Tuesday, December 01, 2015

EL MERCADER DE VENECIA


Al Pacino es parte del coro celestial
…donde Dios es Marlon Brando

Increíblemente, el séptimo arte había sido  zona vedada, para una de las obras más famosas de William Shakespeare. Solamente existe un antecedente en la BBC londinense en 1980, que produjo y transmitió a través de la televisión, una versión de El mercader de Venecia.
Se han filmado películas basadas en las tragedias de Hamlet, Otelo, los dramas de los Enriques. No hay que olvidar que un musical clásico llevado a la pantalla, se basó en el amor entre una Capuleto y un Montesco, sobre el odio mortal que se profesaban ambas familias, para dar escenario al duelo entre los rockets y los sharks, en la famosa West Side Story, la tragedia shakesperiana de Romeo y Julieta, en NY. Incluso la primera adaptación cinematográfica a la obra del Bardo de Avón, fue una versión de La fierecilla domada, con las actuaciones de los consagrados Douglas Fairbanks y Mary Pickford (1929)
¿Entonces, porqué es hasta el 2004, cuando se filma la primera versión del Mercader de Venecia en el cine hollywoodense y mundial?
Es muy probable, que la respuesta a esta pregunta se encuentra contenida en la trama de la misma obra, en la naturaleza de los personajes y en el desenlace al que el mismo William Shakespeare (por cierto, le decían Bardo, como en España le llamaban Juglares, a los poetas trashumantes) recurre al escribirla (1600): porque más que una obra literaria, El mercader de Venecia es una profecía política, una crítica demoledora contra el Ancient regime y una metáfora trágica, que se anticipó a la Revolución llamada Gloriosa, por los cronistas de la pérfida Albión que entronizó el nuevo orden social, económico y político que algunos le llaman Liberalismo, otros le apostrofan Capitalismo, hoy lo apoda el nuevo orden imperante Neo-Liberalismo, y al que los fundadores de este sistema político de naturaleza y principios oligárquicos, tan geniales como Shakespeare en las metáforas y en las metonimias, lo nombró Commonwealth. Nosotros le llamaremos, en México: El Fantasma del Liberalismo.

FICHA TÉCNICA
Dirigida por Michael Radford, los papeles protagónicos están a cargo de Al Pacino, quien interpreta a Shylock el Iewe, el judío, y como Antonio a Jeremy Irons. J. Fiennes caracteriza a Bassanio, mientras que Lynn Collins actúa el papel de Porcia.
La trama de la historia es fácil de sintetizar: Bassanio, un veneciano que pertenece a la nobleza y ha caído en la pobreza por el despilfarro con que vive, le pide a su mejor amigo, Antonio, un rico mercader, que le preste tres mil ducados, con los que podrá enamorar a la rica heredera Porcia. Antonio, que tiene todo su dinero invertido en cuatro navíos que surcan los mares del mundo, decide pedirle prestada la suma a Shylock, un usurero judío, a quien Antonio ha hecho escarnio y mofa pública.
Shylock acepta prestar el dinero ¡sin intereses!, con la condición de que, si la suma no es devuelta en la fecha fijada, Antonio tendrá que dar una libra (350 gramos) de su propia carne, de la parte del cuerpo que Shylock dispusiera.
Se trata de cumplir con la voluntad del padre de Porcia, quien dejo asentado, que solo deberá casarse, con aquel pretendiente que escoja de entre tres cofres (uno de oro, otro de plata y un tercero de plomo) aquel que contenga el retrato de su hija. Bassanio elige el tercer cofre, que es el correcto y se compromete con Porcia. Ella le da un anillo como muestra de amor, y le hace prometer que nunca se lo habrá de quitar.
Sin embargo, los barcos de Antonio se hunden y como la deuda no se paga, Shylock reclama su libra de carne. Tal situación desemboca en un juicio presidido por el dux de Venecia, al que asisten Porcia disfrazada de abogado y Nerissa, la doncella, de ayudante.
Porcia da la razón a Shylock y admite que éste, por ley, puede cobrarse la libra de carne. Sin embargo sólo puede ser carne, y ni una sola gota de sangre. Shylock desiste de su reclamo, pero le advierten,  que si no accede al cumplimiento del contrato se iría preso, salvo que done todas sus riquezas. El dux le quita sus riquezas, y le da la mitad a Antonio y la mitad para el estado. Antonio ofrece perdonar al judío si se convierte al cristianismo y entregar sus propiedades a Jessica, la hija que Shylock ha desheredado por haberse fugado y casado con Lorenzo, un cristiano.
Al celebrar la victoria jurídica, el abogado y su ayudante piden como muestra de gratitud a Bassanio y a Graciano, los anillos que llevan puestos. Y aunque se niegan al principio, ambos ceden al deseo de sus amadas disfrazadas y rompen la promesa que ellos mismos les han hecho. Cuando regresan a casa de Porcia, y ninguno de los dos porta el anillo de compromiso, son severamente recriminados, pero al final Porcia y Nerissa muestran los anillos y confiesan la verdad y les perdonan. Porcia le comunica a Antonio que tres de sus barcos han vuelto sanos y salvos… Todo acaba bien para los personajes de la obra, excepto para Shylock.

