La Psicología es al Psicoanálisis
Lo que la Astrología es a la Astronomía
¡Al fin... se tituló Cristina como
Psicóloga!
Es la Universidad Autónoma del
Estado de México (UAEM). Lo que pudo ser un evento inolvidable se convirtió en
un trámite de rutina, caracterizado por la supina ignorancia del jurado, quien
no atinó a decir nada que pudiera hacer memorable ese día, en un salón vació,
solo la familia.
Decidí no asistir a esta simulación, que como toda la UAEM, confirma que ni es
universidad ni autónoma y tampoco del estado de México. Es una escuela que
imparte cursos con reconocimiento oficial de nivel superior, dependiente del gobernador en turno y del PRI, en manos de una
banda que la tiene secuestrada desde hace muchos años, cuyo objetivo político
es mantener por cinco años ilusionadas a las juventudes sureñas, que apuestan
por el estudio. Es lanzarlos al mercado laboral sin ninguna preparación real y
menos efectiva. Porque los egresados, además de carecer de manejo de otros
idiomas, con severas deficiencias en todos los órdenes del conocimiento, sufren
por la ausencia absoluta del espíritu universal en dicha institución, sin Libertad de Cátedra, autonomía, no hay
espacio para mesas de debates, conciertos sinfónicos, teatro, tertulias, nada.
Son estudiantes que repiten los programas y las lecturas de todos los años (Inteligencia emocional, pero el de Goleman, el esclavo, Sangre de campeón, algo de Ostrovsky...) no hay investigación y por lo tanto tampoco publicaciones, no existe la competencia leal ni la aventura del descubrimiento intelectual. En voz de la hermana de Cristina, mi hija Claudia: la UAEM significa en su vida CINCO AÑOS PERDIDOS.
Ver que la tesis presentada en este día lleva en la portada los nombres del "director" e incluso del "asesor" del trabajo de Cristina es deshonesto y ruin: ninguno de los interfectos se ha parado jamás en la Librería (objeto de la memoria laboral que presentó Cristina como forma de titulación); y luego, que las tres primeras hojas interiores de la tesina sean las "cartas" de aceptación de los supuestos sinodales, que no cambiaron ni una sola coma del trabajo, es aberrante (si tanto les interesa que el documento final incluya dichos oficios burocráticos, pues que vayan en un anexo final) se trata de retener a los estudiantes el mayor tiempo posible, alejados del mercado profesional de los servicios y de humillarlos, adoctrinarlos, aplastar su dignidad y sentido universitario.
No me extenderé en este análisis-denuncia que ya he desarrollado en otras Cartas Sureñas. prefiero dejar testimonio de lo injusto de este momento. CRISTINA MERECÍA UN DOCTORADO HONORIS CAUSA, porque el trabajo que ella desarrolla (sobre todo el porvenir de su proyecto) ha recibido TODOS LOS HONORES a los que puede aspirar una empresa dedicada a los libros y el fomento a la lectura en México: Emprendedora del Estado de México 2015; Premio Nacional de Librería 2016; Premio Nacional al Fomento a la Lectura y Escritura 2017, además de otras galas y reconocimientos sin par, por parte de las instituciones dedicadas tanto a la librería (ALMAC y el Instituto de Desarrollo Profesional de Libreros) como de los libros (Cámara Nacional de la Industria Editorial, Grupo Amatl); sin olvidar la Medalla Leona Vicario que les entregó hace un par de meses el Colectivo Nacional de Sororidad.
ES TRABAJO Y SON RECONOCIMIENTOS REALES, obtenidos de manera ciudadana, por su trabajo fecundo y creador de lectores y de un mercado de libros en el sur del estado de México, y los municipios frontera de Guerrero y Michoacán, QUE NUNCA HA RECIBIDO NINGÚN ACADÉMICO EN TODA LA REGIÓN ni los recibirán... jamás....
