Resulta que no
hay gasolina en la antigua estación de Temascaltepec y nada refleja mejor a
este pueblo que el servicio incómodo, incompleto, pero dominante de la
“gasolineria”. Déjenme contar que en mis primeras andanzas de hace 25 años,
tratando de conocer el nuevo pueblo a donde había mudado mi residencia, me
encontré con que todos los servicios eran condicionantes, habituados a decir a la gente “espérate”,
“ahorita”. Que en Temascaltepec se acostumbraron a la existencia de monopolios
enanos, que maltrataban a la gente de las demás comunidades que constituyen nuestro
municipio.
Hoy que en Temascaltepec
nuevamente se han impuesto los gobernantes de la “cabecera” y que los “políticos”
aspiran a perpetuarse y repetir en el poder, contando mitos y leyendas, les
diré que entonces, en este reino había dos tiendas, tan voraces y enemigas que
si una de ellas sabía que un cliente compraba en la tienda de enfrente, no le
volvía a vender. Comercios que condicionaban el azúcar, mientras se hacían
esperar por la clientela en el mostrador, en tanto que los benditos señores se
sentaban a comer a la vista de la gente, que con prisa y desesperación debía
aguantar y callar.
Son las
costumbres que se hicieron leyes en Temascaltepec. Siglos de dominio
extranjero, en la explotación de las ricas minas –aunque reportaba el inglés
Ward en 1847 que “las minas de Temascaltepec están inundadas y la ley de sus
minerales es de baja calidad”- No obstante, trescientos años de dominio
español, más un siglo de tránsito por manos inglesas, alemanas y
norteamericanas, acostumbró a los caporales de Temascaltepec a tratar de la peor
manera, de la misma manera que los Patrones fuereños los trataron a ellos
mismos, por siempre y todos los días más
y más.
Cuando me hice
comerciante… -debo señalar, para que pueda ser entendido, que en Temascaltepec,
la mayor virtud que encontré fue la posibilidad de ser por primera vez, muchas
cosas y muchas personas- … por eso cuando me hice comerciante –ya platicaré
como es que sucedió lo que fue sin duda el momento estelar de mi conquista de
Temascaltepec-… la clientela que iba conociendo, acusaba a las tiendas de este
pueblo por el servicio déspota, abusivo, tramposo (kilos de 800 gramos, alcohol
adulterado- pero lo que más les “podía” a la gente, era el desdén con que se
arrogaban el trato comercial, pues los dos o tres comerciantes conocidos eran
acaparadores de todo: telas, abarrotes, gasolina, vinos, fertilizantes, café,
alcohol y azúcar, que era el bien más preciado y el que más necesitaban los
lugareños y campesinos, para iniciar sus jornadas de trabajo, en las frías latitudes
de Temascaltepec, al despuntar la madrugada, entre tierras arenosas, negras,
fértiles, ricas en nutrientes para sembrar y cosechar con singular éxito, papas
y chicharos, maíz y frutos, flores.
Entendí que
debía tener una camioneta y antes de llevar a cabo la mudanza familiar, me fui
a los EUA a traer una pick up. Era el año de 1988 y acababa de ser publicado el
decreto que permitía la introducción de vehículos de carga de hasta 6
cilindros, de las marcas Ford y Chevrolet. Aquella fue otra Odisea. Un viaje
que realicé solo, desde California hasta Cd. Obregón Sonora, donde ya no pude
más. El vehículo fallaba y me rescato mi Pa’. Llegamos hasta Temascaltepec y al
buscar que un mecánico revisara el auto, conocí el mal trato y ese modito de
saludar y no hacer nada por ti. Con el tiempo que me exigía, con tantos
pendientes por ordenar y conocer en mi próxima –aún- futura morada, no podía
esperar hasta el que “estos cuates” me dispensaran un minuto de su atención,
para luego nuevamente quedar estacionado en espera de que uno de los chalanes
hiciera algo por mí. Por suerte, por costumbre mas bien, nunca espero y al
buscar conocí a un paisano que en media hora tenia a mi auto funcionando y en
medio día lo dejaba en tan buenas condiciones, que sin esa camioneta, quizás no
hubiera conseguido llegar finalmente a mi nueva casa en la confluencia de los
barrios de Las Peñas, Gachupina, Magdalena y Doña Rosa y esta es otra historia
de babosadas entre vecinos, pues cada familia, tal parecería así, le pone su
nombre a su vecindario y entonces, pues como nuestro caso fue diferente, un
jugador externo, ajeno, nunca antes visto en esta región, me quedé como que en
medio de la nada o como parte de todo, prefiero verlo así.
Decía en la
anterior leyenda pasada (pueden leer la saga completa en mi blog Cartas Sureñas)
que el 20 de febrero de 1989 finalmente llegue con un enorme camión y mi
familia emocionada. Temascaltepec estaba ya en mi vida, y estará, hasta que
decida salir de aquí, que a lo mejor es muy pronto.
