Un par de veces al año acuden jóvenes a la WeB ó N@D@, generalmente estudiantes de preparatoria, en busca de un periódico nacional para cumplir con un requisito escolar. Desde entonces, he forjado entre los jóvenes de la "tierra caliente", que la lectura del periódico es un hábito diario, no una tarea de ocasión; y que hoy se puede leer toda la prensa nacional e internacional, de manera gratuita, a través de internet.
Me resulta muy placentero recordar que mi primer contacto con la prensa nacional, se remonta al año de 1968 a la edad de 9 años, cuando ocurrieron dos hechos que no olvido. El primero es una apuesta que mi Padre me lanzo, para jugar 20 centavos por partido de beisbol en favor del equipo de los Diablo Rojos, que me hacía correr temprano a buscar y leer la sección deportiva, con tal de saber los resultados –ese año los Diablos fueron campeones e impusieron record de triunfos y mi Padre no aceptaba el lado bueno (pedagógico dirán los inútiles enseñantes) de su reto fallido- del que era tremendo fanático; la otra, el 3 de octubre de ese mismo año y el encabezado del Excelsior que daba cuenta de más de 40 estudiantes muertos en la Plaza de las Tres Culturas y dentro, en sus páginas editoriales el cartón magistral de Abel Quezada, en un rectángulo pintado de negro y la pregunta en la cabeza ¿Porqué?
A partir de ese anécdota, no deje nunca más de leer todos los días el periódico. Hubo épocas de bonanza en que las suscripciones que llegaban temprano, bajo la puerta de mi casa familiar incluían tres diarios: siempre el Excelsior –mi madre lo prefería “porque su fundador, Rafael Alducín, fue quien convoco a celebrar el Día de las Madres”-, el Novedades de la Familia O’Farril (fuera de circulación) y en ocasiones El Universal.
Mi avidez por saber se reforzaba con las historias que mi Padre me contaba sobre la Segunda Guerra Mundial, las hazañas descritas en el Selecciones del Reader’s de los años 1939-1945, que el coleccionaba desde jóven. Por eso cuando me enteré que la Hemeroteca Nacional se encontraba a unas cuadras de mi escuela primaria, en la esquina de las calles del Carmen y Venezuela, no dudé en conocer y pedir acceso a los mamotretos con tapas de keratol, lomos engomados y letras doradas, que contenían la historia diaria, publicada en México y el mundo. Pero lo que más me fascinaba eran los enormes atriles, donde colocar los añejos periódicos empastados.
La Hemeroteca pertenecía desde entonces a la UNAM y a cambio de mi credencial, los atentos trabajadores, expertos en el manejo de estas reliquias de la vida nacional, me indicaban como consultar, cuidar y tratar el material que solicitaba. Allí pude ver los encabezados del agosto de 1945 y las primeras noticias que daban cuenta del estallido de bombas atómicas sobre Hiroshima primero y Nagasaki después.
La historia del periodismo en México tiene momentos claves, desde la lejana épica colonial en que Fray Juan de Zumárraga se encargo de hacer llegar la primera imprenta en el año de 1539 y del impresor Juan de Pablos, que multiplico los talleres de impresión, con los que inicia la circulación del antecedente más remoto del periodismo nacional, las hojas volantes y del Mercurio Volante que en 1693 edita Carlos de Sigüenza y Góngora. En 1722 se funda La Gaceta de México considerado el primer periódico nacional.
El periodismo tuvo desde entonces múltiples expresiones y ha estado presente, siempre en gestas históricas. Durante la Independencia Mexicana, Miguel Hidalgo fundó el Despertar Americano y Fernández de Lizardi “El Periquillo Sarniento”, utilizó el Pensador Mexicano como tribuna política en 1812, pero es hasta la consumación del movimiento independentista y la Constitución de 1824, cuando la prensa nacional dispone de un marco jurídico que garantizaba el régimen de libertad de expresión.
Fue la prensa nacional en el siglo decimonónico, crisol de la fundación de México. Los exponentes del periodismo en los albores de la nación son ejemplos de combatividad, de libertad y de valor. No es posible nombrar a todos pero Francisco Zarco, Guillermo Prieto o Andrés Quintana Roo son solo algunos de los periodistas y políticos que combatieron a los enemigos de nuestro país. Benito Juárez fue uno de los exponentes determinantes en la historia del periodismo, al conceder libertad y mejores condiciones para hacer del periodismo nacional, el conducto para difundir las ideas liberales.
El Ateneo Mexicano y el Monitor Republicano se convirtieron en trincheras mexicanas, frente a La Opinión, La Reacción, el Boletín de Orizaba que combatían a favor del gobierno monárquico de Maximiliano y que a través del “insulto, la denostación y descalificación fueron la columna vertebral del contenido periodístico” (El Deforma contemporáneo)
Esta historia que no se puede resumir en una columna, quiero dejarla hasta aquí, con la mención de un hecho fundamental para entender el periodismo del siglo XX: al asumir la presidencia Porfirio Díaz y tomar la decisión de reelegirse una y otra vez, encontró que la prensa era un enemigo muy poderoso por su estilo, por su forma y contenido, pero en vez de responder con el uso de la fuerza, clausuras y sanciones, Don Porfirio optó por poner en práctica un medio de control llamado subvenciones al periodismo: darles dinero para decir lo que el dictador quería y no publicar lo que le afectaba.
Excepto casos ejemplares como el Ahuizote o el Hijo del Ahuizote de los hermanos Flores Magón, el resto de la prensa, la mayoría, acepto dócilmente estas dadivas gubernamentales y desde entonces se fundó esta nefasta práctica, llamada actualmente “chayote” o “embute”, con que la prensa se mantiene y sostiene gobiernos, y que sin duda, fue determinante en los más de 70 años en que el PNR-PRM-PRI, pudo mantenerse en el poder.
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