Hay quien dice que el sexo es raíz, que el erotismo es el tallo y el amor es la flor ¿Cuáles son los frutos? En la “llama
doble” Octavio Paz sentencia que ese es el enigma que hace tan deseable estar
con otro y transfigura el erotismo, en la función intelectual de la sexualidad. Me
adelanto a mi desarrollo y afirmo categóricamente, que el fruto mayor, del trayecto sexualidad-erotismo-amor (buen sexo, carretonadas de erotismo y flores delicadas) es, debe ser: la amistad real.
Sexo, erotismo y amor son los
componentes del deseo humano, que desbordan la naturaleza dominante de la
sexualidad natural -extensiva a todos los seres vivos- porque se asumen y
cosifican, se crean y destruyen, nacen y mueren, reviven y son eternos, a
partir de la imaginación, el elemento más humano, esencialmente, porque solo existe a través
del lenguaje. Es la tesis del Nobel mexicano, que adquiere vigencia en la
antesala del día dedicado en el mundo comercial, a recordar que “el amor no
puede detenerse, es una pálida sombra, no se puede vivir sin él…”
En uno de los diálogos de Platón,
el de Fedro o del Banquete, Aristófanes explica el nacimiento del amor entre
los seres humanos, con el mito de una primitiva naturaleza humana, en donde no
eran dos sino tres los géneros, todos alojados en un solo ser; de cuatro patas
y manos y orejas y rostros, de cuerpos redondos, altivos y ensoberbecidos, al
grado de pretender atentar contra los dioses del Olimpo. Zeus, en vez de acabar
con su linaje que le veneraba, como lo hiciera antes con los gigantes, decide
enviar un rayo que parte en dos a los súbditos y los vuelve frágiles. Apolo se
encargara de modificar al producto resultante, los endereza, voltea, los tuerce,
hasta terminar con el ombligo, como zurcido final. Desde entonces, cuenta
Aristófanes, cada sexo dividido anda en busca de su contraparte, pues no son
nadie, sin el complemento de lo que alguna vez fueron estos seres primitivos.
Dar
con nuestra “media naranja” no es sólo una frase coloquial sino que tiene
resabios míticos. Un poco más tarde, otro de los invitados, Sócrates, pone en labios
de la extranjera Diotima la verdadera naturaleza del deseo y del amor: Eros es
un daimon, un mensajero entre los dioses y los hombres. Nacido de dos deidades,
Poros, la abundancia, y Penia, la pobreza, su naturaleza es dual: es pobre y
desaliñado y por ello busca lo que no tiene: la abundancia y la belleza; es
ignorante y desea la sabiduría. Eros, el ser deseante por excelencia, alienta
en los hombres la búsqueda de la posesión perenne de estos bienes y así la
felicidad duradera.
En
un principio, cuando las palabras guardaban una relación cercana con las cosas,
el verbo “desear” tuvo su origen en un término de la lengua de los augures:
desiderare, derivado del latín sidus, sideris: astro (de donde viene
precisamente “sideral”). Así, mientras considerare tenía que ver con contemplar
o examinar un astro, desiderare se empleaba para lamentar su ausencia: echar de
menos la presencia de un astro favorable en nuestro firmamento. Como puede
verse, en ese remoto origen el deseo tenía los ojos puestos en algo muy alto y
muy lejano: inaccesible. Muy lejos, entonces, de la dimensión erótica y
libidinal con la que llegaría a asimilarse después. También al vocablo Eros le
sucedió una evolución semántica similar a la de la palabra “deseo”: de ser ese
daimon que impelía a la completud y la perfección en los hombres, el afamado
“amor platónico”, ha pasado a designar en el lenguaje ordinario el aliento y la
fantasía que impulsa el goce de los sentidos y los placeres carnales.
Otro
caso que se relaciona con la palabra, su origen y significado, tanto con el deseo y la noción de erotismo,
libido, el gusto y el placer, es la de Soberanía. Para la Real Academia de la
Lengua, Soberanía es una cualidad de soberano; Autoridad suprema del poder
público, un orgullo, es soberbia o altivez. Pero en su origen, Soberanía
designaba claramente aquello que estuviera por encima del “ano”
(supper annus) símbolo de pertenencia y procedencia. Y creo que cualquiera podría
firmar de conformidad con este atributo que le da al ano, una propiedad propia.