Es trabajo a nivel de "tierra", de base, visitando escuelas -al puro estilo Paco Ignacio Taibo II- con los programas "Leer es Jugar" y ¡Salir afuera!: pensados y patentados por la nueva Psicóloga, quien derrocha entusiasmo, imaginación y amabilidad
ES TRABAJO Y SON RECONOCIMIENTOS REALES, obtenidos de manera ciudadana, por su trabajo fecundo y creador de lectores y de un mercado de libros en el sur del estado de México, y los municipios frontera de Guerrero y Michoacán, QUE NUNCA HA RECIBIDO NINGÚN ACADÉMICO EN TODA LA REGIÓN ni los recibirán... jamás....
Es trabajo a nivel de "tierra", de base, visitando escuelas -al puro estilo Paco Ignacio Taibo II- con los programas "Leer es Jugar" y ¡Salir afuera!: pensados y patentados por la nueva Psicóloga, quien derrocha entusiasmo, imaginación y amabilidad
¡FELICIDADES HIJA!
Por soportar a estos ... #%&@
Por soportar a estos ... #%&@
Vaya ahora el capítulo 14 de ¡Una Historia Genial! la novela autobiográfica a la venta en la Librería LibrArte que trata el momento de la titulación de Cristiano Salvador, protagonista de la trama. Hay 37 años de diferencia, los mismo que terminaron el pasado 1 de diciembre con la ascensión de Andrés Manuel López Obrador como Presidente de México
14. El poder absoluto, corrompe absolutamente
Solo habían transcurrido seis
meses, después de aquel día inolvidable, en que mi Padre había jugado la carta
de “vete de la casa y no regreses nunca”.
El asunto de en donde vivir, se
resolvió en un par de días, y luego me vi gratamente involucrado en un enroque
profesional –la única jugada que permite el Ajedrez, en que se mueven dos
piezas al mismo tiempo: se trata de proteger y garantizar la seguridad del
Rey- pues me quedé sin trabajo como
aprendiz de economista, pero al día siguiente empecé a desempeñarme como profesional
de la economía, con oficina, escritorio, secretaria y un sueldo multiplicado
por veinte veces, que el que percibía al momento de afrontar el castigo
paterno, que como todas las veces, se convirtió en un bendito empuje hacia
adelante.
Recuerdo que a lo que más temía al
vivir por mi cuenta y riesgo, era a extraviarme en los encantamientos del
cuerpo y de la carne, en las apetencias del bajo vientre, así que preferí
encerrarme en la abstinencia y enfocar mi atención a escribir y preparar mi
tesis de economía para obtener el título universitario.
Una semana antes de la esperada
titulación, mi hermana contacto a Amanda para invitarme a tomar un café, en
compañía de mi Papá, que quería hablar conmigo. Acepté encantado –tal cual- y
escuché a mi Padre abatido pedirme dos cosas: quería acompañarme y estar
presente en la hora de mi examen profesional, y me proponía regresar nuevamente
a vivir bajo el techo familiar, de vuelta a la casa. Accedí feliz a su primera
petición, rechacé tajante la segunda invitación.
Que había un problema, porque mi
Madre aún no se reponía de la crisis familiar, y que ya había dicho que no
contaran con ella para acompañarme al examen. Vi a mi Padre devastado, como
nunca. Hasta ahora pienso y medio entiendo, lo que pudo afectarlo mi ausencia
cotidiana. Mi Papá se quedó sin su alfil, en manos de una Dama caprichosa y
cruel.
No me extrañaba el berrinche
materno y me mostré indiferente a lo que ella finalmente decidiera hacer. La
conquista de mi independencia atravesaba por las trampas de mi Madre, pero
ahora, yo ya era dueño de mi tablero y las reglas las fijaba con la claridad
meridiana del juego regio. Mi novia y mi hermana prometieron que mi Madre estaría presente. Yo
sabía que sí.
Llegó el día del examen profesional
para obtener el título de Economía en la UNAM. Ya tenía una oficina en la
colonia Roma, enfrente del Palacio de Hierro y me di el lujo de pedirle a una
de las tradicionales vendedoras del almacén, que me ayudara a elegir el atuendo
que debería vestir: traje azul financiero, camisa blanca estilizada, corbata de
seda italiana, unas botas gauchas, cartera de piel, puras marcas exclusivas,
sin faltar un pañuelo elegante.
