"Cuando ha llegado un 5 de febrero más y... la justicia ha sido arrojada de su templo por infames mercaderes y sobre la tumba de la Constitución se alza con cinismo una teocracia inaudita..."
Era la protesta que en 1903, hacía pública El Hijo del Ahuizote, de Ricardo Flores Magón, bajo el lema “La Constitución ha muerto”. Expresiones de esta naturaleza dieron origen a la conciencia nacional, de cambio y revolución. Porque a diferencia del producto resultante de la lucha armada, plasmada en la Constitución de 1917, la Constitución previa, era un documento ajeno, extraño, impuesto, idílico. Una Constitución de papel, separada, distante e incluso opuesta a la realidad histórica nacional. La Constitución de 1857 de naturaleza capitalista (liberal-oligárquica), fundamentada en la propiedad privada y la apropiación privada, fue confeccionada a satisfacción entera del imperio norteamericano, constituido de esa manera; y del imperio Vaticano, deseoso de conservar con garantías, la seguridad de los bienes que arrebataba, a los feligreses en desgracia.
Porque la naturaleza de la provincia novohispana, que se convertiría en México, a partir de 1821, se fincó en un principio elemental, respecto a su constitución real: que la propiedad de la tierra y de todo lo demás era pública, pero la apropiación privada. En México no cabían las otras dos fórmulas posibles de propiedad: la propiedad privada con apropiación pública, como algunos países de Europa meridional; ni la propiedad pública con apropiación pública, como rezaban los lemas del socialismo y del comunismo imaginario.
La Constitución de 1917 se convierte en el marco de derecho, jurídico, político eminentemente social, que además de plasmar por escrito las garantías individuales de todos y cada uno de los miembros de la comunidad, se recrea en el espíritu social que la define: en el contexto de la propiedad, en el de la educación y en el relativo al trabajo.
No obstante, otro punto esencial del texto de 1917 es el que trata la organización de los poderes de la Federación, del sistema político emanado de la composición del Estado y su relación con los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Si el sistema que prevaleció a partir de 1857 estaba fincado en un poder Legislativo fuerte, constituido únicamente por una Cámara de Diputados, frente a un Ejecutivo que aceptaba la reelección, pero acompañado, como un alfil, por un Vicepresidente, además de la disposición para que fuera el titular de la Suprema Corte de Justicia, el designado sustituto del Presidente de la República, ante eventualidades o ausencias (así llego Juárez a la Presidencia). Disfunción total. Un coctel explosivo, compuesto por un Presidente débil, un Legislativo anárquicamente poderoso y un Poder Judicial amenazante y entrometido en asuntos de gobierno.
Son parte de los finos análisis plasmados en “La Constitución y la Dictadura”, obra del talento político de Emilio Rabasa. Es muy importante recordar estos genios y estos textos, en los albores del tercer milenio, cuando México vive presa de excesos de poder, flaquezas y tropiezos en el mando y rumbo. Jugar al aprendiz de mago, sin conocimiento, y ausente la ética de la política, ha ocasionado que México se encuentre vulnerable, interna y externamente. Hay tantos enemigos dentro de la nación, pero los mas poderosos y ambiciosos (uno de ellos viene el mes entrante al Bajío) se encuentran en el extranjero. Es una tragedia que nuevamente se vislumbran en el presente, los mismos temas que desangraron a la nación en el decimonónico, que provocaron la perdida de la mitad de nuestro territorio y la humillación de rendirse ante un emperador ultramarino, para gobernar el destino nacional.
A diferencia de ahora, los Constituyentes de 1917 fueron hombres sabios, genios de la Política, pero ante todo, patriotas consumados. La Constitución de 1917, bien puede decirse que es obra del talento político de Emilio Rabasa, al de Luis Cabrera y Andrés Molina Enríquez. El arte de resumir la historia de México, en las biografías de tres hombres, en la de Santa Anna, en la de Benito Juárez –El Dictador de bronce- y en la de Porfirio Díaz, demuestra el conocimiento reunido en el texto, que le da nombre a esta columna.
Se sabe que Aristóteles estudio más de 158 constituciones políticas, tanto de estados griegos, como extranjeros, (lamentablemente solo se conserva la Constitución de Atenas). Es la manera, es el camino que el político, el hombre de estado requiere como condición para un buen gobierno.
México fue organizado políticamente, con base en la Constitución escrita, de acuerdo a la Constitución real de la nación, a partir del conocido modelo desarrollado por Maquiavelo y que le llamo el Gran Turco. Poder difícil de conquistar pero fácil de preservar. Un Monarca que pudo ser Rey (Lázaro Cárdenas) o Tirano (Salinas de Gortari) y gobernar a su pueblo a través de eunucos blancos y negros (los burócratas, delegados sindicales, dirigentes partidistas, ediles y regidores y un largo etcétera). Las vueltas del destino han ocasionado que cambie el modelo, por el que el mismo florentino llamo del rey de Francia, que es fácil de conquistar (acuerdos entre partidos con las televisoras) pero difícil de preservar: la ciudadanía en movimiento.
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