El lanzamiento al mercado del iPad, provocó enormes filas de compradores en todas partes del mundo, con el fin de adquirir el último gadget de la firma Apple. Con medio kilo de peso, 25 cm. de pantalla y 1.5 cm. de ancho, el lanzamiento de esta nueva generación de ordenador, conlleva una discusión sobre el futuro del libro impreso. Porque este poderoso aparato electrónico entra en competencia frontal, con un dispositivo llamado Kindle, quien es líder en la venta de libros electrónicos.
Para las librerías no parecen buenas noticias, pues el horizonte que se prevé, necesariamente apunta a la desaparición del libro como lo conocemos al día de hoy. La casa Amazon, que es también la empresa líder en el mundo en venta de libros, reporta que en Estados Unidos, por primera vez se han vendido más libros electrónicos que impresos, a partir de que en junio Kindle disminuyo su precio de venta a 1850 dólares.
Y es que aunque de manera paulatina, resulta irremediable consignar que el libro tiene por destino su extinción. Por ejemplo mi caso personal, lector asiduo de periódicos, que en mis mejores momentos eran tres diarios, ahora, a través de internet, ya sin el estorbo del papel y el extravió de las páginas, no dejo de leer todos los días, al menos diez periódicos distintos. Y creo que habría que esperar con alegría esta gran posibilidad de acceder a la lectura inmediata y barata, de las grandes bibliotecas mundiales.
Hoy que en nuestro país se impone la preeminencia del fanatismo tanto como de la ignorancia, la incultura y la generalización del no saber en la educación pública, la disponibilidad del iPad o de Kindle son un estímulo para todos aquellos apasionados del saber y del conocimiento, como son los tres siguientes casos: Carl Sagan e Isaac Asimov, grandes exponentes de la omnisciencia, el saber total, el conocimiento pleno, incesante, absoluto. El entendimiento perfecto. Y por supuesto, es el caso de Carlos Monsiváis, quien desde donde este ha de pasarla muy mal, al enterarse que se pretende colocar su nombre en San Lázaro, con letras de oro, por los consabidos jinetes del oportunismo nacional.
Tres grandes exponentes de la necesidad imperiosa por saber y conocer. Carl Sagan era un conocido escéptico, con un fuerte posicionamiento en contra de las pseudociencias y religiones en general: “No puedes convencer a un creyente de nada, porque sus creencias no están basadas en evidencias, están basadas en una enraizada necesidad de creer”, afirmaba el autor de una serie de obras sobre el cosmos y el espacio sideral. En Isaac Asimov uno puede encontrar al genial autor de obras de ciencia ficción tanto como al historiador, naturalista, biólogo, filósofo, gran divulgador de ciencia.
Carlos Monsiváis pertenece a una época donde no existían el Internet, Google ni Wikipedia. Tampoco se imaginaban los iPod o los teléfonos celulares, con sus camaritas integradas, que hipnotizan a los consumidores de la soledad y la impotencia. Ni siquiera había fotocopiadoras, grabadoras o teléfonos fijos. Uno llamaba a la tiendita y dejaba recados. El correo tampoco era electrónico y aún así se jugaban torneos de ajedrez por correspondencia. Época en que la gente se movía en transporte público. Ni pensar en comprar un automóvil particular.
Cuentan sus amigos y biógrafos que al cumplir los 18 años de edad, Monsiváis ya acumulaba una enorme cantidad de lecturas, perfectamente analizadas y críticas. “Era el que más había leído de todos nosotros”, relata José Emilio Pacheco.
Monsiváis incursiono en el campo de la fábula, de la poesía, la traducción, la narrativa y los ensayos, pero donde más se le recuerda, es en la facilidad que tuvo para la crónica, principalmente la urbana: Amor Perdido, Crónicas de Familia, Bolero, Los Rituales del Caos, son solo algunos títulos, legados a México.
Además Monsiváis fue un asiduo participante a charlas, conferencias, coloquios, entrevistas y su estilo, mezcla de ingenio e intelectualidad culta lo vuelve único. Monsiváis ejerce la crítica “con higiene moral y también como un combate…” escribió Octavio Paz.
Hay facetas de su vida que, cuentan quienes le conocieron, las revive con una sonrisa: la de un niño acosado en su infancia, ultrajado en su sexualidad; la del único estudiante, con una religión protestante, en escuelas predominantemente católicas. Los rastros de la intolerancia y la agresión a sus creencias o a sus preferencias amorosas, no fueron nunca obstáculo o valladar, para impedir su crecimiento moral, espiritual, intelectual y personal. En Por mi Madre Bohemios, el tino y humor, la inteligencia de Monsiváis, deja ver el grado de estupidez, demagogia, absurdos e intolerancia en el discurso tanto de representantes de la Iglesia Católica, como de la Política Mexicana, o de los sesudos conferencistas empresariales, magos de la motivación, sabandijas de la superación personal.