EN LA LINEA DEL TIEMPO.
Además de El mercader de Venecia, Shakespeare escribió otra obra, Otelo el moro, de la misma ciudad situada al final del Mar Adriático, en el golfo que lleva su nombre y que se beneficio de su geografía, para capitalizar desde principios del siglo XV, dos acontecimientos determinantes para la humanidad: la ruta marítima descubierta por los navegantes portugueses, para circunnavegar el mundo entero; y el hallazgo del Nuevo Mundo, por Cristóbal Colón.
El mercader de Venecia no es solo un testimonio histórico de Inglaterra,  sino profecía y negro augurio del futuro de la emergente potencia británica para los siglos XVII y XVIII, lanzada a empresas mercantiles y de colonización, sobre el basamento echado por los últimos miembros de la dinastía de los Tudor, Enrique VIII, y la reina Isabel I.
Cabe señalar que a pesar de la fama que llegó a tener el poeta isabelino por excelencia, no tuvo en su tiempo mayor influencia, pues a fines del reinado de Isabel I, el libro de los libros para los ingleses, era la Biblia.
Pocos pudieron enterarse que la obra de Shakespeare se anticipaba a un giro político inesperado, el viraje oligárquico contra el viejo régimen aristocrático presidido por la soberanía del monarca. Nadie se imaginó el parricidio de Carlos I a manos del Parlamento que ordenó su decapitación, ni tampoco el tránsito, así sea breve, de un gobierno republicano a manos de Oliverio Cromwell, que llevaría a cambios radicales en el ejercicio del gobierno, la soberanía del Estado, el poder político y la nueva figura del Rey que, a partir de entonces, Reina pero  no Gobierna.

REGISTRO POLÍTICO
El mercader de Venecia es ante todo una fantasía política, premonición del liberalismo moderno. Testimonio histórico de  la batalla librada contra la vieja virtud de la liberalidad aristocrática: la de la riqueza contra el honor. De la usura y la ganancia del burgués, contra el antiguo y destronado hombre liberal.
Antes que un intento por justificar una nueva doctrina de libertad para la humanidad, el liberalismo fue el triunfo del enriquecimiento privado frente a los derechos patrimoniales de las coronas española y británica respectivamente.
El mercader de Venecia es una obra que aparece concebida para ilustrar la vacilación entre el mundo aristocrático y el emergente mundo burgués; entre la economía feudal de la nobleza del Medioevo y la nueva economía mercantil, disparada por la ambición y la codicia propias de la época moderna.

Shakespeare confronta dos principios políticos de gobierno: el del honor y el de la ganancia. Principios que corresponden, a su vez, a dos formas de gobierno o más bien, a dos tipos de constituciones políticas, antagónicas la una de la otra.  La primera es una forma de gobierno justa y virtuosa, es la Aristocracia, mientras que la segunda constitución es perversa: perdida en el extremo por tomar en exceso y o no soltar nada. Principios políticos y formas constitucionales que serán encarnadas en personajes teatrales:
Antonio, nombre de resonancias romanas y latinas, representará los valores del honor: el de la amistad, la liberalidad, la virtud y la justicia.
Shylock asumirá los vicios de la nueva época del liberalismo: las relaciones de interés, la avaricia, el vicio de la corrupción del lucro y la injusticia. Shylock no invoca ninguna nacionalidad sino al mundo entero, peregrino errante de su clan, sometido a la religión del dinero y la codicia, es el judío que revela extrañas semejanzas con el hombre surgido de la Inglaterra isabelina: anticatólico, hereje –antipapista como Enrique VIII- severamente justiciero y moral en el reclamo de sus derechos y garantías.
¿De qué lado está Shakespeare? ¿Del de Antonio, el cristiano aristócrata mediterráneo, o de Shylock el usurero, especulador, poseso de un desmedido amor por la riqueza, confundido y amalgamado al dinero que el idolatra y del que es esclavo?
Hay que esperar hasta el final de la comedia, un happy end magistralmente truqueado, para así salvar su propio pellejo, el del mismo Shakespeare, al inmiscuirse en el entramado de las disputas políticas, entre la vieja aristocracia inglesa y la emergente burguesía citadina.  
Un final que solo la intervención de la bella Porcia altera, transfigurada en varón docto y justo, que viene a revertir la acusación: de Antonio como víctima, indefensa y sumisa al peso implacable del acusador, Shylock, el victimario, a la relación inversa.
La sentencia es que Shylock tome la libra exigida, pero solo de carne como se estipuló a la letra, sin derramar una gota de sangre. Mediante esta astucia, las amenazas que el judío hace sobre el comercio exterior de Venecia, se evaporan gracias al ingenio del autor, quien con magistral golpe escénico, el tribunal de justicia veneciano resurge por la intervención decidida de Porcia, la mujer amada, en beneficio de la aristocracia republicana.
En efecto, el final de El mercader de Venecia ha de ser considerado y justipreciado tal y como está escrito. Es el triunfo que su autor declara ahí: el de la aristocracia sobre la oligarquía, la monarquía sobre el gobierno parlamentario. Un triunfo que si algo tiene de característico es la ambigüedad. Es la victoria de los tories realistas, monarcómanos, sobre los whigs, un partido que encarna al judío Shylock: un partido usurero, especulativo que impondrá la hegemonía del dinero como medio de ganancia, hecho de nuevos terratenientes, pero sobre todo de comerciantes y financieros de la City, capaz de matar, ya no solo a su propia madre, sino como Shylock, a la autoridad y poder paternos, por su inextricable amor a la riqueza
Shakespeare prefigura, antes y mejor que cualquier historiador o político, el ambivalente triunfo de la vieja nobleza sobre los valores, que la burguesía financiera y mercantil inglesa imprimirá al hombre liberal.
Así como en el Gorgias, Platón destaca el triunfo de la filosofía moral sobre la retórica, en El mercader de Venecia, Shakespeare  da la victoria de la virtud de la liberalidad, contra el vicio oligárquico del liberalismo, el de la corrupción del lucro: Calicles se impone a Sócrates y Antonio derrota a Shylock

