Es evidente que México se encuentra en graves problemas. Un diagnóstico básico de las causas, por medio de los síntomas, se enfocaría en dos grandes focos internos y uno mayor de orden externo: las causas internas, serían la violencia y el crimen; y la otra, la incapacidad manifiesta del Felipe Calderón para gobernar a esta nación.
Externamente, México se ha topado en tiempo y forma, con una crisis generalizada del modelo político y económico impuesto por los Estados Unidos, a principios de la década de los años 70’s.
Por lo que respecta al desorden internacional, los efectos apenas comienzan, las peores consecuencias aún están por llegar. Es la bancarrota de un espejismo, derrumbe de ilusiones y fantasías. Es una gran guerra mundial, todavía reglamentada por el comercio. Es el preámbulo de acomodamientos en las hegemonías y polos de influencia política y económica. ¿Qué tan cerca está el precipicio vislumbrado por los gurús de la economía yanqui, que hasta a un negro carismático le han confiado la gerencia general, lo que los gringos llaman presidencia, tan lejana de lo que los mexicanos entendemos por tal?
Justamente, los grandes problemas nacionales, los que se tendrán que resolver en México, con o sin crisis mundiales, deberán primero resolver el problema de la Presidencia Nacional, el de la Paternidad ejemplar, el del primero de la nación. Figura central, gozne que sostiene todo, fuente de respeto, naturaleza misma de la autoridad, el Presidente de México sufre desde hace años el combate a muerte de todos los enemigos de este país.
Los que ambicionan la riqueza permanente, en bolsillos que se vacían en las arcas del exterior, de los santurrones que no cesan en la pretensión de adueñarse de educación y conciencias, por los monopolios del pan y del circo. Son las instituciones financieras que sangran el ahorro producido en este país; son las divisiones religiosas que se imaginan dueñas de la verdadera moralidad del ser humano; son los monopolios de televisión que lucran con la ignorancia, miseria y desesperación de los mexicanos.
Frente a estos grandes acaparadores y especuladores del destino nacional, la flaca figura del Presidente no solo ya no asusta, no impone, menos gobierna, al final cada vez descompone y más que eso pervierte, corrompe e institucionaliza los defectos y vicios que sostienen este aparato inútil y maligno: diputados, magistrados, jueces, burócratas de cualquier nivel, líderes sindicales, policías, maestros, empleados públicos. Cual vil tirano, quien ocupa la presidencia de México se sostiene con miles de empleados a su servicio, alejados, insensibles, oportunistas, cómplices del jefe.
Externamente, México se ha topado en tiempo y forma, con una crisis generalizada del modelo político y económico impuesto por los Estados Unidos, a principios de la década de los años 70’s.
Por lo que respecta al desorden internacional, los efectos apenas comienzan, las peores consecuencias aún están por llegar. Es la bancarrota de un espejismo, derrumbe de ilusiones y fantasías. Es una gran guerra mundial, todavía reglamentada por el comercio. Es el preámbulo de acomodamientos en las hegemonías y polos de influencia política y económica. ¿Qué tan cerca está el precipicio vislumbrado por los gurús de la economía yanqui, que hasta a un negro carismático le han confiado la gerencia general, lo que los gringos llaman presidencia, tan lejana de lo que los mexicanos entendemos por tal?
Justamente, los grandes problemas nacionales, los que se tendrán que resolver en México, con o sin crisis mundiales, deberán primero resolver el problema de la Presidencia Nacional, el de la Paternidad ejemplar, el del primero de la nación. Figura central, gozne que sostiene todo, fuente de respeto, naturaleza misma de la autoridad, el Presidente de México sufre desde hace años el combate a muerte de todos los enemigos de este país.
Los que ambicionan la riqueza permanente, en bolsillos que se vacían en las arcas del exterior, de los santurrones que no cesan en la pretensión de adueñarse de educación y conciencias, por los monopolios del pan y del circo. Son las instituciones financieras que sangran el ahorro producido en este país; son las divisiones religiosas que se imaginan dueñas de la verdadera moralidad del ser humano; son los monopolios de televisión que lucran con la ignorancia, miseria y desesperación de los mexicanos.
Frente a estos grandes acaparadores y especuladores del destino nacional, la flaca figura del Presidente no solo ya no asusta, no impone, menos gobierna, al final cada vez descompone y más que eso pervierte, corrompe e institucionaliza los defectos y vicios que sostienen este aparato inútil y maligno: diputados, magistrados, jueces, burócratas de cualquier nivel, líderes sindicales, policías, maestros, empleados públicos. Cual vil tirano, quien ocupa la presidencia de México se sostiene con miles de empleados a su servicio, alejados, insensibles, oportunistas, cómplices del jefe.
No comments:
Post a Comment