Sin
autorización, pero con la seguridad de su consentimiento, de la pluma de
Braulio Peralta, reproduzco un texto publicado en las páginas de Milenio Diario
del 13 de julio, que considero encaja bien en las circunstancias por las que
atraviesa nuestro Diario vivir, el
decano Monitor de Tejupilco, y se asocia con los prolegómenos del asalto al
gobierno municipal de Tejupilco –seguramente en muchos otros municipios
mexiquenses ocurren cosas parecidas, semejantes o peores- Son los escarceos de
los que les “gusta ayudar a la gente”, sociedades de bandidos, de lobos
disfrazados con pieles de ovejas: son auténticos piratas sin alma, corsarios y
filibusteros desalmados, que como chinches trepadoras se juntan –solo al
principio, luego se pelean- para asechar al Rey en turno, al Presidente
Municipal transmutado en Gestor Social, a las arcas, públicas y que cuentan,
para ello, con el desánimo, las flaquezas, las soledades y frustraciones de la
juventud en la primea adultez, los que van de los 18 a los 28-30 años y que han
visto coronar sus expectativas, con fracasos, desempleo, vicios, canalla y por
eso, están dispuestos a apoyar a nativos que los embaucan, seducen y pastorean,
como le ocurre al periodista del relato, a continuación.
I
Para su examen
de ingreso al periódico El Día, el joven se esmero en escribir su reportaje
sobre la situación precaria en que viven los voceadores de diarios y revistas
de la ciudad de México. Era un trabajo fácil porque vivía justo en la calle de
Artículo 123, ahí donde los voceadores distribuían los periódicos a la capital.
Para nadie es un secreto las condiciones laborales de esos trabajadores: viven
de la venta del papel impreso por porcentaje, no tienen prestaciones, trabajan
por la madrugada, desayunan tamales envueltos en un bolillo, con atole o café y
a vender medios de comunicación. El que más grita en la calle tiene mayores
posibilidades de sacar el dinero del día: ¡El Universal, La prensa, Esto, El
sol, Excélsior…!
Presentó su
trabajo, realizado con entrevistas de los involucrados, a Carmen de la Vega, la
jefa de información del diario con tendencias de izquierda priista, en plena
decadencia. Cero comentarios de “la jefa” al escrito del aspirante a reportero.
Horas de espera. Por fin lo mandaron llamar a la Dirección General: Don Enrique
Ramírez y Ramírez, parco, de mirada penetrante, dijo: Tiene usted posibilidades
de ser reportero. Su reportaje no es algo nuevo, se conoce. Pero los periodistas jamás nos
ocupamos de los compañeros del oficio para denigrar al gremio. Si yo publicara
lo que usted ha escrito, nuestro diario se dejaría de distribuir por los
voceadores de México. Aprenda su primera lección y váyase a su mes de prueba.
Felicidades.
Nunca le
regresaron a ese joven el reportaje o crónica —por aquel entonces no encontraba
las diferencias entre los géneros—. El jovencito asimiló la lección: Nada
contra el gremio aunque la situación laboral sea un desastre. Usted se calla.
Se ocupa de la calle sin involucrar a los dueños de diarios y revistas. La
cadena de distribución de medios de comunicación se sustenta en la hipocresía
de dar trabajo a desempleados que, para sobrevivir, trabajan en condiciones de
esclavitud, en tiempos modernos.
A pesar de
aquello, trabajó en El Día con gran ilusión. Pensaba denunciar atropellos,
corrupciones, la situación laboral de los trabajadores, y hasta creía que podía
meter en su agenda de actividades los derechos humanos de las minorías,
especialmente la de los gays y lesbianas que sufrían discriminación de todo
tipo, obvio, hasta ahora.
El oficio en
las escuelas es sencillo, bonito y barato, si estudiaste en la Universidad
Nacional Autónoma de México. Tu inscripción anual de 250 pesos y el derecho a
todas las clases hasta tu crédito como licenciado en periodismo y comunicación
colectiva. Para el oficio en una sala de redacción, nada de lo estudiado sirve
ni se le parece. Cómo, cuándo, dónde, por qué… pero el contenido, el escrito,
la nota, también tiene un sentido político que irremediablemente no está en tus
manos sino en la directriz misma del diario. Adiós a la teoría: bienvenido a la
práctica. Despídete de tus sueños de libertad. El Día se convirtió en la
primera frustración para aquel joven que quería escribir de la corrupción del
gobierno… Aprender el oficio:
viajar a Acapulco a una cobertura del presidente José López Portillo con los
banqueros de México. —No te preocupes: al rato te pasamos el boletín de prensa.
Ve y descansa en la alberca, tranquilo… De regreso, con el boletín en la mano,
el joven reportero, de repente, vio que repartían sobres. Nervios. Alguien le
dijo al joven: ¿No vas a ir por tu sobrecito con Galindo? Pues no, dijo muy
orgulloso. Haya tú: de todas formas alguien se queda con el contenido. Esa fue
la única vez que cubrió la fuente de presidencia…hasta ser relegado…
¿Cómo puede un
joven con ilusiones hacer carrera en medios de comunicación cerrados a la
libertad en el quehacer nacional? ¿Qué debe hacerse para ejercer un oficio
maravilloso donde la vida palpita a cada rato y pide que las palabras lo
expresen? ¿Cuándo la oportunidad de un reportero en sus aspiraciones legítimas
de escribir que los diarios no están construyendo ideas ni lectores, que más
bien, se burocratiza el oficio en la cobertura de las instituciones, sin
salirse del esquema gubernamental? El joven empezaba a confundirse con tanta
mentira, con apenas tres años laborales.