La hora del examen, a media tarde
me permitió pasar a comer a la Mansión y pedir un bife y una copa del vino de
la casa y de postre un flan caramelizado, todo acompañado del pan formidable,
que preparan en este clásico del buen comer.
Todavía manejaba un VW blanco ya
muy viejito, pero estaba por recibir un Mustang del año, decorado por
Pininfarina. Un aura de triunfo me rodeaba y así me sentía.
Pero estaba cada vez más solo.
Amanda se quedó en casa de mis Padres y planeaba llegar en compañía de mi
familia: ya era ella más González que Mondragón.
Un botón de aquella soledad productiva
en la que me envolvía, es que la tesis presentada, con la que sustentaba mis
estudios en Economía, la planeé, escribí, dibujé, programé e imprimí
absolutamente por mi cuenta y riesgo, yo solo, leyendo, pensando. Luego, busqué un asesor que se colgara
la medalla de la campaña. Ese lugar lo ocupó el Maestro chileno Javier Zuria.
Mi plan para ese día especial, era
que al concluir el proceso de titulación, me reuniría, con mis compañeros en el
departamento donde vivía y brindaríamos por el resultado.
Recibí muchos consejos para
afrontar el examen, pero el que más veces escuché, fue que afrontara a los
sinodales del jurado, en calidad de humilde esclavo, dispuesto a soportar
latigazos por los Catedráticos designados para tal ocasión. Traté de
sincronizarme con esa idea, aunque el ajuar que portaba, y por supuesto que mi
carácter, no cuadraba mucho con el papel recomendado.
Llegué al auditorio donde estaba
citado, a la hora programada y no había una sola alma. Lo único que buscaba era
dar trámite a este requisito cuanto antes y despedirme para siempre de la
facultad, para no volver nunca más, pero de pronto, que empiezan a llegar todos
ellos, los Gómez, los González, los Frías, toda la parentela querida, la rama
familiar de mi abuela Ángela, entraba y tomaban asiento en el recinto dispuesto
para el público, sin haberlos invitado ni convidado –pensaba entre asombro y
felicidad-. Sé que bastó que se enteraran -¡se titula el Chano!- para abarrotar
el auditorio de la Facultad en CU, que se llenó de barrio.
Que atentos a las preguntas y las
respuestas, tías y tíos, las primas guapotas, escucharon en orden y silencio,
el relato del Doctor Gallardo, Presidente del jurado, quien terminó por
reconocer que no entendía ni jota de la tesis que yo había presentado,
especializada en cibernética y modelos matemáticos y computadoras, en una época
en la que no existían aún las PC, en una universidad cooptada por el
pensamiento marxista leninista.
Y es que me aboqué a escribir esa
tesis, como prueba de la distancia que entonces separaban mis talentos innatos
y determinación avasalladora: se trataba de derrotar y exhibir a la facultad de
Economía, a todos los maestros que tuve que soportar a mi paso por esa escuela
de la UNAM, excepto dos: Elena Kovalsky y Héctor Espinoza Berriel. Ellos fueron mis
Maestros y subrogados parentales. El trabajo profesional por calificar, era un
homenaje a ellos dos. Así lo pensé.
El jurado que se disponía a
examinarme, en ese día de marzo de principios de los 80’s, eligió el anécdota
chusco y la comedia, prácticamente sin concederme el uso de la palabra. Que al
pedir que desalojaran el auditorio mientras debatían el veredicto de mi
examinación, la tía Amalia soltó de su ronco pecho, “ese es, mi zorro plateado”,
porque el Maestro Gallardo, era tan simpático como canoso.
Las florituras de la tía abuela me
causaron pánico escénico, pero en seguida, experimenté zozobra, cuando Patricio -el mejor amigo, el
jefe del trabajo y el maestro que hipnotizaba, como nunca mi atención-, se
detuvo en la puerta del auditorio, abrió los brazos lo más ampliamente que pudo
y exclamó –vociferó- ¡te felicito, Cristiano, te felicito, por soportar a este
cuarteto de idiotas!
No tardaron mucho en la
deliberación. La puerta se abrió y nuevamente el auditorio se llenó, con muchos
compañeros que apenas conocí a lo largo de mi estadía de tres años en CU.
