Monday, July 14, 2014

LECCIONES DE PERIODISMO

Sin autorización, pero con la seguridad de su consentimiento, de la pluma de Braulio Peralta, reproduzco un texto publicado en las páginas de Milenio Diario del 13 de julio, que considero encaja bien en las circunstancias por las que atraviesa nuestro Diario  vivir, el decano Monitor de Tejupilco, y se asocia con los prolegómenos del asalto al gobierno municipal de Tejupilco –seguramente en muchos otros municipios mexiquenses ocurren cosas parecidas, semejantes o peores- Son los escarceos de los que les “gusta ayudar a la gente”, sociedades de bandidos, de lobos disfrazados con pieles de ovejas: son auténticos piratas sin alma, corsarios y filibusteros desalmados, que como chinches trepadoras se juntan –solo al principio, luego se pelean- para asechar al Rey en turno, al Presidente Municipal transmutado en Gestor Social, a las arcas, públicas y que cuentan, para ello, con el desánimo, las flaquezas, las soledades y frustraciones de la juventud en la primea adultez, los que van de los 18 a los 28-30 años y que han visto coronar sus expectativas, con fracasos, desempleo, vicios, canalla y por eso, están dispuestos a apoyar a nativos que los embaucan, seducen y pastorean, como le ocurre al periodista del relato, a continuación.
I
Para su examen de ingreso al periódico El Día, el joven se esmero en escribir su reportaje sobre la situación precaria en que viven los voceadores de diarios y revistas de la ciudad de México. Era un trabajo fácil porque vivía justo en la calle de Artículo 123, ahí donde los voceadores distribuían los periódicos a la capital. Para nadie es un secreto las condiciones laborales de esos trabajadores: viven de la venta del papel impreso por porcentaje, no tienen prestaciones, trabajan por la madrugada, desayunan tamales envueltos en un bolillo, con atole o café y a vender medios de comunicación. El que más grita en la calle tiene mayores posibilidades de sacar el dinero del día: ¡El Universal, La prensa, Esto, El sol, Excélsior…!
Presentó su trabajo, realizado con entrevistas de los involucrados, a Carmen de la Vega, la jefa de información del diario con tendencias de izquierda priista, en plena decadencia. Cero comentarios de “la jefa” al escrito del aspirante a reportero. Horas de espera. Por fin lo mandaron llamar a la Dirección General: Don Enrique Ramírez y Ramírez, parco, de mirada penetrante, dijo: Tiene usted posibilidades de ser reportero. Su reportaje no es algo nuevo,  se conoce. Pero los periodistas jamás nos ocupamos de los compañeros del oficio para denigrar al gremio. Si yo publicara lo que usted ha escrito, nuestro diario se dejaría de distribuir por los voceadores de México. Aprenda su primera lección y váyase a su mes de prueba. Felicidades.
Nunca le regresaron a ese joven el reportaje o crónica —por aquel entonces no encontraba las diferencias entre los géneros—. El jovencito asimiló la lección: Nada contra el gremio aunque la situación laboral sea un desastre. Usted se calla. Se ocupa de la calle sin involucrar a los dueños de diarios y revistas. La cadena de distribución de medios de comunicación se sustenta en la hipocresía de dar trabajo a desempleados que, para sobrevivir, trabajan en condiciones de esclavitud, en tiempos modernos.
A pesar de aquello, trabajó en El Día con gran ilusión. Pensaba denunciar atropellos, corrupciones, la situación laboral de los trabajadores, y hasta creía que podía meter en su agenda de actividades los derechos humanos de las minorías, especialmente la de los gays y lesbianas que sufrían discriminación de todo tipo, obvio, hasta ahora.
El oficio en las escuelas es sencillo, bonito y barato, si estudiaste en la Universidad Nacional Autónoma de México. Tu inscripción anual de 250 pesos y el derecho a todas las clases hasta tu crédito como licenciado en periodismo y comunicación colectiva. Para el oficio en una sala de redacción, nada de lo estudiado sirve ni se le parece. Cómo, cuándo, dónde, por qué… pero el contenido, el escrito, la nota, también tiene un sentido político que irremediablemente no está en tus manos sino en la directriz misma del diario. Adiós a la teoría: bienvenido a la práctica. Despídete de tus sueños de libertad. El Día se convirtió en la primera frustración para aquel joven que quería escribir de la corrupción del gobierno…         Aprender el oficio: viajar a Acapulco a una cobertura del presidente José López Portillo con los banqueros de México. —No te preocupes: al rato te pasamos el boletín de prensa. Ve y descansa en la alberca, tranquilo… De regreso, con el boletín en la mano, el joven reportero, de repente, vio que repartían sobres. Nervios. Alguien le dijo al joven: ¿No vas a ir por tu sobrecito con Galindo? Pues no, dijo muy orgulloso. Haya tú: de todas formas alguien se queda con el contenido. Esa fue la única vez que cubrió la fuente de presidencia…hasta ser relegado…
¿Cómo puede un joven con ilusiones hacer carrera en medios de comunicación cerrados a la libertad en el quehacer nacional? ¿Qué debe hacerse para ejercer un oficio maravilloso donde la vida palpita a cada rato y pide que las palabras lo expresen? ¿Cuándo la oportunidad de un reportero en sus aspiraciones legítimas de escribir que los diarios no están construyendo ideas ni lectores, que más bien, se burocratiza el oficio en la cobertura de las instituciones, sin salirse del esquema gubernamental? El joven empezaba a confundirse con tanta mentira, con apenas tres años laborales.
