Al Pacino es parte del coro
celestial
…donde Dios es Marlon Brando
Increíblemente, el séptimo arte había
sido zona vedada, para una de las obras
más famosas de William Shakespeare. Solamente existe un antecedente en la BBC londinense
en 1980, que produjo y transmitió a través de la televisión, una versión de El mercader de Venecia.
Se han filmado películas basadas en las
tragedias de Hamlet, Otelo, los dramas
de los Enriques. No hay que olvidar que un musical clásico llevado a la
pantalla, se basó en el amor entre una Capuleto y un Montesco, sobre el odio
mortal que se profesaban ambas familias, para dar escenario al duelo entre los rockets y los sharks, en la famosa West
Side Story, la tragedia shakesperiana de Romeo y Julieta, en NY. Incluso la primera adaptación
cinematográfica a la obra del Bardo de Avón, fue una versión de La fierecilla domada, con las actuaciones de los consagrados
Douglas Fairbanks y Mary Pickford (1929)
¿Entonces,
porqué es hasta el 2004, cuando se filma la primera versión del Mercader de Venecia en el cine
hollywoodense y mundial?
Es muy probable, que la respuesta a esta
pregunta se encuentra contenida en la trama de la misma obra, en la naturaleza
de los personajes y en el desenlace al que el mismo William Shakespeare (por
cierto, le decían Bardo, como en España le llamaban Juglares, a los poetas
trashumantes) recurre al escribirla (1600): porque más que una obra literaria, El mercader de Venecia es una profecía
política, una crítica demoledora contra el Ancient
regime y una metáfora trágica, que se anticipó a la Revolución llamada Gloriosa,
por los cronistas de la pérfida Albión que entronizó el nuevo orden social,
económico y político que algunos le llaman Liberalismo, otros le apostrofan
Capitalismo, hoy lo apoda el nuevo orden imperante Neo-Liberalismo, y al que
los fundadores de este sistema político de naturaleza y principios
oligárquicos, tan geniales como Shakespeare en las metáforas y en las
metonimias, lo nombró Commonwealth. Nosotros le llamaremos, en México: El Fantasma del Liberalismo.
FICHA TÉCNICA
Dirigida por Michael Radford, los papeles
protagónicos están a cargo de Al Pacino, quien interpreta a Shylock el Iewe, el
judío, y como Antonio a Jeremy Irons. J. Fiennes caracteriza a Bassanio,
mientras que Lynn Collins actúa el papel de Porcia.
La trama de la historia es fácil de
sintetizar: Bassanio, un veneciano que pertenece a la nobleza y ha caído en la
pobreza por el despilfarro con que vive, le pide a su mejor amigo, Antonio, un
rico mercader, que le preste tres mil ducados, con los que podrá enamorar a la
rica heredera Porcia. Antonio, que tiene todo su dinero invertido en cuatro navíos
que surcan los mares del mundo, decide pedirle prestada la suma a Shylock, un
usurero judío, a quien Antonio ha hecho escarnio y mofa pública.
Shylock acepta prestar el dinero ¡sin
intereses!, con la condición de que, si la suma no es devuelta en la fecha
fijada, Antonio tendrá que dar una libra (350 gramos) de su propia carne, de la
parte del cuerpo que Shylock dispusiera.
Se trata de cumplir con la voluntad del padre
de Porcia, quien dejo asentado, que solo deberá casarse, con aquel pretendiente
que escoja de entre tres cofres (uno de oro, otro de plata y un tercero de
plomo) aquel que contenga el retrato de su hija. Bassanio elige el tercer cofre,
que es el correcto y se compromete con Porcia. Ella le da un anillo como
muestra de amor, y le hace prometer que nunca se lo habrá de quitar.
Sin embargo, los barcos de Antonio se
hunden y como la deuda no se paga, Shylock reclama su libra de carne. Tal
situación desemboca en un juicio presidido por el dux de Venecia, al que
asisten Porcia disfrazada de abogado y Nerissa, la doncella, de ayudante.
