseo, el bien y el mal o lo correcto y equivocado, y los actos o modos de ser.
Una razón equivocada, pero un deseo bueno, donde manda la razón, es causa de un modo de ser malo; y donde manda el deseo es causa de lo contrario. A su vez, una razón correcta, pero un deseo malo, será un modo de ser bueno o malo, según la parte que gobierne en el alma: la racional o la irracional.
Pero lo anterior es un sofisma del cual adolece todo el platonismo hasta la fecha, porque además de desconocer la verdadera y correcta constitución del alma, muestra una irreverencia y falta de humildad ante este saber, el de la mejor parte del hombre. Para los platónicos todo vicio es involuntario, el mal se hace sin desearlo y solo el bien es obra de la voluntad.
Es necesario introducir aquí ciertas complicaciones necesarias. Sabemos que las partes racional e irracional del alma se dividen en dos cada una: la racional se descompone en parte científica y parte razonadora; por otro lado, la parte irracional se fragmenta en nutritiva y apetitiva o desiderativa. De esta segunda parte del alma, será la parte desiderativa la que, en tanto participa de la razón, se relacione con la parte primera, en grados y modos diferentes, según el hombre de quien se trate.
En segundo lugar, habrá que recordar las cosas que suceden en el alma. A saber, el alma experimenta pasiones, esto es todo lo que va acompañado de placer o dolor. Dependiendo la capacidad que tenga el alma de ser afectada por las pasiones, se sabrá que tipos de facultades o potencias son las que dispone el hombre. Por ultimo, de acuerdo al comportamiento que el ser humano adopte, en función de las facultades, respecto de las pasiones o afecciones, se dirá que un hombre tiene tal o cual modo de ser.
Otra cosa más, las actividades por las cuales uno se forma un carácter o modo de ser, tienen a su vez su principio en otra parte: en la elección. Pero la elección, asimismo tiene como principio “el deseo y la razón por causa de algo” 3).
Ahora bien, si por el modo de ser cada persona se dice que esta es virtuosa o viciosa, -y las virtudes pueden ser de dos clases según se adquieran por costumbre ( éticas ) o bien por la enseñanza ( dianoéticas )- se sigue que “puesto que la virtud ética es un modo de ser relativo a la elección, y la elección es un deseo deliberado, el razonamiento, por esta causa, debe ser verdadero y el deseo recto si la elección ha de ser buena, y lo que la (razón) diga (el deseo) debe perseguir”4)
Una última cosa. Es necesario aclarar como se comunican las dos partes del alma, puesto que no usan el mismo código al relacionarse con los objetos de apetencia -lo bello, lo conveniente, lo agradable- o aversión -lo vergonzoso, lo perjudicial, lo penoso-. “Lo que en el pensamiento son la afirmación y la negación, son, en el deseo, la persecución y la huida”5)
3.- El Mecanismo de la Duda.
Como ya se dijo, el alma racional consta de una parte que trata sobre las cosas que no pueden ser de otra manera, en tanto que el resto trata sobre lo contingente, lo que puede ser diferente, imprevisto, según las circunstancias. Esta es la parte razonadora, la que delibera sobre las cosas: pues “razonar y deliberar son lo mismo”6).
La razón, a diferencia de los deseos, afirma o niega en búsqueda de la verdad, y los medios de que dispone son el arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto o el entendimiento. De ellos, la prudencia es el modo de ser del hombre que lo dispone para la recta deliberación. Ambas cosas, la prudencia y la deliberación, tratan sobre los medios que conducen a los fines, solo que, la prudencia y la virtud moral son causa de que la obra del hombre se lleve acabo “porque la virtud hace rectos el fin propuesto y la prudencia los medios para este fin”7). En cambio, la deliberación no garantiza que se cumpla el fin del hombre. Pues la deliberación, en cierta forma, puede ser ignorada.