Para las librerías no parecen buenas noticias, pues el horizonte que se prevé, necesariamente apunta a la desaparición del libro como lo conocemos al día de hoy. La casa Amazon, que es también la empresa líder en el mundo en venta de libros, reporta que en Estados Unidos, por primera vez se han vendido más libros electrónicos que impresos, a partir de que en junio Kindle disminuyo su precio de venta a 1850 dólares.
Y es que aunque de manera paulatina, resulta irremediable consignar que el libro tiene por destino su extinción. Por ejemplo mi caso personal, lector asiduo de periódicos, que en mis mejores momentos eran tres diarios, ahora, a través de internet, ya sin el estorbo del papel y el extravió de las páginas, no dejo de leer todos los días, al menos diez periódicos distintos. Y creo que habría que esperar con alegría esta gran posibilidad de acceder a la lectura inmediata y barata, de las grandes bibliotecas mundiales.
Hoy que en nuestro país se impone la preeminencia del fanatismo tanto como de la ignorancia, la incultura y la generalización del no saber en la educación pública, la disponibilidad del iPad o de Kindle son un estímulo para todos aquellos apasionados del saber y del conocimiento, como son los tres siguientes casos: Carl Sagan e Isaac Asimov, grandes exponentes de la omnisciencia, el saber total, el conocimiento pleno, incesante, absoluto. El entendimiento perfecto. Y por supuesto, es el caso de Carlos Monsiváis, quien desde donde este ha de pasarla muy mal, al enterarse que se pretende colocar su nombre en San Lázaro, con letras de oro, por los consabidos jinetes del oportunismo nacional.
Tres grandes exponentes de la necesidad imperiosa por saber y conocer. Carl Sagan era un conocido escéptico, con un fuerte posicionamiento en contra de las pseudociencias y religiones en general: “No puedes convencer a un creyente de nada, porque sus creencias no están basadas en evidencias, están basadas en una enraizada necesidad de creer”, afirmaba el autor de una serie de obras sobre el cosmos y el espacio sideral. En Isaac Asimov uno puede encontrar al genial autor de obras de ciencia ficción tanto como al historiador, naturalista, biólogo, filósofo, gran divulgador de ciencia.
Carlos Monsiváis pertenece a una época donde no existían el Internet, Google ni Wikipedia. Tampoco se imaginaban los iPod o los teléfonos celulares, con sus camaritas integradas, que hipnotizan a los consumidores de la soledad y la impotencia. Ni siquiera había fotocopiadoras, grabadoras o teléfonos fijos. Uno llamaba a la tiendita y dejaba recados. El correo tampoco era electrónico y aún así se jugaban torneos de ajedrez por correspondencia. Época en que la gente se movía en transporte público. Ni pensar en comprar un automóvil particular.
Cuentan sus amigos y biógrafos que al cumplir los 18 años de edad, Monsiváis ya acumulaba una enorme cantidad de lecturas, perfectamente analizadas y críticas. “Era el que más había leído de todos nosotros”, relata José Emilio Pacheco.
Monsiváis incursiono en el campo de la fábula, de la poesía, la traducción, la narrativa y los ensayos, pero donde más se le recuerda, es en la facilidad que tuvo para la crónica, principalmente la urbana: Amor Perdido, Crónicas de Familia, Bolero, Los Rituales del Caos, son solo algunos títulos, legados a México.
Además Monsiváis fue un asiduo participante a charlas, conferencias, coloquios, entrevistas y su estilo, mezcla de ingenio e intelectualidad culta lo vuelve único. Monsiváis ejerce la crítica “con higiene moral y también como un combate…” escribió Octavio Paz.
Hay facetas de su vida que, cuentan quienes le conocieron, las revive con una sonrisa: la de un niño acosado en su infancia, ultrajado en su sexualidad; la del único estudiante, con una religión protestante, en escuelas predominantemente católicas. Los rastros de la intolerancia y la agresión a sus creencias o a sus preferencias amorosas, no fueron nunca obstáculo o valladar, para impedir su crecimiento moral, espiritual, intelectual y personal. En Por mi Madre Bohemios, el tino y humor, la inteligencia de Monsiváis, deja ver el grado de estupidez, demagogia, absurdos e intolerancia en el discurso tanto de representantes de la Iglesia Católica, como de la Política Mexicana, o de los sesudos conferencistas empresariales, magos de la motivación, sabandijas de la superación personal.
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