Porcia da la razón a Shylock y admite que
éste, por ley, puede cobrarse la libra de carne. Sin embargo sólo puede ser
carne, y ni una sola gota de sangre. Shylock desiste de su reclamo, pero le
advierten, que si no accede al
cumplimiento del contrato se iría preso, salvo que done todas sus riquezas. El
dux le quita sus riquezas, y le da la mitad a Antonio y la mitad para el
estado. Antonio ofrece perdonar al judío si se convierte al cristianismo y entregar
sus propiedades a Jessica, la hija que Shylock ha desheredado por haberse
fugado y casado con Lorenzo, un cristiano.
Al celebrar la victoria jurídica, el
abogado y su ayudante piden como muestra de gratitud a Bassanio y a Graciano,
los anillos que llevan puestos. Y aunque se niegan al principio, ambos ceden al
deseo de sus amadas disfrazadas y rompen la promesa que ellos mismos les han
hecho. Cuando regresan a casa de Porcia, y ninguno de los dos porta el anillo
de compromiso, son severamente recriminados, pero al final Porcia y Nerissa
muestran los anillos y confiesan la verdad y les perdonan. Porcia le comunica a
Antonio que tres de sus barcos han vuelto sanos y salvos… Todo acaba bien para
los personajes de la obra, excepto para Shylock.
EN LA LINEA DEL TIEMPO.
Además de El mercader de Venecia, Shakespeare escribió otra obra, Otelo el moro, de la misma ciudad
situada al final del Mar Adriático, en el golfo que lleva su nombre y que se
beneficio de su geografía, para capitalizar desde principios del siglo XV, dos
acontecimientos determinantes para la humanidad: la ruta marítima descubierta
por los navegantes portugueses, para circunnavegar el mundo entero; y el
hallazgo del Nuevo Mundo, por Cristóbal Colón.
El
mercader de Venecia no es solo un testimonio histórico de
Inglaterra, sino profecía y negro augurio
del futuro de la emergente potencia británica para los siglos XVII y XVIII,
lanzada a empresas mercantiles y de colonización, sobre el basamento echado por
los últimos miembros de la dinastía de los Tudor, Enrique VIII, y la reina
Isabel I.
Cabe señalar que a pesar de la fama que
llegó a tener el poeta isabelino por excelencia, no tuvo en su tiempo mayor
influencia, pues a fines del reinado de Isabel I, el libro de los libros para
los ingleses, era la Biblia.
Pocos pudieron enterarse que la obra de
Shakespeare se anticipaba a un giro político inesperado, el viraje oligárquico
contra el viejo régimen aristocrático presidido por la soberanía del monarca.
Nadie se imaginó el parricidio de Carlos I a manos del Parlamento que ordenó su
decapitación, ni tampoco el tránsito, así sea breve, de un gobierno republicano
a manos de Oliverio Cromwell, que llevaría a cambios radicales en el ejercicio
del gobierno, la soberanía del Estado, el poder político y la nueva figura del
Rey que, a partir de entonces, Reina pero
no Gobierna.
REGISTRO POLÍTICO
El
mercader de Venecia es ante todo una fantasía política,
premonición del liberalismo moderno. Testimonio histórico de la batalla librada contra la vieja virtud de
la liberalidad aristocrática: la de la riqueza contra el honor. De la usura y
la ganancia del burgués, contra el antiguo y destronado hombre liberal.
Antes que un intento por justificar una
nueva doctrina de libertad para la humanidad, el liberalismo fue el triunfo del
enriquecimiento privado frente a los derechos patrimoniales de las coronas
española y británica respectivamente.
El
mercader de Venecia es una obra que aparece concebida para
ilustrar la vacilación entre el mundo aristocrático y el emergente mundo
burgués; entre la economía feudal de la nobleza del Medioevo y la nueva
economía mercantil, disparada por la ambición y la codicia propias de la época
moderna.
