He sido
siempre un helenista, por instinto, por temperamento, por naturaleza. Defiendo
el pensamiento occidental porque me parece superior a las ideas orientales.
Persigo el saber absoluto y, a diferencia de la filosofía del sur asiático y
del Asia oriental, el pensamiento en que me he formado, el que nace en la antigua
Grecia, predica que este no puede separarse de una cierta totalidad. Debemos
saberlo todo, entenderlo todo y vivirlo todo. Debemos viajar por el mundo,
conocer paisajes y las clases sociales, las creencias y costumbres de toda la
gente.
Llevo casi XXI
siglos almacenando el saber enciclopédico de la humanidad. Soy preceptor y
heredero de la Sabiduría Mayor, la anterior a Sócrates y luego los que le
siguieron, especialmente la de los polímatas Aristóteles, Leonardo da Vinci y
agrego a uno poco conocido y por eso más valioso, Baltasar Gracián.
Hace muchos
ayeres que me he distanciado de las creencias, de la fe y de los dogmas, del
misticismo y la devoción. No comulgo ni con el confucianismo, ni el taoísmo ni
con el budismo. China, India, la antigua Persia o Japón son entidades alejadas
de nuestra razón, lógica, naturaleza y la naturalidad propia. Tampoco participo en nada
de lo que postulan las tres grandes religiones occidentales.
Me acosan, no
obstante los fantasmas del altiplano, nuestros Dioses prehispánicos, el panteón del imperio
azteca dominante, el de los mayas, la religión olmeca y antes que todos los
antes, el de la civilización madre Teotihuacán: porque son mitos, adoptados y
adaptados de la riqueza politeísta natural y de sus circunstancias. “Y Tlaloc,
Xipe Totec o el Tloque Nahuaque, conviven de manera desigual con Huitzilopochtli,
y su hermana la Coyolxauhqui, Coatlicue o Tezcatlipoca”
Me invaden
sentimientos de admiración, tanto como desesperación, al conocer el
descubrimiento de un monolito maya, mirando al horizonte, a más de 8 mil
kilómetros de distancia del sureste mexicano, en una isla llamada de Juan Fernández,
frente a las costas de la región andina, justamente en el lugar donde se observó
a finales del año 2012, dos acontecimientos celestes: un extraordinario
eclipse venusino y 40 días después el 21 de diciembre, un eclipse total de sol.
Y me encontré
en Temascaltepec, al hurgar entre vados y riberas, un pequeño cofre que contenía
un papiro ajado. Recuerdo que antes de partir, Zacarías, mi vecino, siempre
defendió la idea de que en las cañadas de este municipio permanecen escondidos muchos
tesoros. El viejo me invitaba a pasar las noches a la intemperie, pues decía que
era cuando se podían ver las serpientes de fuego, las señales de por donde había
que rascar para extraer el oro y la plata. Creo que no estaba equivocado. Hay
muchas leyendas que aseguran que gente de Temascaltepec ha desenterrado
riquezas escondidas. No hay que olvidar el origen minero de este pueblo, así
como los continuados ataques independentistas y revolucionarios más tarde,
contra este baluarte de los conquistadores, primero y de los explotadores,
después. La gente originaria ¿cuántas veces esconderían sus fortunas, entre montes
y joyas topográficas, antes de perecer sin recuperarlas?
Yo no encontré
riquezas monetarias, pero si un manuscrito que lleva el nombre de “Cartas Mexiquenses”.
No tan antiguo como los Códices que menciona en su contenido, al hablar de
religiones, pero si lo suficientemente extenso para intentar comprender todo y
explicar lo demás. Dice, en la página 343: “La fantasía se mezcla con los
hallazgos, porque la estructura pétrea encontrada es muy parecida –de por medio
esta la erosión del tiempo- a un jaguar idéntico a los labrados en tierras
mayas, particularmente de la región de Palenque en Chiapas. También resulta
relevante que sea precisamente en ese lugar donde se verán, primero el cruce
del planeta Venus, atravesando el círculo solar y tras una cuarentena exacta un
eclipse total, la muerte del sol y en el calendario Maya, el fin de los tiempos…
Es doblemente sorprendente que el descubrimiento de ese sitio tan alejado de
las costas del mar Caribe, se deba al trabajo arqueológico que encontró en la
lapida de la tumba del Rey Pakal (603-683 d.c.) señalado este suceso,
increíble, considerando la arrogancia que la sociedad moderna tiene respecto a
la sabiduría antigua. Cabe señalar que el recinto funerario de Pakal el Grande
fue construido por su hijo Balam II, cuyo cuerpo no ha sido encontrado, no
obstante que fue un Rey aún más importante que su propio Padre, (se especula
que sus restos mortales podrían estar al pie del Jaguar de la Isla del
Apocalipsis) a quien dedicó el imponente recinto fúnebre de más de 20 toneladas
(descubierto entre 1948-1958) y cuya tapa tiene una serie de dibujos, que la
imaginación de muchos los ha relacionado con un viajero espacial, una especie
de astronauta metido en una nave voladora.