El Día era una
cooperativa. El joven se hizo cooperativista. Pero el dueño, el jefe era Enrique Ramírez y Ramírez, de izquierda
pero amigo de Fidel Velázquez, de diputados, de priistas de abolengo —fue
íntimo de Vicente Lombardo Toledano—. Había para entonces una consentida: “la
señorita Socorro Díaz”. La sucesora después de la muerte del hombre que había
registrado el periódico a su nombre. ¿Cuál cooperativa? Lo escribe la
periodista Paz Muñoz: “No le des vueltas. El verdadero apoyo con el que contó
Socorro Díaz fue del sistema. Un sistema al que hay que entender, o te chingas.
Un sistema que apoya o no a quien le conviene. No fue zutano o perengano, con
nombre y apellido. No. Fueron los contactos, sus contactos…”
II
Crónica de la
intimidad: Aquel joven, escapando de las mentiras que la realidad vomita,
empezó a buscarse a sí mismo, lejos del oficio que escogió porque creía que
podía cambiar la disparidad, la pobreza, el respeto a los otros. Prefirió la
evasión: Noches de desenfreno. Descubriendo cuerpos. La sexualidad, centro de
cambio y reconocimiento. Las lecturas de Wilhelm Reich lo hacían revolucionario
de sus emociones escondidas. Las amistades peligrosas a todo lo que da pero,
cuidado, como que el joven rechazaba el vacío que otorga ese tipo de felicidad
y prefirió a los mayores, para entender que el mundo, si es uno, es mejor. Sus
placeres lo llevaron a conocer a gente involucrada en la lucha de los derechos
homosexuales -Nancy Cárdenas, Juan Jacobo Hernández, Carlos Monsiváis, José
Joaquín Blanco, Olivier Debroise y un largo etcétera- de gente interesada en
escribir, desdecir la realidad a través de la ficción o cronicar la realidad
para desenmascarar el engaño de sistemas opresivos. Grandes lectores que le
abrieron el oficio de comprender la vida, que nunca es como la cuentan los
padres, la escuela, menos la religión. La vida es la que uno quiere vivir. No
hay peor pecado que no ejercer tus posibilidades de ser.
III
Regreso a la
crónica pública: Pero el joven, ya no tan joven…Lo más cerca que ha estado el
joven reportero que lo corrieran de un diario por una nota publicada fue a raíz
de una entrevista a Isela Vega que dijo que José López Portillo era un “pinche
presidente con patillas de cochero”, al que nada más le faltaba “encontrarse el
tesoro de Moctezuma”. El director del periódico, Manuel Becerra Acosta estaba
furioso —producto de una llamada de la oficina de prensa de la presidencia. Iba
a liquidar al joven escribiente, pero Fernando Benítez intervino para decirle
que las declaraciones de la actriz y vedette era lo que pensaba la mayoría del
pueblo mexicano. El joven se salvó pero comprendió que más vale seguir por el
lado de la cultura, escribiendo en aparente libertad, que la fuente de la
presidencia con boletines de prensa, más seguro y remunerador, pero con graves
problemas de conciencia.
Para entonces
el joven ya adulto empezó a estudiar literatura dramática en la Facultad de
Filosofía y Letras, sin haber terminado su carrera de periodismo. Bueno, en
realidad no terminó ninguna de las dos licenciaturas porque después se interesó
por la fotografía y la historia del arte. Un huidizo sin resultados. Creía que
estudiando podría entender más a la cultura, y leyendo, escribir mejor. No
creía que los talleres de periodismo o de especialidades como la crónica, eran
consistentes para realizar un mejor oficio. Ni encontraba grandes perspectivas
en el periodismo nacional. Menos, cuando los accionistas del Unomásuno se
pelearon y salieron 135 periodistas. El joven adulto, que seguía creyendo en la
libertad de expresión y en la defensa de los derechos laborales, salió junto
con aquel grupo que fundaron el periódico La Jornada, en 1984…
IV
El adulto, que
ya no era joven, platicaba con amigos sobre su porvenir. Estaba acostumbrado a
NO interpretar las noticias, a dar la información escueta, sin siquiera atisbos
de lo que llaman dar color a un reportaje. Sabía que sin reportero no hay
crónica y por eso muchos escritores fallan en el género: escriben bien bonito
pero no tienen el oficio del diarista.
El adulto
sufría más en escribir que cuando era un jovencito sin rumbo, había perdido el
tiempo en escribir de todo, justo, el oficio del reportero sin género ni
estilo. Luis G. Urbina describe a la crónica como “un cocuyo en la noche”: la
crónica es el despertar de la conciencia. Son crónicas, las de los
conquistadores, Hernán Cortés en sus Cartas de relación, o Bernal Díaz del
Castillo en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, y de ahí
a los liberales del siglo XIX con Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano,
Francisco Zarco, Luis González Obregón…Alfonso Reyes… Nacimos con riqueza
literaria en el género pero lo abandonamos hasta la llegada de Salvador Novo,
el cronista por antonomasia. Hasta el mejor exponente de la crónica
contemporánea: Carlos Monsiváis.
La crónica, si
persiste, es literatura, si no, entonces no dejas de ser más que un periodista
de moda que tarde o temprano pasa de moda. Cronistas que interpretan noticias
son los que más daño que bien han hecho en el periodismo. Solo a través del
tiempo sabremos el nivel de una crónica escrita hoy. La crónica es el
antecedente de la historia, la crónica no puede ser ni frases bonitas ni
denuncias sin comprobación. Y la prosa, ¿importa que sea mal escrita cuando de
denunciar se trata? Esa no era la tradición. No era así. La tradición es
escribir bien. El cronista que trabaja para el gusto de los lectores con
ideología preestablecida se pierde en un sistema donde imperan las
complacencias. La izquierda o la derecha tendrían que aprender a deslindar la
ideología de lo realmente importante en el trabajo de un cronista.
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