Lo
importante es resaltar el vínculo que desde entonces se gesta entre las partes
del cuerpo, los estadios del deseo, placer y erotismo, con los descubrimientos
que muchos siglos después, en el retorno de Sigmund Freud a la sabiduría antigua,
el redescubrimiento del Psicoanálisis –La Ética de Aristóteles- figuran tres etapas en la formación del sujeto
y su relación con estos principios y términos, dependiendo de cada quien y su
circunstancia: para Freud, el ser humano transita en la formación de su
humanidad por el estadio de la oralidad, el que existe desde el momento del
nacimiento y la natural apetencia por el alimento materno. Sin duda que el
primero de los placeres vitales es el amamantamiento –tan repudiado actualmente
por las mujeres que prefieren convertir sus ubres en imanes, en sebos, para
incautos- Quienes se estacionan en la oralidad, recrean la
neurosis que se expresa por el parloteo incesante, la boca voraz amenazante. Se
le llama Histeria a esta enfermedad de los nervios y se extasía con el sexo
oral. El siguiente estadio lógico y natural por fuerza del tiempo, es el descubrimiento de
sentimientos de dolor y de placer en el momento de defecar. La conciencia de
que existe una sensación de necesidad agradable
al momento de evacuar los intestinos, combinado con la conciencia de las
diferencias en los órganos genitales entre el hombre y la mujer y las preguntas
de la vida sobre el nacimiento de uno mismo, configuran otro momento que estancado,
da pie a la neurosis del Obsesivo, la pasión por el excremento, el
atesoramiento, son estreñidos, la dificultad para soltar, el placer por las
riquezas: pene, caca, bebito, regalo, oro Falo. Los signos rectores del inconsciente
analizable
Valga
este breviario –parloteo- en avalancha, para señalar que el Psicoanálisis
encuentra la terminación de la terapia, justamente cuando el paciente se vuelve
agente y asume la soberanía de su vida, la que no desea otro placer que el
justo, el necesario y el convenientemente placer genital, por encima de la
oralidad y de la analidad. Y eso es una forma nada comercial de entender el
amor, de cifrar la pasión rojo carmesí, la de los corazones en forma de culos empinados, la de la resaca, la cruda moral, la separación dolorosa... odiame por piedad yo te lo pido...
Porque en la Magna Grecia no
existía la palabra amor y las voces usadas para expresar deseos y sentimientos,
eran ágape, el amor del alma o amor ideal en nuestra campo significante; filia
o el amor virtuoso, eros y el amor del cuerpo y xenia el amor de hospitalidad. La
cara opuesta al asunto del amor aparece en Aristóteles, discípulo de Platón, quien
distinguía en la amistad, las diferencias de edades géneros y deseos. Una era
la amistad por placer, la de los jóvenes y del cuerpo, la del gusto; otra, la
amistad por interés, la de necesidad, la amistad de los viejos. En medio, como
método del estagirita, aparece la amistad virtuosa, aquella que es placentera,
justa y necesaria, pero sobretodo y antes que nada es reciproca, buena y
agradable: es el amor en acto, dicen los Psicoanalistas.
Pero son los romanos quienes acuñan la
palabra amor, de donde derivarían las voces amica o novia y de allí amigos; y
de la bella palabra amare, de tonos afectivos, gusto, romance y sexualidad,
lejos del concepto básico de la amistad y la virtud requerida. El mundo vulgar
se atoró en la atracción anatómica, en desuso del deseo noble del alma.
Actualmente los expertos en el tema estudian el comportamiento de hormonas,
endorfinas y una lista enorme de asuntos estrictamente corpóreos.
En Occidente por la corrupción
que la escolástica cometió contra la Filosofía, prevaleció el sentido del amor
platónico, basado en la pasión placentera, el sentido ideal, el sufrimiento
gustoso, el de unidad y dolor, el juvenil, del cuerpo, el deseo prohibido. Luego fue peor. A partir
del derrumbe del Imperio Romano, el ascenso de los intérpretes cristianos y
católicos pervirtió la lógica clásica, y privilegio el sufrimiento como único
medio para alcanzar el éxtasis amatorio. San Pablo en su Primera Epístola a los
Corintios dice que sufrir es benigno, esperar y soportar es obligado para
poder amar, y San Juan afirma que quien no ama, no conoce a Dios.
Cometo
una falta grave al saltarme de golpe y machicuepa siglos de amor, del que va
del oscurantismo que al negar la naturaleza dejaba espacios para la existencia
de libertinos, la persecución de las mujeres, infinidad de reglas e
instituciones destinadas a domar al sexo, los catálogos para imponer
básicamente dos candados a la pasión: la abstinencia y la licencia. Tiempos de
juicios condenatorios a la mujer y su libertad. El imperio de las medidas
inquisitoriales contra el goce y el placer. El Malleus Maleficarum, es el
absurdo que juzgó maldito al cuerpo, al amor y que llevo a la hoguera a miles
de mujeres (Which Witch). Incluso en la mitología prehispánica, el sexo y el
erotismo, la mujer y su cuerpo son vistos como un defecto, un imprevisto y un
castigo. Es la Madre Coatlicue, la vieja Diosa de la Tierra, quien en retiro,
anciana y casta, un día se sabe y se siente embarazada y provoca la cólera de
sus hijas la Luna (Coyolxayhqui) y las Estrellas (Centzonhuitzinahuac) quienes
deciden matarla, a ella, su Madre que llora desconsoladamente al anticipar su
muerte. Sin saber, ni esperar que la voz que le susurraba desde el vientre y le
decía que no temiera, trajera la venida de Huitzilopochtli, su hijo, que nació para la defensa de la Madre Tierra, y para la muerte por desmembramiento de
la Coyoalxauhqui, a quien le corta la cabeza.