Shakespeare confronta dos principios
políticos de gobierno: el del honor y el de la ganancia. Principios que
corresponden, a su vez, a dos formas de gobierno o más bien, a dos tipos de
constituciones políticas, antagónicas la una de la otra. La primera es una forma de gobierno justa y
virtuosa, es la Aristocracia, mientras que la segunda constitución es perversa:
perdida en el extremo por tomar en exceso y o no soltar nada. Principios políticos y formas
constitucionales que serán encarnadas en personajes teatrales:
Antonio, nombre de resonancias romanas y
latinas, representará los valores del honor: el de la amistad, la liberalidad,
la virtud y la justicia.
Shylock asumirá los vicios de la nueva
época del liberalismo: las relaciones de interés, la avaricia, el vicio de la
corrupción del lucro y la injusticia. Shylock no invoca ninguna nacionalidad sino
al mundo entero, peregrino errante de su clan, sometido a la religión del
dinero y la codicia, es el judío que revela extrañas semejanzas con el hombre
surgido de la Inglaterra isabelina: anticatólico, hereje –antipapista como
Enrique VIII- severamente justiciero y moral en el reclamo de sus derechos y
garantías.
¿De qué lado está Shakespeare? ¿Del de
Antonio, el cristiano aristócrata mediterráneo, o de Shylock el usurero,
especulador, poseso de un desmedido amor por la riqueza, confundido y
amalgamado al dinero que el idolatra y del que es esclavo?
Hay que esperar hasta el final de la
comedia, un happy end magistralmente
truqueado, para así salvar su propio pellejo, el del mismo Shakespeare, al
inmiscuirse en el entramado de las disputas políticas, entre la vieja
aristocracia inglesa y la emergente burguesía citadina.
Un final que solo la intervención de la
bella Porcia altera, transfigurada en varón docto y justo, que viene a revertir
la acusación: de Antonio como víctima, indefensa y sumisa al peso implacable
del acusador, Shylock, el victimario, a la relación inversa.
La sentencia es que Shylock tome la libra exigida,
pero solo de carne como se estipuló a la letra, sin derramar una gota de sangre.
Mediante esta astucia, las amenazas que el judío hace sobre el comercio
exterior de Venecia, se evaporan gracias al ingenio del autor, quien con
magistral golpe escénico, el tribunal de justicia veneciano resurge por la
intervención decidida de Porcia, la mujer amada, en beneficio de la
aristocracia republicana.
En efecto, el final de El mercader de Venecia ha de ser
considerado y justipreciado tal y como está escrito. Es el triunfo que su autor
declara ahí: el de la aristocracia sobre la oligarquía, la monarquía sobre el
gobierno parlamentario. Un triunfo que si algo tiene de característico es la
ambigüedad. Es la victoria de los tories
realistas, monarcómanos, sobre los whigs,
un partido que encarna al judío Shylock: un partido usurero, especulativo que
impondrá la hegemonía del dinero como medio de ganancia, hecho de nuevos
terratenientes, pero sobre todo de comerciantes y financieros de la City, capaz
de matar, ya no solo a su propia madre, sino como Shylock, a la autoridad y
poder paternos, por su inextricable amor a la riqueza
Shakespeare prefigura, antes y mejor que
cualquier historiador o político, el ambivalente triunfo de la vieja
nobleza sobre los valores, que la burguesía financiera y mercantil inglesa
imprimirá al hombre liberal.
Así como en el Gorgias, Platón destaca el triunfo de la filosofía moral sobre la
retórica, en El mercader de Venecia, Shakespeare
da la victoria de la virtud de la
liberalidad, contra el vicio oligárquico del liberalismo, el de la corrupción
del lucro: Calicles se impone a Sócrates y Antonio derrota a Shylock
REGISTRO ÉTICO.