El hombre prudente, delibera y elige lo mejor, que es la virtud, y “la felicidad es la actividad de acuerdo con la virtud”8). El hombre prudente sabe lo que es bueno y elige lo mejor y sus acciones son, por ende virtuosas, “y los principios de la acción son el propósito de esta acción”9). El prudente atiende a sus principios, que son su razón, y por ello se dice que la prudencia, el mayordomo de la razón, es “La virtud de la parte del alma que opina”10).
El hombre que es virtuoso decide después de deliberar, y por lo tanto, desea de acuerdo con la deliberación. Es decir, el principio de la acción procede de un apetito, pero se atiende a la recta razón que le dice si debe desearlo o no. La razón manda sobre los deseos.
Pero para el hombre corrompido por el placer o el dolor, el principio no es manifiesto, y ya no ve la necesidad de elegirlo y hacerlo todo con vistas a tal fin: el vicio destruye el principio”11). Luego entonces, un hombre que se ha corrompido por placer o el dolor, por perseguirlo o huir con exceso de ello, por equivocarse en cuanto a los objetos del apetito, y por desear los objetos de aversión, si bien puede deliberar y aún elegir, será en relación a objetos diferentes, pues en los hombres incontinentes ante los placeres o dolores, la elección se ha realizado aún antes de deliberar.
Se elige algo que es contrario a la deliberación, y por esto tenemos un cierto carácter. Las acciones que resultan de este modo de ser son voluntarias, puesto que sus principios están y dependen de nosotros. Pero existe una diferencia entre las acciones y los modos de ser en cuanto a la voluntad de los mismos, pues de las acciones “somos dueños desde el principio hasta el fin, si conocemos las circunstancias particulares, en cambio, de nuestros modos de ser somos dueños solo del principio” 12)
El deseo, que es le fin, se impone, por así decirlo, a la elección resultante de la deliberación que ha tenido lugar en la parte racional del alma. Se apetece lo agradable o lo doloroso y se persigue o rehuye voluntariamente, en tanto que de nuestras acciones somos dueños desde el principio.
Paradójicamente, el hombre elige ser malo al obedecer a sus apetitos sobre su razón, pero entonces no obra voluntariamente, pues como ya se dijo, el objeto de la voluntad es el bien y si no se elige este es que no se actúa voluntariamente. Pero también es cierto que el principio de la acción está en nuestro poder, y lo que está en nuestro poder es voluntario. Por lo tanto, el principio de la acción debe provenir de los apetitos, los que al desear algo malo para uno mismo, lo hacen no como un amigo, sino todo lo contrario.
Sin embargo, el hombre que duda es porque sabe, que de acuerdo a sus principios, que son su razón, no debe desear lo que apetece: “hace lo que sabe que no debe hacerse”13). Este genero de hombres, saben, tienen principios, actúan voluntariamente - pues no hay causa externa que forcé sus actos-, pero al desear, eligen y deliberan en ese orden, y por lo tanto, su modo de ser no es producto de una, “inteligencia deseosa o de un deseo inteligente”14).
El deseo desbanca a la razón, aun a costa de él, en tanto que la razón, que sabe, no hace uso de este saber, “pues empleamos el termino saber en dos sentidos....del que tiene conocimiento pero no lo usa, como del que lo usa”15).
Dado que el alma, en tanto que tiene razón, delibera con base en dos tipos de conocimiento: el universal o general y el particular o sensible. Cuando se hace uso de este conocimiento, la conclusión que resulta de ser afirmada por toda el alma, y “cuando la acción se requiere, debe obrar inmediatamente”16). Pero el deseo hace que actuemos de manera contraria “porque el deseo tiene la capacidad de mover todas y cada una de las partes (del alma)”17).
La premisa mayor es una opinión universal, es la razón mayor, son los principios de donde parte el pensamiento. La premisa menor, es la opinión particular que los hombres tienen sobre ciertas cosas, las sensaciones que caen bajo el dominio de la percepción y son más verdaderas, y con las que hay que estar acuerdo.