Mas el
entramado de la ficción y la realidad se entremezcla, cuando se descubre que a
pesar de los esfuerzos de los religiosos católicos, empeñados en borrar toda
evidencia posible de la ciencia y cultura de los Mayas, no pudieron quemar –se
calcula que los conquistadores religiosos destruyeron más de 15 mil códigos
mayas- cuatro Códigos que aún se conservan: El Código Grolier, el Código de
Paris, el Código de Dresden y el Código de Madrid. En ellos se reconoce y se
anticipa, específicamente en el de Dresden, que el final de los tiempos
concluirá en el año 2012, cuando se observaran dos eclipses, los anticipados de
Venus y del Sol, únicamente vistos ambos en un solo sitio que es la Isla de
Juan Fernández, la que desde el descubrimiento de la correlación de eventos
astronómicos es llamada Isla del Apocalipsis, porque se supone que el 21 de
diciembre será el fin del mundo”
La combinación
de sabiduría con mitos y leyendas, lleva a concluir que la interpretación fue
equivocada y no por ello menos acertada. Para México, el mes de diciembre de
2012 es el fin de los tiempos y el inicio del Apocalipsis. Es el retorno de la
bestia, el 666 copeteado, tan temido por los creyentes del profeta de Canaán,
aquel que extraviado por años, vino a nuestra escuela peripatética para
aprender la sabiduría necesaria, pero que como Luke Skywalker, en su
precipitación, marchó sin acabar la formación y por eso, su legado ha deformado
al mundo.
Me intriga también
la otra gran religión del mundo, la del Islam y su profeta. No porque la
considere mejor o mayor que las otras dos grandes religiones occidentales, la cristiana
y la judía, sino porque la civilización que representa, es una extensión de
nosotros los mayas e incas, los aztecas y chichimecos, olmecas y tarascos,
quechuas y totonacos: los mestizos. La cultura mediterránea, es tan occidental
como oriental y por eso el mundo árabe y su riqueza filosófica me contagia y
apasiona.
Ahora regreso
al tiempo presente, para explicar las ideas que he observado de la fe y la
religión en el sur mexiquense (es horripilante el gentilicio), digamos mejor en
el sur mexicano, a partir de mi viaje más reciente a la capital de la
República, a donde acudí al oráculo de Kasparov, con la idea puesta, firme y
entusiasta de hacer del Ajedrez –otro producto tan oriental como occidental-
una herramienta pedagógica que permita que la gente sureña aprenda a pensar, se
acostumbre a pensar, recuerde, quizás, para otros, lo que es el acto del
pensamiento.
La experiencia
fue muy interesante porque visitaron este
centro profético, embajadores de Uruguay y España, de Argentina y Colombia,
pero el que más me llamó la atención, fue el representante de Venezuela, porque
el maestro, comenzó su exposición declarando al Comandante Hugo Chávez, como el
promotor de la enseñanza del Ajedrez en la hermana república Bolivariana, donde
los docentes se preocupan porque su infancia se enseñe a pensar y no a creer, trabajan
para que se eduque a los niños y niñas, con herramientas que ayudan al empleo
de la lógica y de la razón, que estructuran el orden y la disciplina, la
camaradería y la amistad, que enseña a ganar y a perder. El Ajedrez como un
medio para pensar bien y mejor y no exclusiva ni necesariamente, para formar
jugadores de Ajedrez.
Fueron dos
días intensos, de participación activa, a donde me acerqué para hacer del
conocimiento de estos iniciados, de la existencia y presencia de un libro
escrito por Luis Guillermo Garcia Ruiz, cuyo título es el de “Crear Genios con
Estilo”. Nada espectacular, esta obra reúne saberes que se repiten en muchas otras
de esta especie. La originalidad importante de este documento, radica, por una
parte en el empleo de un método propio y probado (duro y conciso); y que es el libro
primero de Ajedrez y Pedagogía, en territorio mexicano, que puede ser usado por
todos los docentes mexiquenses que decidan dar un paso adelante, en su
compromiso con la nación nuestra.
Mas el punto
religioso al que me quiero referir ocurrió durante la noche del día 28 y el amanecer
del 29 de octubre. Un estrépito sonoro me levantó de un salto de mi lecho donde
descansaba. Acostumbrado a dormir poco, pero bien, a levantarme tempranito al
rayar el alba, revisé la hora, aún sobresaltado y el reloj marcaba la
medianoche.
