El
año 2014 ha sido el peor de todos los años, para nosotros, el pueblo, desde
hace 20, justo cuando México fue “rematado en charola de plata” al apetito
imperial, de drogas, lujos, excesos, muerte, robo, traiciones, mal gusto,
discriminación y comercio sin límites, que iguala, en el registro simbólico de
la palabra y las acciones humanas, la prostitución con el éxito, el desperdicio
con la felicidad, la corrupción y el “fast track”, la muerte criminal con los
daños colaterales, el amor con las perversiones, la inteligencia con los best seller,
la imaginación con los gritos y los “selfies”, la amistad con el interés, al
Padre con la Madre, las pesadillas con el sueño americano.
¿Es
peor en una escala de horrores 2014, al sexenio estúpido, “mocho”, “mandilón, e
imbécil de Fox? ¿Peor aún que el desgobierno al servicio de los EUA del
“borracho” de Calderón? ¿Es todavía mayor el mal 2014 que hace dos años y el
regreso del PRI?
Entonces
el recuerdo presente de Ayotzinapa, los ríos contaminados en Sonora, las
ejecuciones en Tlatlaya, el derrumbe de los precios del petróleo gracias a la
garantía de reservas que México ha entregado a las “siete hermanas”, la
devaluación de la moneda, la devaluación de todo el país, la “Casa Blanca” de
95 millones de pesos… Aún así, todas la desgracias nacionales pasan a un segundo
plano, ante la ausencia pesada, consentida, inesperada de cuatro Sabios, Dioses
Mexicanos: José Emilio Pacheco y Gabriel Garcia Márquez (mexicano-colombino) de
Paco de Lucia (mexicano-andaluz) y de Vicente Leñero, a quien rescato, en una de sus muchas facultades, la de ajedrecista,
frente al gigante Juan José Arreola, quien se adelantó al solio de la
inmortalidad hace 13, cabalísticos años: Entrevista –que no tiene pierde- sobre
el tablero publicada por la Revista de Revistas del periódico Excélsior de
Julio Scherer, hace más de 50 años (1962)
¿Qué
significa para Arreola el ajedrez?
El
cabello alborotado en rizos –un poco más corto que hace un par de años-, sus
dedos largos de titiritero inquieto, el cuello ganso escapándose de la camisa
abierta, su presencia toda lo hacen aparecer, hoy como antes, un duende hechizo
actuando en un cuadro de Remedios Varo.
No
responde de inmediato a la pregunta; antes apoya con un peón al peón, jinetea
al caballo del rey para que brinque la barrera de la infantería, abre paso a un
alfil, despabila a otro peón, repele un avance ingenuo y entonces sí, ya con la
reina en puntalanza atiende al oponente despistado:
¿Qué significa para mí el
ajedrez?
Arreola
sonríe… Pero no. Esa pregunta todavía no. Responderla de entrada sería como
enrocarse prematuramente y llamar la atención del oponente sobre puntos
vulnerables de la intimidad. Para hablar de ajedrez hay que empezar desde el
principio: desde que sir Leonard Wooley, en sus excavaciones en la cuenca
mesopotámica, allí donde el hombre, sediento de infinito, empeñado en ser “mas
que de tamaño natural”, ansioso de sobrepasar su grandeza originaria como la ha
intentado siempre –y lo ha conseguido, explica Arreola: “el hombre ha
sobrepasado miserablemente, mezquinamente, su grandeza natural”-; allí en la
cuenca mesopotámica donde el hombre soberbio erigió la torre de Babel
–plataforma para llegar al cielo-, sir Leonard Wooley descubrió tres objetos
que Arreola califica de maravillosos: la daga de oro de Ur, el estandarte de la
ciudad y el cordero preso entre las zarzas.
El
oponente interrumpe: ¿Y eso qué tiene que ver con el ajedrez?... Arreola
castiga el atrevimiento capturando el peón negro que protegía el carril central
del rey enemigo. El oponente se enroca precipitadamente y Arreola vuelve a
tomar la palabra entusiasmado, febril… en el momento de descubrir, junto a esos
tres objetos maravillosos, “un cuarto objeto igualmente maravilloso: el tablero
de ajedrez de ocho casillas”.
El
ajedrez nace al pie de la torre de Babel –símbolo de la desmesura, de la
megalomanía, del delirio de grandeza humanos- como una especie de proposición:
¿quieres embarcarte en la aventura espacial más grande que tu razón pueda
concebir?; ¿quieres agotar todos los recursos de tu imaginación?: yo te voy a
proponer la trampa mental: el gambito de las 64 casillas. En un espacio
limitado de ocho casillas por ocho, que pueden ser de un centímetro o de un
metro, el hombre encuentra y captura el infinito… Allí y no en la fracasada
torre de Babel.
