Me encontré
con Don Valente Flores. Un personaje de singular importancia desconocida en
este pueblo de Temascaltepec. Originario de Chihuahua, Valente fue el proveedor
de la harina del “Molino de la Unión” que durante muchos años fue la materia
prima de los panaderos de Temascaltepec. Hacía más de diez años que no saludaba
a este buen amigo, siempre dispuesto a ayudar, surtir en tiempo y calidad. Nos
encontramos en Costco, en Toluca, en la modernidad de este club de precios, de
pasillos lustrosos y mesas brillosas que agilizan el cobro y el despacho de
productos de colores bonitos, de precios bajos, en bolsas o cajas muy bien
diseñadas, “made in China”, atendidos por jóvenes dinámicos, con cachuchas
rojas y delantales del mismo color, físicamente bien dotados, encantadoramente
enérgicos. Es la sociedad del consumo, son los outlet o la nueva Plaza Galerías
en tolucolandia. Es el destino al que hemos sido condenados los mexicanos a
crédito, acabarse en el “buen fin”…y
quienes se opongan, como en Tlatlaya o en Ayotzinapa, serán exterminados.
Me ha hecho
muy bien escribir estas leyendas. Es muy difícil recapitular años de trabajo y
de pasiones, de mandos y desobediencias, de encuentros entre dos mundos tan
distintos pero que se acoplaron de muchos modos. Para nosotros, como familia
todo cambio muy rápidamente. Solo me duró el gusto por hacerle de ranchero un
par de meses. Luego me di cuenta que no servía para eso, por la sencilla razón
de que no sabía hacer nada.
Es la
capitulación de la sentencia de Gabriel Zaid y su Progreso Improductivo. Fue el
encuentro cercano del tercer tipo con mi “niño universitario” –así distingue
Zaid a los mexicanos: universitarios y campesinos- Tras diecisiete años de estudio, en la UNAM, galardonado con
Mención Honorífica por la máxima casa de estudios en México, bilingüe, pianista
y un larguísimo etcétera curricular, me daba cuenta, que no sabía hacer nada.
No sabía usar una pala, o un martillo correctamente, sembrar un árbol, conectar
un foco, y entonces la lista de trabajos y manualidades que debería saber todo
ser humano, sin importar el género, supera con creces las preseas melifluas de
logros académicos. Y esta no es leyenda sino realidad pura, tan pura que
resulta inverosímil ver que las juventudes nacionales se extravían en la trampa
de los estudios, para imaginarse ricos, para esperar socialmente, para aspirar
a ser superior con grados académicos, los que suplantan a los títulos
nobiliarios, para sostener el mito académico, a entretener a los que no quieren
aprender a trabajar.
Por fortuna,
mi carácter obsesivo me trenzó, a partir de la mudanza, a conocer todo esto que
no sabía y más. Llegué incluso a aprender a matar a los marranos que en
septiembre de 1988, cuando planeé mi cambio domiciliario, resultaba un pingüe negocio (38
pesos el kilo a precios de entonces) y seis meses después, el nuevo gobierno,
el despotismo de CSG, abría inmisericordiosamente las fronteras comerciales a
la entrada de toda clase de mugres yanquis y entre otras cosas, entraron cajas
–yo las vi en la antigua Merced- de una
yarda cúbica, repletas de trompas y manitas de puerco, de todo aquello del
cerdo que no consumen los gringos. Mi negocio se derrumbó a $4 el kilo de
puerco en pie y entonces no alcanzaba la venta para costear la engorda.