El peón
borracho se apareció casi al terminar la mudanza que hicimos, merced a los
excelentes servicios de la pick up que traje del norte, solo para ser testigo
de la fuerza de la voluntad, del espíritu de aventura, de venir arropado
entonces, por una buena compañía. Busque y pregunté y alguien me dijo que en un
pueblito vecino –San Diego Cuentla- estaban unos veracruzanos que necesitaban
trabajar. Ellos se convirtieron en una de mis fortalezas, cuando entonces ya
sabía que había malquerencias que habían abusado sistemáticamente de mi Padre y
que ahora se confabulaban para “molestarme”, porque en Temascaltepec la gente
“molesta”, hace “travesuras”, “dicen” y siempre “creen”…
Estos
trabajadores veracruzanos, eran una familia muy numerosa –hoy lo son más aún- y
me propusieron sembrar los terrenos de maíz, para tener comida para los
puercos. Fue una idea que me pareció ¡fabulosa! Hacer realidad un sueño ideal,
una especie de fantasía que se iba a convertir en mazorcas, calabazas, en luz,
espacios, pues entendí que era necesario “limpiar” el terreno. Conocí por
primera vez –otra de tantas primeras veces- la palabra “chaponear” y Melquiades
–puedo decir su nombre, porque nunca más volví a ver a este gran señor y su
familia de hijas muy bonitas- usaba, a diferencia de toda la demás gente de
Temascaltepec, un machete largo y recto y no el machete pequeño y curvo. Aprendí
que la medida para sembrar el maíz es el “cuartillo” y que el espacio que
íbamos a sembrar a “medias” –dícese de un acuerdo entre Patrón o dueño de los
solares y los peones que limpian y siembran- le cabían 50 cuartillos, lo que
era un montón de maíz. Era una aventura
hecha realidad, pues para empezar yo no comía maíz, ni elotes, ni tortilla ni
atoles, ni sabía para que se usaba el olote y los restos de la cosecha.
Melquiades limpió todo el terreno escarpado, en un poco más de un mes, pues a
él le apuraba el tiempo para hacer otras faenas indispensables para completar
el gasto y la vida en familia. Yo aprendía rápidamente, hasta que…
A la hora de
ir por los fertilizantes, pregunté y el único lugar donde se vendía el insumo
indispensable, estaba en un sitio cercano, en una bodega en San Mateo, a
donde me trasladé y compré no sin antes conocer a una gente muy distinta, muy
amable, muy chaparrita y morena, eran los Matlatzincas, que como comunidad son
uno de los tesoros más ricos con que cuenta Temascaltepec, el verdadero
Temascaltepec.
Porque el otro
Temascaltepec, el que me rodeaba y observaba y saludaba y siempre me detenían
para verme, para olerme, para tocarme, me “enganchaban” con historias de mi
Padre… su Padre Aristóteles era muy bueno… Don Pedrito le llamaban y aquí eso
es una “alerta”, algo así como ¡aléjate y cuéntaselos a quien más confianza le
tengas!
Porque
entonces varios de ellos se acercaron y sonriendo, siempre sonriendo, me
pidieron “por favor” claro siempre con “modos” (debo señalar la influencia de
un personaje importante, a quien conocí poco, pues perdió la vida
accidentalmente, pero que era el gran líder político de la región, formado en el
estilo de Carlos Hank, de “guante blanco” y sonrisa eterna) que les trajera su fertilizante, pues todos
entonces sembraban sus parcelas de maíz (en realidad no se siembra solo maíz,
son frijoles, calabaza, chícharo, habas… una fiesta) Me pidieron que les
trajera su fertilizante y les permitiera guardarlo en mi bodega, la única que
estaba en la entrada de esas cañadas, a donde se llegaba por el único camino
que había construido mi Padre Aristóteles -Don Pedrito- en mi vehículo 4 x 4, que
entonces, en el año de 1989 era una experiencia nunca antes vista, por los montañeses
de Magdalena –que es el nombre dominante en la zona- como los de la peli que
narraré a continuación: el titulo de la película es “Deliverance” y está
considerada una de las 100 mejores películas de todos los tiempos. En México se
tradujo como “Amarga Pesadilla”, en España, el titulo atendió mas al sentido
original de la traducción y le llamaron “Liberación”, pero también fue conocida
en otros países como “Defensa” y “la violencia está en nosotros”, este último,
el título en Argentina. En todo caso, para muchos esta película está en la
memoria por el “duelo de banjos”. Para nosotros –mi familia y yo, Andrónico de
Rodas- es la realidad exacta de la vida que conocí en Temascaltepec. La gente
se casa entre ellos mismos, existen entonces problemas hereditarios, de tanto
arrejuntarse, fue hasta nuestra llegada que las cosas empezaron a cambiar de
muchas, muchas maneras, por cierto no consignadas –no lo harán nunca- por los monografías e historiadores nativos. Por
eso lo relataré yo mismo, es mejor.
Porque el buen
vecino –o sea, yo- ingenuo y generoso, no solo aceptó traerles su fertilizante
a mis vecinos, sino además dejarlo guardado en la bodega del rancho, y lo hice
de manera gratuita y con una sonrisa –está siempre sincera- de gusto por ayudar
y empezar a sentirme parte de mi nueva casa.