¿Por
qué dieciséis piezas por bando?, ¿por qué ocho casillas por ocho? El número
ocho no es un número cabalístico... admite Arreola con una pizca de
intranquilidad… Y ahora se me ocurre que el hombre se ha extraviado a partir de
los números nones, siendo que la posibilidad única de realización humana es el
par. Cierto. Así es. Pensemos en la pareja que preside la creación: Adán y Eva.
Pensemos en la pareja del rey y la reina en el tablero de ajedrez.
Siempre
que hablamos de números pares, hablamos de acompañamiento. Y aquí podría
encontrarse una explicación al porqué el pueblo mexicano ha manifestado a lo
largo de su historia una cierta repugnancia al ajedrez. Nos repele un juego que
se basa en números pares. Los mexicanos queremos seguir siendo nones; es decir:
abandonados.
Volvamos
a las sesenta y cuatro casillas habitadas por dieciséis piezas de cada bando:
dieciséis blancas y dieciséis negras… ¿Por qué blancas y por qué negras?
La
división maniquea... Dos fuerzas que combaten. Ormuz y Arriman. Un reino de la
luz y un reino de las tinieblas. Oposición de contrarios. Fenómeno dialéctico.
El ajedrez es profundamente dialéctico, aceptando que dialéctica es la
tentativa de que una discusión, un altercado, un diálogo violento o pacífico se
resuelva en una unidad.
Tradicionalmente
se atribuye el origen del ajedrez a la India. Se dice que surgió en la cuenca
del Bramaputra, pero eso no es cierto e imposible de demostrar, además, porque
la India nunca nos ha dado cronologías exactas. En Mesopotamia y en Egipto, en
cambio, tenemos testimonios del ajedrez completamente remotos; tres mil a
cuatro mil años antes de Cristo. El ajedrez tiene entonces alrededor de seis
mil años de existencia real, y la palabra ajedrez, ¡ésa es otra cosa
hermosísima!, es una de las palabras más antiguas y universales de la
humanidad…
¿Cómo
llega el ajedrez a Europa?... Por el norte africano, el ajedrez llega a Europa
con los primeros árabes que ingresan a España. De allí se difunde por todas
partes. En Europa el ajedrez es anterior a las cruzadas, ¡eso es lo importante!
Las cruzadas se inician en el siglo once y ya en el nueve existe en Europa un
tratado de ajedrez donde se habla de torres, de alfiles, de rey y dama...; con
detalles interesantísimos, por cierto: el alfil, por ejemplo, es considerado un
ministro; luego en Inglaterra se convierte en obispo, mientras que para los
franceses siempre es un juglar; el fou: el loco. Con los peones llegan a
sutilezas increíbles: se les otorgan especializaciones: el peón de caballo-dama
es labrador, el peón de alfil-rey es tejedor. Eso y la simbología que continúa
resultando válida en nuestro tiempo. El alfil, por ejemplo, lo podríamos
calificar de jesuítico, de maquiavélico, porque se mueve siempre de manera
oblicua... El alfil es el José Fouché del ajedrez, avieso como político. La
torre en cambio es un castillo, es recta, sólida.
Terrible
–admite el oponente. ¿Se podría establecer alguna relación con la psicología de
los distintos jugadores?... desde luego- ríe Arreola, maquiavélico-. Por
razones psicológicas hay personas que mueven mejor los alfiles que los
caballos. Un audaz preferirá jugar con caballos. Una persona prudente tratará
de cambiar de inmediato la dama, los alfiles y los caballos para jugar con
torres “Oblicuo alfil y reinas agresoras” –dice, recitando a Borges-
Pero
el ajedrez incita a la lucha, siempre ha tenido un significado militar... Sí,
de batalla. Pero hay que pensar en que el hombre desmesurado, megalómano, que
ha querido alzar objetos gigantescos… debió haberse conformado con el tablero
de ajedrez para saciar su sed, su nostalgia de infinito. Debió conformarse con
hacer la guerra allí, en un espacio limitado pero al mismo tiempo capaz de
alojar el infinito.
Pero
incita a la lucha… ¡A la lucha a muerte!