Quebraron
muchas, todas las granjas que empezaba a visitar en la región, en Telpintla, en
Tenería. Me recomendaron matar mis puercos (tenía más de 150) y venderlos en
canal o por kilos, y lo hice. Mi Bisabuelo tenía fama de ser un estupendo
matancero y había el mito familiar de que se levantaba la patita derecha del
animal y donde terminaba la arruguita allí mero estaba el corazón y ¡pumbale! A
matar y destazar… mientras mi mujer salía con cubetas a vender la carne… que se
terminaba... eso me dió un par de meses de tiempo…
Entonces recurrí
nuevamente a mis conocidos y mis cartas credenciales. Me acordé que en el CONALEP que estaba ya entonces
descentralizado en Metepec, fungía como Director un amigo mío que me reconocía
como un “chiras” de la economía, la educación y la matemática y me nombro
Subdirector… ya saben, en el gobierno no se hace nada más que platicar, grillar
y cobrar. Por algo más de un mes viví el encanto de viajar todas las mañanas,
con el tiempo suficiente para llegar a la oficina a las 10 de la mañana –de
trajecito ¡claro!- y regresar después de
las 5 de la tarde, tarareando “que bonito es el sol de mañana, al regreso de la
capital…”
Pero además
impartía clases en la UNAM, en la FCPyS, la Facultad más al sur del Pedregal, en
Coyoacán, en la Cd de México. Y me daba tiempo, siempre hay tiempo al estar
dentro del gobierno, pues nunca se hace nada… No eran mucho los honorarios que
me pagaba la UNAM, pero lo hacía con un cheque y había una tienda recién
inaugurada especialmente para los Catedráticos universitarios y por eso
manejaba productos que no estaban disponibles en ningún otro centro comercial. Había
yogurt Sat Nam, sin azúcar, envasado en un litro, el primero y mejor, cremoso yogurt
que nunca he vuelto a probar; pero también se vendían tequilas de las marcas
Jimador, Cazadores y Cabrito, que nadie conocía ni consumía en aquellos días,
en los tiempos del ron y de la cuba. Vendía la tienda de la UNAM paquetes de
pañales con 48 piezas, las que solo eran como unas “hojas de tamal”, totalmente desconocidos entre la gente, igual
que las cajas de leche ultra pasteurizada.
Ese primer
semestre de 1989, nunca bajaba al pueblo y pasaba todo mi tiempo libre en mi
Rancho, cuyo lindero superior eran alambres de púas y por eso, nuestras mi vidas
estaban expuesta a las miradas de los montañeses de la Magdalena. Un día, llegó
uno de ellos, el más tonto creo yo y me dijo ¿“ya vió lo que hizo”? ¿Qué pasó
pregunté? Y duro mucho tiempo, que parecieron horas y me miraba con enojo, pero
no sabía que es lo que quería decirme, hasta que pudo explicarse que un perro pisó
uno de los alambres de púas de mi lindero, al que había caído encima un cable, de los que ellos mismos conectaban para allegarse de la luz, una auténtica
telaraña de cables colgando, peligrosos, estéticamente espantoso, y resulta que
uno de esos cables se rompió y al caer sobre el alambre de púas lo energizó, lo
electrificó y el perro se electrocutó y este montañés me culpaba a mí, de
haberlo hecho deliberadamente. Me costó trabajo convencerlo que había sido un
accidente. En descargo y como homenaje a este pueblo, debo decir que son gente
honrada y hasta la fecha nunca he sufrido robos o abusos, más allá de esas
costumbres ancestrales que se niegan a cambiar, aunque sea para su propio bien,
pero que vuelve muy difícil convivir así con ellos, el vecindario.
Una tarde, al
regresar de mi trabajo de burócrata en CONALEP, finales de julio de 1989, me
dijo mi esposa “fíjate que están clausurando una tienda en el pueblo” y agregó
que ya se había aburrido de darle de comer y lavar a los puercos que todavía
teníamos –ahora ya había ocho vientres y un verraco gigantes, aparte de una
cincuentena de marranos para vender o matar- entonces me sugirió que fuera a
ver si la compraba. Y como no sabía ni tenía la menor idea de nada, bajé y
pregunté a dos bellas y jóvenes muchachas que atendían la tienda que lucía casi
completamente vacía. Me dijeron que el dueño vivía en Carboneras, me dieron su
nombre y señas para dar con él.