Es la corrupción de la amistad
aristocrática la causa que explica la prodigalidad de Antonio, que aún sin
dinero, no vacila en acudir con su enemigo jurado al que convierte en acreedor,
no solo del numerario sino de su propia vida, la que está dispuesta a ofrendar
como homenaje a su pasión amorosa por Bassanio.
Amistad apasionada por Bassanio -deudor
tradicional de Antonio- sellada por un beso en los labios, quien se lanza a la conquista de Porcia, cuya
belleza compite en desventaja con su riqueza y fortuna, pero a quien pretende, únicamente
para saldar las deudas presentes, pasadas y futuras, mediante la herencia de su
posible futura consorte
Hay que recurrir al Doctor Freud, el
pionero del Psicoanálisis, quien en un breve pero instructivo ensayo, dilucida el enigma de la elección de los tres cofrecillos –en el que el Padre
muerto (la Ley) ha encerrado la autorización para el matrimonio de su hija- no
enfrenta a Bassanio con la mujer como objeto amoroso, Porcia: es elección de la muerte.
Mientras que el príncipe de Marruecos se
decide por el oro, es el sol; el príncipe de Aragón elige la plata, que es la
luna; Bassanio prefiere el cofre de plomo y es el que
acierta.
Hay quienes ven en el enigma de los cofres
un contenido astral, pero si lo pensáramos como un sueño… podrían ser también
tres mujeres. Luego entonces, se trata de un motivo puramente humano: la
elección de un hombre entre tres mujeres.
Enigma frecuente en muchas obras
literarias, que tratan de la elección de esta naturaleza: por ejemplo El Rey Lear, cuyas hijas Gonerila y
Regania rivalizan en ponderar su cariño, pero es Cordelia la que se niega a
seguir su ejemplo. Se trata nuevamente de una elección entre tres mujeres, de
las cuales la tercera (la más opaca) es la excelente.
Otros mitos semejantes son el de La Cenicienta, que es la tercera de tres
hermanas, o, en El asno de oro de Apuleyo, resulta que
Psiquis, la menor de tres hermanas, otra vez, es venerada, al encarnar en
Afrodita.
Cordelia, Afrodita, Psiquis, La Cenicienta,
Porcia, habría que agregar a Tatis en “Como
agua para chocolate” ¿Quiénes son estas tres hermanas y porque la elección
ha de recaer en la tercera?: Parece que no es asunto de belleza, ni de
inteligencia o aptitudes, respeto y obediencia.
Bassanio dice que elige el cofre de plomo
porque su sencillez y palidez “porque aman y callan”. Offenbach en la Opera La bella Helena, dice sobre Afrodita que
“la tercera permanecería muda...”
La mudez, en los sueños, la materia prima
del trabajo psicoanalítico, es la representación usual de la muerte. Los Hermanos
Grimm en uno de sus cuentos, se refieren a las tres mujeres que para el hombre
significan los tres posibles estado de la mujer: la madre, la compañera y la
destructora. La madre misma, la mujer amada a la imagen de la madre y
finalmente la madre tierra, la que acoge de nuevo en su seno al hijo en la hora
de la muerte.
COLOFÓN
La elección amorosa de Bassanio
(Antonio-Porcia), deriva de la corrupción de la virtud de la amistad,
trastocada en amor por placer, atracción física, homosexualidad.
Son las aplaudidas y celebradas uniones
LGBT, que aquí y ahora en México comprueban los escenarios previstos hace cinco
siglos, en la obra de Shakespeare.
Con la salvedad de que nuestra nación se
asume como pasivo, esclavamo del
mundo globalizado, dependiente de las oligarquías financieras, acostumbradas a
la expoliación sin límite, de las riquezas ajenas.
Con la gravedad nacional, de que nuestra existencia
como comunidad política, libre e independiente, se abandona, en manos de la
mujer, se pierde. Son las versiones mexicanas de Porcia y Nerissa, e incluso
Jessica. Es el imperio de la mujer, de la madre, de la muerte.
Es México inserto en el nuevo viejo orden.
El de la Fantasía liberal.
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