Pero sin perder de vista que se trata de un duelo, y un duelo, para que
sea verdadero, debe ser singular, es decir, de un hombre contra otro; un duelo
en donde el hombre, todo lo que es la personalidad del hombre, queda
comprometida. Es el individuo mismo el que pierde o el que gana, y cada jugador
lucha contra su enemigo interior que es su torpeza o sus hallazgos. Además,
ésta es la más noble de las luchas y no se apela necesariamente a la
inteligencia, que se ha puesto como la condición más alta del hombre, aunque
para mí no lo es. El ajedrez apela a la condición humana en general: a la
intuición, a la sagacidad, a la capacidad de concentrar nuestra intención en un
punto determinado del espacio. Pero no basta solamente eso. Hace falta también
la capacidad de análisis de cada situación, porque apenas un jugador mueve una
pieza, se altera el espacio. Igual que en el espacio cósmico, en el ajedrez
ocurren desplazamientos de masas que se oponen y crean tensiones y distensiones
entre sí.
Decía
–dice-, que muchas personas que no consideramos inteligentes juegan
maravillosamente al ajedrez. Artesanos, sastres, peluqueros... Decía –miente,
más atento a las negras que a su discurso- que es necesario propagar en México,
entre niños y jóvenes, el ajedrez. Muy necesario… Porque somos un pueblo
radicalmente inestable. Somos hijos de un padre que siempre ha tratado mal a su
madre y nunca hemos sabido tomar una opción, lo que se dice una opción. Sólo
sabemos jugarnos la vida a cara o cruz. En un pueblo donde el azar impera,
donde se dice: “un volado, todo o nada”, y el “si me han de matar mañana”…
tenemos una repugnancia original al ajedrez, porque el ajedrez elimina las
circunstancias azarosas y nos compromete a una hazaña individual, porque nos
obliga a la confrontación pura del ser ajeno con el nuestro sin recursos de
fuerza física. Por todas esas razones es importante propagar en México el
ajedrez.
¿Y
las apuestas?... La apuesta es corruptora. En el ajedrez es una falta de ética
y cuando se hace, ¡qué vergüenza!, se hace por debajo de la mesa.
También
dicen que los jugadores son capaces de matarse entre sí. El ajedrez produce
pique, por supuesto. ¿Crea enemigos?... Sí, pero curiosamente los más grandes enemigos
en el ajedrez se buscan el uno al otro, siempre, se necesitan mutuamente para
confrontarse y para resolver esa querella universal que significa lo
antagónico.
¿Y
Juan José Arreola? ¿Qué ha significado en la vida de Arreola el ajedrez?... El
ajedrez me ha significado un dolor muy grande original: el dolor de que mi
padre, un hombre ejemplar que realizó con mi madre uno de los pocos matrimonios
verdaderamente increíbles que yo he visto en mi vida, no me haya enseñado a
jugar al ajedrez (Estratego y mi Papá) Él lo jugaba, y por no sé qué misterio
inconcebible jamás nos enseñó a mi hermano y a mí. Yo sería un hombre feliz y
no tendría ningún problema literario, ni moral, ni amoroso, si hubiera llegado
a ser un gran ajedrecista. Y no lo pude ser porque aprendí a jugar muy tarde, a
los veintidós años… El hombre que no aprende a jugar ajedrez de niño, nunca
será un gran ajedrecista. En toda la historia sólo ha habido dos grandes
maestros que aprendieron hacia los veinte años. Todos los demás han sido niños prodigio.
¿Quién
enseño a jugar ajedrez a Juan José Arreola?... el padre de, una de mis novias
zapotlenses. Con él jugué durante tres o seis meses hasta que vencí sus
argucias elementales de jugador pueblerino, y me lancé entonces a enseñar… A
partir de ese momento el ajedrez empezó a ocupar horas, muy importantes en mi
vida, y antes de que yo conociera algún vicio, me brindó una vía de escape
hacia el infinito.
¿Interesa
más a Arreola el ajedrez que la literatura?... Claro que sí. Yo he dejado de
escribir un texto, incluso he abandonado una cita amorosa por jugar ajedrez…Pero
con nadie ha resultado más trágica mi experiencia ajedrecística que con
Guillermo. Lo conocí cuando él tenía quince años, y durante diez, me ganó al
ajedrez. Guillermo me humilló, incluso me obligó a jugar de apuesta porque él
era un jugador coyote. ¿De a cómo apostaban? Como yo no tenía dinero,
apostábamos libros.
¿Preferiría
Arreola ser más conocido como ajedrecista que como escritor?
Por
supuesto… porque mis mayores goces los he tenido en el tablero de ajedrez.
Ahora que como ajedrecista, debo decir que mis mejores juegos han sido fuera
del tablero de ajedrez: Puedo decir que no soy un ajedrecista bueno, pero sí un
ajedrecista famoso…Y ahora sé que voy a contar en la historia del ajedrez en
México, no como jugador, sino como componedor de un entuerto. Eso me basta… La
partida ha terminado.
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