Lo que sucedió
al día siguiente 3 de agosto fue un hecho imborrable. Salí felizmente a mi
chamba y conforme me acercaba a Carboneras, dudaba vertiginosamente si me
detenía y buscaba a este amigo. Al pasar por el lugar indicado estuve a punto
de seguirme, pero algo me detuvo y me estacioné. Pregunté y entonces salió una
persona que me asustó… (Jajaja) prieto, barbudo y mal, muy mal encarado, con el
torso desnudo y una toalla sobre el cuello. La conversación verso sobre ¿Quién
es usted? ¿De dónde viene? ¿Qué quiere? Me dijo “ya vendí la tienda”. Pero
entonces puse poco a poco en práctica mis mayores fortalezas: la persuasión,
caer bien y conseguir lo que quería. “Si quiere pase de regreso –dijo el
Prieto- a ver que pienso”
Nuevamente el
viaje de retorno, en esa tarde fue terrible. La procastrinación que me afecta
me hizo dar y dar de vueltas sobre la duda cartesiana. Por supuesto que al
pasar por su casa en Carboneras de detuve. Ya había elegido dentro de mí, pero
me gusta hacerle al “drama”. Nuevamente pregunte por el Prieto y para mi
sorpresa, me encuentro ahora a una persona de facciones amables, con una
sonrisa contagiosa y modales muy atentos y muy amistosos. Fue una señal. Mi
amigo, el mejor amigo que he conocido (hay que recordar que la amistad implica
igualdad y constancia y quizás, solo por eso, no digo que es el mejor amigo que
he conocido en mi vida) que en esa hora, ese día, me salvó la vida de muchas
maneras. Conocí a su esposa, una señora que merece todos mis respectos y
afectos, a sus hijas, a todas las conocí desde chiquillas, a sus hijos y
hermanos. Hubo otros anécdotas. ¿Ya conoce la tienda? me preguntó y como yo apenas
había entrado el día anterior, me dijo que fuéramos y allí me presentó a sus
hermanas –muy guapas entonces- y entré por primera vez al “Mayoreo del Sur”. Me
propuso rentármela un año, con una renta simbólica, yo quede en comprarle todo
lo que tenia (me parecía muy poco, pero nanay… fueron 7 millones de pesos de
entonces) Regresé a la casa a eso de las 8 de la noche y le dije a mi mujer “ya
tienes trabajo”
Ese trato se
hizo en un miércoles. El día siguiente practicamos un inventario, llegamos a
una cantidad, El Prieto (en realidad siempre me he referido a mi amigo como
Don… pero prefiero no mencionarle por su nombre, aunque todo el que lea esto sabrá
de quien se trata) me dijo que me daba un mes para pagarle (yo tenía más de 50
millones de pesos por la venta de mi departamento que deje en la Ciudad de
México) Y entonces me ofreció, además, enseñarme dónde y cómo comprar en
Toluca. Yo solo asentía con la cabeza o balbucía un ¡si! descompuesto, pues
percibía que todo estaba bien intencionado, trasparente, generoso y muy
amistosamente, además, confiaba mucho en
mis facultades y capacidades, pero ante todo en mi instinto, mi mayor tesoro.
Viernes 4 de
agosto. Ese día tempranito nos reunimos en la tienda grande del pueblo
–empezaba a notar la dimensión del trato que había hecho- Mi ex brujer, ella si
sabía bien lo que pasaba. Oriunda de más allá de Ciudad Altamirano Guerrero,
entendía todo y comprendía todo. Yo, la verdad no y eso repercutiría al paso de
unos años, en problemas familiares graves.
Viajamos a
Toluca y me repetía –parecía que Don Prieto se daba cuenta que yo no entendía
ni “madres”- que se compraba en “Abarrotes Selectos” me hablaba de Don Polo y
que Garis y la cosa primero era ir al banco y sacar dinero, pues debíamos
comprar de contado. Entonces esperé en el banco, el sistema fallaba, iban a llamar
por teléfono, necesitaba 10 millones, si permítame y se acabó el tiempo y el
maldito banco no pudo darme mi dinero. Realmente me daba pena por mis nuevos
amigos –viajaron una buena cantidad de muchachos con nosotros- pero yo creía
que no habría problema si regresaba el lunes.
De regreso, de
pronto, al pasar por San Juan de las Huertas, mi nuevo amigo giró el volante y se detuvo en
un comercio de donde salió una persona que le llamó compadre, a quien le dijo que necesitaba 10 millones por
una semana. Me quede inmóvil, yo no sabía que decir. Así no era la vida en el
DF, esto era otro mundo. El mueblero –hacen unos muebles magníficos- inmediatamente
sacó el dinero, se lo entrego a mi “mucho amigo”, quien a su vez me lo entrego,
me dijo “no me falle” y agregó “siempre si va a comprar Don Guillo” Y empieza
otro capítulo ahora, el de las compras pues se trataba de llenar la camioneta
de tres toneladas con jabón ibis, detergente foca, cloro golondrina, azúcar,
sal, frijol y toda una gama de productos que ¡yo nunca compraba! Ni conocía
Recuerdo que
una vez me contaba Don Zacarías, el “Pirata sabinesco de la Magdalena”, una historia sobre los “pocitos” y decía que
allí era donde lavaban y la leyenda estaba llena de matices. Me preguntó que si
se daba cuenta de la importancia que representaban para el barrio “los pocitos”
y respondí de inmediato que yo solo sabía de lavadoras Crolls. Así me sentía en
ese momento al cargar jabones Zote, veladoras, bultos con bolsa de plástico,
arroz “pero que sea Morelos” huevo pero Bachoco… en mi vida me había detenido a
fijarme en marcas de productos básicos. La realidad real, era una y solo una:
como Economista galardonado por la UNAM, yo estaba reprobado en la economía
real. Que es lo que pasa con los “tecnócratas” que despachan desde la SHCP,
inventan impuestos, cobran alcabalas y gastan a lo bestia y mal. Así son lo
mismo Pedro Aspe que Luis Videgaray y no se diga los “mensitos” directores de
economía o trabajo en los municipios mexiquenses.