La opinión particular puede o no seguir a la opinión universal, pero la razón afirma o niega esta deliberación y elige en consecuencia. La opinión, entonces, no es contraria a la recta razón, pero el deseo, sí... Y uno duda a quien seguir: a la razón o al deseo.
Existe la duda porque el hombre posee un principio que se opone al deseo humano, y eso es, en sí, un bien. Pero los dolores que embargan al hombre son tan fuertes, que expulsan a la razón y lo llevan a cumplir el deseo.
Que los modos de ser son resultado de las actividades del alma, eso es evidente, “pero, una vez que han llegado a serlo ya no les es posible no serlo”18). Porque el vicio destruye el principio. Y el vicio, que son deseos de lo placentero, es consecuencia de los apetitos para calmar el dolor “porque el apetito va acompañado de dolor, aunque parezca absurdo sentir dolor a causa del placer”19).
El dolor es tan fuerte en estos hombres, que el poseer conocimiento y deliberar o no sale sobrando, cuando la pasión los fuerza a ser de acuerdo con el deseo de lo placentero. Porque el dolor desaloja y luego destruye el razonamiento. “que tales hombres se expresen en términos de conocimiento, nada indica, de modo que hemos de suponer que los incontinentes hablan como los actores de un teatro”20).
Son hombres porque dudan, aunque son seres muy adoloridos, ya el iracundo, el cobarde, el lujurioso, el audaz, ya cualquier forma de incontinencia.
Como ya se dijo, el alma racional consta de una parte que trata sobre las cosas que no pueden ser de otra manera, en tanto que el resto trata sobre lo contingente, lo que puede ser diferente, imprevisto, según las circunstancias. Esta es la parte razonadora, la que delibera sobre las cosas: pues “razonar y deliberar son lo mismo”6).
La razón, a diferencia de los deseos, afirma o niega en búsqueda de la verdad, y los medios de que dispone son el arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto o el entendimiento. De ellos, la prudencia es el modo de ser del hombre que lo dispone para la recta deliberación. Ambas cosas, la prudencia y la deliberación, tratan sobre los medios que conducen a los fines, solo que, la prudencia y la virtud moral son causa de que la obra del hombre se lleve acabo “porque la virtud hace rectos el fin propuesto y la prudencia los medios para este fin”7). En cambio, la deliberación no garantiza que se cumpla el fin del hombre. Pues la deliberación, en cierta forma, puede ser ignorada.
El hombre prudente, delibera y elige lo mejor, que es la virtud, y “la felicidad es la actividad de acuerdo con la virtud”8). El hombre prudente sabe lo que es bueno y elige lo mejor y sus acciones son, por ende virtuosas, “y los principios de la acción son el propósito de esta acción”9). El prudente atiende a sus principios, que son su razón, y por ello se dice que la prudencia, el mayordomo de la razón, es “La virtud de la parte del alma que opina”10).
El hombre que es virtuoso decide después de deliberar, y por lo tanto, desea de acuerdo con la deliberación. Es decir, el principio de la acción procede de un apetito, pero se atiende a la recta razón que le dice si debe desearlo o no. La razón manda sobre los deseos.
Pero para el hombre corrompido por el placer o el dolor, el principio no es manifiesto, y ya no ve la necesidad de elegirlo y hacerlo todo con vistas a tal fin: el vicio destruye el principio”11). Luego entonces, un hombre que se ha corrompido por placer o el dolor, por perseguirlo o huir con exceso de ello, por equivocarse en cuanto a los objetos del apetito, y por desear los objetos de aversión, si bien puede deliberar y aún elegir, será en relación a objetos diferentes, pues en los hombres incontinentes ante los placeres o dolores, la elección se ha realizado aún antes de deliberar.