Pero no estaba preparado aún para
asumir el reto y el papel que la naturaleza escribía para mí. Tenía el alma
invadida de resentimientos y amarguras, jaqueado el mecanismo deliberativo y de
la correcta elección; invertidos los principios, revueltos los trebejos…
Sentí estar en la gloria, al
escuchar que el jurado había decidido otorgar Mención Honorífica a mi trabajo y
trayectoria académica, porque se armó una rebambaramba, con “chiquitibunes” y
goyas, ¡una auténtica fiesta del alarido!
Instintiva, automáticamente, lo
único que hice, fue golpear con los puños, la mesa en que me habían colocado,
frente al presídium que supuestamente me iba a examinar.
Despreciaba a los maestros, a la
escuela, las materias que tuve que estudiar y calificar para completar el
currículo obligatorio. Me sentía muy poderoso y con todas las potencias bien
afiladas. A los 24 años creía que podía entender, ver, anticipar, calcular y
decidir todo, sin equivocarme. Estaba en
un error.
Una vez que concluyó el rito de la
aprobación universitaria, sin toga ni birrete de por medio, me enteré -entre
los abrazos y las fotos- estacionados en
los largos y muy altos pasillos de la Facultad de Economía, que me esperaba una
fiesta sorpresa en casa de mi papás. Yo no sabía nada.
Había que cancelar la velada en el
departamento mixto, donde compartíamos techo un guatemalteco, un peruano y un
colombiano, junto con una estudiante de Ingeniería, originaria de Chihuahua y
una tapatía que estaba chaparrita, pero bien buenototota.
¡Y que se arma el guateque en las
calles de la colonia Morelos! Los festejos y brindis no pararon hasta altas
horas de la madrugada, cuando empecé a preguntar por mi querida Amanda, a quien
no veía, porque no estaba en la casa: se me había escapado sin darme cuenta. Ella se había ataviado con un
precioso vestido negro, escotado hasta la cintura que dejaba entrever sus
encantos y radiante belleza. Amanda no se dejaba ver.
Pregunté varias veces por su
paradero y nadie me dio explicaciones, hasta que de pronto, la veo entrar por
la puerta –se había cambiado de ropa y ahora traía puestos unos jeans y una
chamarra- y tras de ella un mariachi completo, reventándose todas las melodías
clásicas de la auténtica fiesta mexicana.
Amada –le decía con cariño- había
salido en compañía de Tino mi hermano, para ir a Garibaldi, contratar a los
músicos y darme la sorpresa y el regalo.
Todos gritamos, bailamos, reímos, festejamos,
hasta que me percaté, que los ojos de la tapatía –mi room mate- no dejaban de
mirarme y sus labios, sonreír. Ella era hermosa y morena.
Mareado por el delirio que me
embargaba, decidí jugar un Gambito de Dama: convencí a mi amada amante que seguramente
ella debía estaba cansada y que era hora de dormir, y mientras la acompañaba mi
Mamá a una de las recámaras del piso de arriba en casa de mis papás, yo me salí
con Lulú, la chaparrita y amanecimos juntos en el departamento que
compartíamos, a donde nos metimos a desfogar tantas emociones y pasiones de ese
día.
Cometí una traición, que me saló
por muchos años. “Abuelié” –como El Seco- y rompí el espejo en que me miraba
encantado: la maldición duró los siete años reglamentarios.
Mi querida Amanda, obviamente
entendió lo que había ocurrido y tajante me reprochó la infidelidad. No supe
mentir. A partir de ese momento, ella se alejó de mi lado para siempre.
Regresé a buscar a la tapatía y me
enfrente con la primera manifestación de mí condena, pues la causante de mi
affaire de ocasión, me reclamó airadamente, haberme levantado de la cama para
regresar a buscar a mi novia, y me cerró las piernas a partir de ese momento.
Pero ya nada me importaba.
Ya
no era el Harry Potter incrédulo de sus poderes mágicos, humilde, sencillo y
simple. Ni Máximo Décimo Meridius, leal y agradecido con el Emperador. Era un
Napoleón, un Julio Cesar que cantaba en mi imaginación: vini, vidi, vici.
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