Lo que no
sabía entonces, era que los habitantes de esta microrregión eran idénticos a
los montañeses de “Amarga pesadilla”. Coincidió de manera fortuita que descubrí
una fuente de agua que brotaba sobre el camino, justamente por encima del nivel
donde estaban mis cisternas, las que surtían de agua a mi casa, la que apenas comenzaba
a ser habitable. Hablo de marzo o abril de 1989. Hablo del fertilizante traído
y guardado de manera gratuita y hablo de los saludos y platicas de mi “Abuelito”.
Vi que por
gravedad, con una manguera de media pulgada, el agua que de todas maneras se
resbalaba y se metía a mi propiedad, enfangando todo el cauce hasta llegar al
arroyo al pie y lindero de mi propiedad, me percaté que podía llevar esa
manguera y dejarla caer en mis cisternas y asunto arreglado… Ya contaba con
agua para bañarnos, para lavar trastes… excepto que al día siguiente, se me
notificaban que estaba demandado por ¡robarme el agua!
Fue muy triste
saber que esa agua era algo así como intocable ¿Por qué? Aún, a la fecha, 20
años después no lo consigo entender. Al día de hoy, esa agua ha sido canalizada
y se lleva por un tubo que la deposita en el arroyo, al mismo arroyo que es mi
lindero, pero donde ya no me pertenece, y no la puedo usar, pero nadie tampoco “es
que no sabe Don Andrónico” es que el “ojito del aguacate” –que así se llama el maná-
sirve para que la gente venga por agüita cuando hay escases y la lista de
historias es interminable. Conocí al mayor contador de historias de todo
Temascaltepec, mucho más que el Sherezado que ocasionalmente se aparecía,
tratando de comprobar que sus visiones eran reales y que yo estaba ahora en
vida, en siembra y con otros trabajadores que alegraban el rancho. Ese gran
contador de cuentos y leyendas, de mitos e historias se hizo mi amigo y al
final de su vida lo admiré y le tuve mucho afecto. Todo un Pirata cojo y con
pata de palo, un reconocimiento a Don Zacarías, un tipazo excéntrico, mugroso,
gran platicador, trabajador como él solo.
Por cierto, de
aquella familia de peones con que empecé a trabajar, una de las hijas, se convertiría,
al paso del tiempo no solo en una gran ayudante, amiga, y después –la historia
es shakesperiana- en una señora respetabilísima que casada con… es una historia
muy bonita.
Porque lo que
ahora les diré es que estos malditos, los que tenían guardado su fertilizante y
que habían recibido solo generosidad de mi parte, me demandaban y acusaban de
robo de las aguas que “originariamente pertenecen a la nación…” o algo así dice
o decía el artículo 27 Constitucional.
Y no hubo
manera ni forma ni acuerdo entre estos insolentes y yo el fuereño. Les ofrecí
espacios para tantas cosas que necesitaban, lámparas para que no caminaran en
la negrura de las noches sin ver donde pisaban. Nada y las autoridades
municipales, los mismos montañeses, decretaron el retiro ipso facto de mi
manguerita y la amenaza de que de persistir bla bla bla…
Obviamente que
al regresar de esa pantomima de justicia pueblerina, le ordené a mis peones –comencé
a ser Patrón de veras- que sacaran a la intemperie los sacos de fertilizantes
de estos malagradecidos y les hice saber a los simpáticos vecinos que se
llevaran sus bultos inmediatamente. Era frustrante e increíble ser testigo de algo
así. Absurdo. Y apenas comenzaba a conocer a esta gente, muy particular, pero
debo insistir y recordar que hablo la de la cabecera municipal…
Por fortuna conocería
al “Español” y a Paul y a Adolfo el “alemán” y todos me ayudaron a poner en
práctica la mejor receta, el santo remedio para vivir y vivir bien en
Temascaltepec: no te enojes y soluciona tus problemas, sin dejarte de esta
gente que no es mala pero está afectada por siglos de dominio y explotación. El
“español” me contó como a ellos, son una familia bella, les advirtieron que
jamás tendrían agua en su cerro que domina el pueblo. Me dijo y puse, -me
siguió diciendo- bombas de agua y sifones y arriates. Hoy vive feliz. Y el
Ingeniero que ya murió, el industrial que tanto se esforzó por invertir y
generar empleo en Temascaltepec, me decía, siempre sonriente “mándalos a la
chingada” y se carcajeaba a mandíbula batiente. Incluso uno de ellos mismos de
apellidos Segura Vergara -jajá todo un albur- un ser extraño y atento, un viejo
amigable, me advertía… “se lo quieren chingar Don Andrónico”, porque así
siempre me llamó, hasta la fecha.
Y entonces, un
día, de pie en una peña preciosa que mira hacia el arroyo hermoso y frente a la
cascada majestosa, pude decir ¡Vini, Vidi, Vinci!… y aún no empezaba a trabajar
de a deveras… pero eso será cosa de la siguiente Leyenda, el mito donde narraré
como todo cambió al conocer a la gente
de Carboneras, de Jesús del Monte, del Peñón, de San Andrés, del Cerro Pelón,
de San Pedro Tenayac…
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