El Día era una cooperativa. El joven se hizo cooperativista. Pero el dueño, el jefe  era Enrique Ramírez y Ramírez, de izquierda pero amigo de Fidel Velázquez, de diputados, de priistas de abolengo —fue íntimo de Vicente Lombardo Toledano—. Había para entonces una consentida: “la señorita Socorro Díaz”. La sucesora después de la muerte del hombre que había registrado el periódico a su nombre. ¿Cuál cooperativa? Lo escribe la periodista Paz Muñoz: “No le des vueltas. El verdadero apoyo con el que contó Socorro Díaz fue del sistema. Un sistema al que hay que entender, o te chingas. Un sistema que apoya o no a quien le conviene. No fue zutano o perengano, con nombre y apellido. No. Fueron los contactos, sus contactos…”
II
Crónica de la intimidad: Aquel joven, escapando de las mentiras que la realidad vomita, empezó a buscarse a sí mismo, lejos del oficio que escogió porque creía que podía cambiar la disparidad, la pobreza, el respeto a los otros. Prefirió la evasión: Noches de desenfreno. Descubriendo cuerpos. La sexualidad, centro de cambio y reconocimiento. Las lecturas de Wilhelm Reich lo hacían revolucionario de sus emociones escondidas. Las amistades peligrosas a todo lo que da pero, cuidado, como que el joven rechazaba el vacío que otorga ese tipo de felicidad y prefirió a los mayores, para entender que el mundo, si es uno, es mejor. Sus placeres lo llevaron a conocer a gente involucrada en la lucha de los derechos homosexuales -Nancy Cárdenas, Juan Jacobo Hernández, Carlos Monsiváis, José Joaquín Blanco, Olivier Debroise y un largo etcétera- de gente interesada en escribir, desdecir la realidad a través de la ficción o cronicar la realidad para desenmascarar el engaño de sistemas opresivos. Grandes lectores que le abrieron el oficio de comprender la vida, que nunca es como la cuentan los padres, la escuela, menos la religión. La vida es la que uno quiere vivir. No hay peor pecado que no ejercer tus posibilidades de ser.
III
Regreso a la crónica pública: Pero el joven, ya no tan joven…Lo más cerca que ha estado el joven reportero que lo corrieran de un diario por una nota publicada fue a raíz de una entrevista a Isela Vega que dijo que José López Portillo era un “pinche presidente con patillas de cochero”, al que nada más le faltaba “encontrarse el tesoro de Moctezuma”. El director del periódico, Manuel Becerra Acosta estaba furioso —producto de una llamada de la oficina de prensa de la presidencia. Iba a liquidar al joven escribiente, pero Fernando Benítez intervino para decirle que las declaraciones de la actriz y vedette era lo que pensaba la mayoría del pueblo mexicano. El joven se salvó pero comprendió que más vale seguir por el lado de la cultura, escribiendo en aparente libertad, que la fuente de la presidencia con boletines de prensa, más seguro y remunerador, pero con graves problemas de conciencia.
Para entonces el joven ya adulto empezó a estudiar literatura dramática en la Facultad de Filosofía y Letras, sin haber terminado su carrera de periodismo. Bueno, en realidad no terminó ninguna de las dos licenciaturas porque después se interesó por la fotografía y la historia del arte. Un huidizo sin resultados. Creía que estudiando podría entender más a la cultura, y leyendo, escribir mejor. No creía que los talleres de periodismo o de especialidades como la crónica, eran consistentes para realizar un mejor oficio. Ni encontraba grandes perspectivas en el periodismo nacional. Menos, cuando los accionistas del Unomásuno se pelearon y salieron 135 periodistas. El joven adulto, que seguía creyendo en la libertad de expresión y en la defensa de los derechos laborales, salió junto con aquel grupo que fundaron el periódico La Jornada, en 1984…
IV
El adulto, que ya no era joven, platicaba con amigos sobre su porvenir. Estaba acostumbrado a NO interpretar las noticias, a dar la información escueta, sin siquiera atisbos de lo que llaman dar color a un reportaje. Sabía que sin reportero no hay crónica y por eso muchos escritores fallan en el género: escriben bien bonito pero no tienen el oficio del diarista.
El adulto sufría más en escribir que cuando era un jovencito sin rumbo, había perdido el tiempo en escribir de todo, justo, el oficio del reportero sin género ni estilo. Luis G. Urbina describe a la crónica como “un cocuyo en la noche”: la crónica es el despertar de la conciencia. Son crónicas, las de los conquistadores, Hernán Cortés en sus Cartas de relación, o Bernal Díaz del Castillo en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, y de ahí a los liberales del siglo XIX con Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Zarco, Luis González Obregón…Alfonso Reyes… Nacimos con riqueza literaria en el género pero lo abandonamos hasta la llegada de Salvador Novo, el cronista por antonomasia. Hasta el mejor exponente de la crónica contemporánea: Carlos Monsiváis.

La crónica, si persiste, es literatura, si no, entonces no dejas de ser más que un periodista de moda que tarde o temprano pasa de moda. Cronistas que interpretan noticias son los que más daño que bien han hecho en el periodismo. Solo a través del tiempo sabremos el nivel de una crónica escrita hoy. La crónica es el antecedente de la historia, la crónica no puede ser ni frases bonitas ni denuncias sin comprobación. Y la prosa, ¿importa que sea mal escrita cuando de denunciar se trata? Esa no era la tradición. No era así. La tradición es escribir bien. El cronista que trabaja para el gusto de los lectores con ideología preestablecida se pierde en un sistema donde imperan las complacencias. La izquierda o la derecha tendrían que aprender a deslindar la ideología de lo realmente importante en el trabajo de un cronista.

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