Del amor nadie puede hablar con
mayor Autoridad que Stendhal y la generación a la que perteneció. La del
romanticismo francés con Flaubert y Víctor Hugo como tridente soberano de la
vida basada en el honor, la cortesía, la fantasía y lo que bautiza el mismo Henry
Beyle como “cristalización”. Otra vez es la imaginación puesta a tono con la
idea del enamoramiento, la hipnosis y encantamiento, el sacrificio instantáneo,
la apuesta deliciosa: personajes como Luciano Lowen, Madame Bovary o Jean
Valjean son íconos del amor de puntillo, del amor físico, del amor de sociedad,
del amor romántico en Occidente, generalizable en la época a la música y el
ajedrez, la poesía, las exploraciones,
los navegantes, descubrimientos, los inventos
Dice Fernando Savater “Vivimos
inmersos no en los pecados capitales, sino en los pecados del capitalismo” Sin
duda, esta puesta en circulación de los deseos en aras del consumo va de la
mano con la liberalización de la sexualidad y de los cuerpos a partir de la
Revolución Industrial. En lo que se llama capitalismo (hoy le dicen
neoliberalismo) se sitúa a la sociedad dentro del marco de un proceso de
producción. Con este marco, el amor se convierte en un elemento más de dicho
proceso. Las empresas analizan al ser humano y buscan la forma de extraer de él, la mayor cantidad de consumo, no dudando en utilizar el amor y el sexo como
reclamo de un modo desnaturalizado y grotesco. Es el amor contemporáneo, el que
envicia y nos llega en oleadas bárbaras del norte. Destruye mitos esenciales,
corrompe historias familiares, cultura y creación.
Ahora son empresas que evoca en
el consumidor sentimientos amorosos y de deseo, pero su fin último no es buscar
el amor ni el sexo por parte del consumidor, sino su dinero y su trabajo. Se
produce un proceso de deshumanización al identificarse el amor a otro ser
humano con el amor a un producto, ya que dicha asociación trae,
inevitablemente, la asociación del propio ser humano con un producto. Gilles
Deleuze y Félix Guattari consideran que el capitalismo produce una perversión
del concepto natural del amor, situando al ser humano como parte de una máquina
productora y destruyendo el concepto del cuerpo y el alma y Michel Foucault, alerta
“no solo fascismo histórico, sino
también al fascismo que hay en todos nosotros, en nuestras cabezas y en nuestro
comportamiento diario, el fascismo que nos hace amar el poder, desear esa misma
cosa que nos domina y explota”
Es el ascenso del Pornogrial en
mezcolanza con los narcocorridos, “Soy de rancho”, la república de los
testículos en videos con autos y “casas blancas” lujosas. Son tiempos de contrato
del orgasmo y esposas de la televisión y la farándula. La formula “te amo” se
convierte en una expresión ridícula, de miedo, entre parejas que conviven con
la poligamia. Son cuerpos inciertos, rameras en suspenso, en revolución. Las
amenazas del fantasma, el placer del diferir, la tiranía de la mirada, del “selfie”,
alcohol, drogas y ausencia.
No hay humanidad. Hay huida. Se
olvida que el erotismo es poesía, que la poesía es erotismo verbal que ambos
componentes de la humanidad son lenguaje y son imaginación. Que la poesía es al
lenguaje lo que el erotismo es a la sexualidad y como bien señala Octavio Paz, que si
la sexualidad tiene como finalidad la reproducción, estrictamente animal, el
lenguaje al comunicar exclusivamente, también pierde su esencia y razón.
En occidente el amor se ha convertido
en una suerte de sufrimiento apasionado y esta forma de entender el amor en el
lance y finalidad necesaria para alcanzar la virtud, en cambio, en Oriente el
sufrimiento es un medio para llegar a la virtud amatoria: en el Islam, por
ejemplo de los 99 nombres que tiene el Dios musulmán, uno de ellos es el de
Al-Wadud, el amante. Para los Budistas, el karma es el amor sexual y el Karuna
el amor de compasión y misericordia. El primero bloquea el ascenso en la escala
de las chacras, en tanto el otro, dispone la llegada al Nirvana o plenitud
total. Para los chinos wo ai ni significa te amo, en tanto que los japoneses
llaman ai al amor pasional y amae a la dependencia indulgente
Hay trazos hermosos en las
historias del amor, como la fabula del origen de Las mil y una noches, que por
el destino de un engaño, el Sultán Abolhassan decide sacrificar todos los días
a la esposa en turno, para no volver a ser traicionado, hasta que Sherezada le
enseña, con sus mil y un cuentos que el amor está en la imaginación -otra vez- y más aún en el
fondo del alma.
O los contrastes entre Occidente
y Oriente, al final de la célebre obra de Montesquieu, Cartas Persas, cuando
Uzbek escucha la frase lapidaria de su amada, quien confiesa que mientras él
era feliz creyendo que la engañaba, ella, en cambio, era dichosa, sabiendo que,
lo hacía.
Traición y engaño, el amor se ha
vuelto un asunto de comercio, de sufrimiento, de rencores y deslealtades. Por
olvidar lo más importante, lo que da corazón al 14 de febrero, el sentido mismo del amor, su origen natural,
la amistad entre unos y otros, justamente el valor más ausente, el día de hoy
en México.
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