Se elige algo que es contrario a la deliberación, y por esto tenemos un cierto carácter. Las acciones que resultan de este modo de ser son voluntarias, puesto que sus principios están y dependen de nosotros. Pero existe una diferencia entre las acciones y los modos de ser en cuanto a la voluntad de los mismos, pues de las acciones “somos dueños desde el principio hasta el fin, si conocemos las circunstancias particulares, en cambio, de nuestros modos de ser somos dueños solo del principio” 12)
El deseo, que es le fin, se impone, por así decirlo, a la elección resultante de la deliberación que ha tenido lugar en la parte racional del alma. Se apetece lo agradable o lo doloroso y se persigue o rehuye voluntariamente, en tanto que de nuestras acciones somos dueños desde el principio.
Paradójicamente, el hombre elige ser malo al obedecer a sus apetitos sobre su razón, pero entonces no obra voluntariamente, pues como ya se dijo, el objeto de la voluntad es el bien y si no se elige este es que no se actúa voluntariamente. Pero también es cierto que el principio de la acción está en nuestro poder, y lo que está en nuestro poder es voluntario. Por lo tanto, el principio de la acción debe provenir de los apetitos, los que al desear algo malo para uno mismo, lo hacen no como un amigo, sino todo lo contrario.
Sin embargo, el hombre que duda es porque sabe, que de acuerdo a sus principios, que son su razón, no debe desear lo que apetece: “hace lo que sabe que no debe hacerse”13). Este genero de hombres, saben, tienen principios, actúan voluntariamente - pues no hay causa externa que forcé sus actos-, pero al desear, eligen y deliberan en ese orden, y por lo tanto, su modo de ser no es producto de una, “inteligencia deseosa o de un deseo inteligente”14).
El deseo desbanca a la razón, aun a costa de él, en tanto que la razón, que sabe, no hace uso de este saber, “pues empleamos el termino saber en dos sentidos....del que tiene conocimiento pero no lo usa, como del que lo usa”15).
Dado que el alma, en tanto que tiene razón, delibera con base en dos tipos de conocimiento: el universal o general y el particular o sensible. Cuando se hace uso de este conocimiento, la conclusión que resulta de ser afirmada por toda el alma, y “cuando la acción se requiere, debe obrar inmediatamente”16). Pero el deseo hace que actuemos de manera contraria “porque el deseo tiene la capacidad de mover todas y cada una de las partes (del alma)”17).
La premisa mayor es una opinión universal, es la razón mayor, son los principios de donde parte el pensamiento. La premisa menor, es la opinión particular que los hombres tienen sobre ciertas cosas, las sensaciones que caen bajo el dominio de la percepción y son más verdaderas, y con las que hay que estar acuerdo.
La opinión particular puede o no seguir a la opinión universal, pero la razón afirma o niega esta deliberación y elige en consecuencia. La opinión, entonces, no es contraria a la recta razón, pero el deseo, sí... Y uno duda a quien seguir: a la razón o al deseo.
Existe la duda porque el hombre posee un principio que se opone al deseo humano, y eso es, en sí, un bien. Pero los dolores que embargan al hombre son tan fuertes, que expulsan a la razón y lo llevan a cumplir el deseo.
Que los modos de ser son resultado de las actividades del alma, eso es evidente, “pero, una vez que han llegado a serlo ya no les es posible no serlo”18). Porque el vicio destruye el principio. Y el vicio, que son deseos de lo placentero, es consecuencia de los apetitos para calmar el dolor “porque el apetito va acompañado de dolor, aunque parezca absurdo sentir dolor a causa del placer”19).
El dolor es tan fuerte en estos hombres, que el poseer conocimiento y deliberar o no sale sobrando, cuando la pasión los fuerza a ser de acuerdo con el deseo de lo placentero. Porque el dolor desaloja y luego destruye el razonamiento. “que tales hombres se expresen en términos de conocimiento, nada indica, de modo que hemos de suponer que los incontinentes hablan como los actores de un teatro”20).
Son hombres porque dudan, aunque son seres muy adoloridos, ya el iracundo, el cobarde, el lujurioso, el audaz, ya cualquier forma de incontinencia.
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