De pronto otro
estruendo más fuerte aún me puso a pensar en atentados, en terrorismo, pues
estamos en el umbral del estallido social en México. Mas despierto, empecé a
comprender que lo que me sobresaltó eran cohetes, mucho más tronadores –quizás era
el hecho de estallar entre las calles de la ciudad de México- y empecé a hacer
conjeturas: mi mente razonadora generó muchos escenarios, mi espíritu analítico
caminó por explicaciones posibles, probables y desecho las innecesarias, la
imaginación se soltó a buscar historias y mis árboles de alternativas
escudriñaron pródigamente, hasta que caí en la cuenta de que estábamos comenzando
el día que se venera a San Judas Tadeo. Regresé a la cama, pero ya no pude
dormir a “pierna suelta”. Toda la noche prosiguieron los cohetes y estallidos.
Al amanecer, apenas
y daban las cinco de la mañana cuando ya estaba en pie. Me calce tenis, vestí
short, playera y una sudadera amplia y roída, maltratada de tanto usarla, de
mangas desbambadas de tanto subir y bajar. Es un regalo de mi hija Artemia y
por eso la sigo usando para hacer ejercicio. Me siento abrazado por ella y me
gusta.
Salí y me dirigí
a la Alameda Central, que está a dos cuadras de la Posada donde paré a
restaurarme del viaje. Hice mis prácticas matinales, trotar con el frio sabroso
del otoño, en la capital de todos los méxicos que existen, es fascinante. Me
acerqué despacio a la esquina de las avenidas Reforma e Hidalgo, al punto donde
se encuentra el templo de San Hipólito, el consagrado al culto del que llamaban
“hermano de Jesús”, al que muchos solo mencionan como Tadeo y otros Judas Santiago, pero que la mayoría conoció
como el apóstol Judas Tadeo, para diferenciarlo del Iscariote.
No me mueve
ninguna fibra sentimental ni emocional, el culto a este ícono religioso. Pero
quedé conmovido, profundamente de ver a mi gente, a mis hermanos mexicanos,
fanatizados por la devoción inexplicable. Dicen que es el apóstol de las causas
imposibles, pero yo solo vi miseria. Vi gente que cargan estatuas de tamaño real,
se cubren con el manto verde, duerme en el suelo y forma largas filas, solo para
entrar al templo. Observé ignorancia y miedo, mucho miedo. Donde volteas solo
se mira pobreza y pereza.
Esta gente no
piensa, solo cree. Esta gente no razona, solo obedece. Los cuerpos escuálidos,
la ropa de muy mala calidad, la piel morena, la indumentaria extravagante. Son estampas
de un síntoma muy preocupante. Son votos electorales, son el sostén de un
despotismo que se cimenta en la ignorancia y el miedo. A pesar de todo, esa
gente tenía motivos para bailar y embriagarse. Porque había redovas y acordeones,
trompetas y trombones, bandas y mariachis. Pero también había puestos donde vendían
estatuas de San Juditas –así les dicen los nakos wee- al grito de llevelóoo llévelo…
Me detuve y pregunte por una figura de unos cuarenta centímetros “a treinta y
cinco patrón” es de resina, agregó. Volví a preguntar ¿está hecho en China?… “se
lo dejo en $30… si, son chinos”… y fue honesto el comerciante que vendía
escapularios, rosarios, imágenes, llaveros, estampas y todo lo necesario para
sentirse protegido, abrazado por San Judas Tadeo.
En Temascaltepec
la devoción está depositada en El Señor del Perdón. No me considero capaz de
decir nada más. Siempre he visto que la gente de la cabecera municipal adora a
este Jesucristo con cariño. Me impresionó la primera vez que estuve presente en
temporada de fiestas, pues pude constatar que “las fiestas al norte son
profundas, místicas, sufridas, abnegadas, frías y dolorosas. Las fiestas en el
sur comienzan el viernes de Carnaval, simultáneamente que en Rio de Janeiro,
donde las mulatas hermosas se sacuden al el ritmo de la samba, al compás de
otros carnavales famosos en el mundo: Venecia y las mascaradas, Nueva Orleans y
el jazz, Veracruz y la mesa que más aplauda…”: El norte es Temascaltepec y el
sur se llama Tejupilco.
Me hice amigo
del Sacerdote Abelardo y aunque nunca he participado en las ceremonias religiosas,
es indudable -me impresiona- que la procesión del silencio, que se lleva a cabo cada día 7 de enero, reúne un gran valor espiritual. La cabecera del Municipio de Temascaltepec gira en
derredor de la Iglesia del Señor del Perdón y seria cuestión de estudiar
antropológicamente, etnográficamente, con filosofía y sentido común, las
diferencias con los ritos que he presenciado esta semana y cito a un amigo que
ya no está entre nosotros, se llama Polibio de Arcadia, quien dice “Es el que
garantiza la libertad del pensamiento a la vez que la solidaridad ciudadana, la
grandeza de los individuos y la humildad obligada de los grupos; mientras que el
sistema publicitario engrandece la mediocridad, rebaja la excelencia, destruye
el grupo y aumenta la masa. Esto representa el triunfo del mercado, no el de
los hombres libres” Es sincretismo, es fusión y corrupción: es claro who is
who.
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