Esos días
recibí lección tras lección de vida: Mi nuevo mejor amigo intentó obtener una
fianza de crédito con Don Polo, entonces “¡El Abarrotero!” de todo Toluca y el viejito
dijo NO. Don Amigo, que combinaba el hablar con gracia y simpatía, al tiempo
que enérgico y recio le dijo a Don Polo que traía la factura de su camioneta último
modelo y que se la dejaba en garantía y Don Polo dijo NO. Intervine para abogar
por mí, expliqué, mostré mis cuentas bancarias, le dije de mis meritos
académicos y mi origen tepiteño y mi rancho gigante y Montes de Oca dijo
NO. Como Don Polo era –ojala aun viva-
una persona dura pero simpática en esto del comercio, realmente un viejón muy simpático,
tanto como difícil en tratos con dinero, agregó que en el comercio nunca había
que comprar con crédito, que había que comprar solo lo que tuviéramos y nada más,
pero eso sí, ahorrar y gastar poco. ¡Qué lástima que yo no haya entendido esa
lección! Desgraciadamente me ganó mi espíritu modernista y progresista y luego
me puse a contratar miles y miles en créditos que me arruinarían… Como muchos,
mi economía cayó en picada total en el cambio y disputa por el poder entre CSG
y EUA a través de Zedillo, en 1994 y los “errores de diciembre”.
Pero eso será
otra leyenda, porque ese día de verano de 1989, nunca se me olvidará cuando
finalmente quedo pagado todo y empezó la carga de la camioneta. Mi amigo Abdón dijo
“en el nombre sea de dios” Me enterneció la bendición puesto que no soy
religioso, pero el momento era emocionante. El vehículo se llenó hasta el tope
de carga y viajamos de regreso con la mercancía indispensable para
Temascaltepec.
Al llegar y
empezar a descargar, Don Prieto me dijo que me iba a “prestar” a su hermano
para que me enseñara. Había tanto por aprender. Yo le dije a mi trabajador del
rancho, que una de sus hijas, la más inteligente, la más bonita, muy niña, le
ayudara a mi mujer. Así, abrimos la tienda y aquellos niños -el hermano tenía
15 años y la niña unos 13 más o menos- se conocieron, trabajaron, se enamoraron
y se casaron y hoy son una matrimonio responsable con varios hijos y un negocio
boyante en Tejupilco
Ese fin de semana
me di cuenta que ya no viajaría a Metepec, al CONALEP –era un muy buen puesto
de trabajo- pero la venta de un fin de semana de la tienda, prorrateada y
calculando un margen etc. etc.… me daba como cuatro veces el sueldo de
Subdirector Federal. A la semana renuncié y mi amigo -he olvidado su nombre, el
Director de Planeación y ya murió de cáncer- se quedo asombrado por mi
determinación.
En la tienda,
sobre todo los domingos, conocí amigos de Los Timbres, de la Albarrada, de San
Pedro Tenayac, del Tule, Tenería y de Almoloya
de las Granadas. Los niños y niñas que venían de Ocotepec y de San Diego
Cuentla y vendían sus hierbas y maíces y luego compraban en la tienda. A los
Olivares, los carniceros hijos de Don Ciro que tienen la mejor carne de todo el
sur del estado de México, sin duda alguna: garantizo calidad, servicio y un
estilo y una carácter únicos.
Conocí a mucha
gente de Jesús del Monte, de Comunidad y fue un orgullo mercar con los Torres
de Carboneras, una familia no de diez sino de más de 20, porque son, creo 22
hermanos y con un buen Padre y una Madre, que espero estén bien, porque eran
felices y me favorecieron muchos años con sus compras diarias. Actualmente los
Restaurantes Chelo y de la Señora Alicia son un paradero para comer y bien, al
visitar Temascaltepec… y supe que yo era, entonces, feliz. Así fue por un
tiempo, solo por un tiempo.
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