REGISTRO ÉTICO.
Es la corrupción de la amistad aristocrática la causa que explica la prodigalidad de Antonio, que aún sin dinero, no vacila en acudir con su enemigo jurado al que convierte en acreedor, no solo del numerario sino de su propia vida, la que está dispuesta a ofrendar como homenaje a su pasión amorosa por Bassanio.
Amistad apasionada por Bassanio -deudor tradicional de Antonio- sellada por un beso en los labios,  quien se lanza a la conquista de Porcia, cuya belleza compite en desventaja con su riqueza y fortuna, pero a quien pretende, únicamente para saldar las deudas presentes, pasadas y futuras, mediante la herencia de su posible futura consorte

Hay que recurrir al Doctor Freud, el pionero del Psicoanálisis, quien en un breve pero instructivo ensayo, dilucida el enigma de la elección de los tres cofrecillos –en el que el Padre muerto (la Ley) ha encerrado la autorización para el matrimonio de su hija- no enfrenta a Bassanio con la mujer como objeto amoroso,  Porcia: es elección de la muerte.
Mientras que el príncipe de Marruecos se decide por el oro, es el sol; el príncipe de Aragón elige la plata, que es la luna;  Bassanio  prefiere el cofre de plomo y es el que acierta.

Hay quienes ven en el enigma de los cofres un contenido astral, pero si lo pensáramos como un sueño… podrían ser también tres mujeres. Luego entonces, se trata de un motivo puramente humano: la elección de un hombre entre tres mujeres.
Enigma frecuente en muchas obras literarias, que tratan de la elección de esta naturaleza: por ejemplo El Rey Lear, cuyas hijas Gonerila y Regania rivalizan en ponderar su cariño, pero es Cordelia la que se niega a seguir su ejemplo. Se trata nuevamente de una elección entre tres mujeres, de las cuales la tercera (la más opaca) es la excelente.
Otros mitos semejantes son el de La Cenicienta, que es la tercera de tres hermanas, o, en El asno de oro de Apuleyo, resulta que Psiquis, la menor de tres hermanas, otra vez, es venerada, al encarnar en Afrodita.
Cordelia, Afrodita, Psiquis, La Cenicienta, Porcia, habría que agregar a Tatis en “Como agua para chocolate” ¿Quiénes son estas tres hermanas y porque la elección ha de recaer en la tercera?: Parece que no es asunto de belleza, ni de inteligencia o aptitudes, respeto y obediencia.
Bassanio dice que elige el cofre de plomo porque su sencillez y palidez “porque aman y callan”. Offenbach en la Opera La bella Helena, dice sobre Afrodita que “la tercera permanecería muda...”
La mudez, en los sueños, la materia prima del trabajo psicoanalítico, es la representación usual de la muerte. Los Hermanos Grimm en uno de sus cuentos, se refieren a las tres mujeres que para el hombre significan los tres posibles estado de la mujer: la madre, la compañera y la destructora. La madre misma, la mujer amada a la imagen de la madre y finalmente la madre tierra, la que acoge de nuevo en su seno al hijo en la hora de la muerte.

COLOFÓN
La elección amorosa de Bassanio (Antonio-Porcia), deriva de la corrupción de la virtud de la amistad, trastocada en amor por placer, atracción física, homosexualidad.
Son las aplaudidas y celebradas uniones LGBT, que aquí y ahora en México comprueban los escenarios previstos hace cinco siglos, en la obra de Shakespeare.
Con la salvedad de que nuestra nación se asume como pasivo, esclavamo del mundo globalizado, dependiente de las oligarquías financieras, acostumbradas a la expoliación sin límite, de las riquezas ajenas.
Con la gravedad nacional, de que nuestra existencia como comunidad política, libre e independiente, se abandona, en manos de la mujer, se pierde. Son las versiones mexicanas de Porcia y Nerissa, e incluso Jessica. Es el imperio de la mujer, de la madre, de la muerte.
Es México inserto en el nuevo viejo orden.
El de la Fantasía liberal.










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