Monday, April 14, 2014

NOSOTROS EL PUEBLO DE…

La Semana Santa me ha traído recuerdos de infancia y adolescencia. Eran tiempos de salir  y conocer el México Desconocido, los clásicos viajes inspirados en la revista de Henry Moller, a los pueblos que constituyen tesoros inmensos en nuestro país, todo un mosaico de colores y de sabores, de tonos de voz, de tersuras, climas, altitudes, folclore, flora, muchas costumbres. Era el espíritu dominante en aquella época: apertura, respeto a las tradiciones, comparar costumbres, ser cosmopolita, aprehender de todo, probar de todo, saber universal. Jamás me sentí constreñido a un solo espacio, una geografía, música o una religión. Por eso me resulta tan extraño el frenesí que observo, al celebrar las fiestas en esta región, la exaltación por lo mismo de siempre y cada vez peor, por los excesos, por los precios, por el entorno social. Son ajenas a mi inteligencia las apologías que se construyen con el rito festivo repetido, los juegos mecánicos destartalados, la pobreza gastronómica, la  calidad de los espectáculos, el clima de violencia e inseguridad.
Me puse a revisar la situación que guarda la geografía nacional, la etnografía para ser precisos, tan violentada y sin embargo tan rica y pletórica de novedades y hallé una lista que circula en el internet y que califica a los 100 pueblos más “bonitos” de México. Quizás la noticia más sobresaliente es que un Pueblo sureño aparece en el lugar 99, se trata de Villa de Sultepec de Pedro Ascencio de Alquisiras y junto con Valle de Bravo (11), Tepozotlan (27), Malinalco (47), Ixtapan de la Sal (57), Metepec (67), El Oro (69), Aculco (92) y Acolman (95) integran la novena que tiene en el primer lugar a San Miguel de Allende  y que incluye otros Pueblos como Taxco, Patzcuaro, San Cristóbal de la Casas, Jerez en Zacatecas, Chignahuapan, Cuatro Ciénagas, Tequila… No existen límites en nuestra Patria, rica en telas, bordados, helados y paletas, cerámica y textiles de todas clases, peinetas, anillos, dijes y sombreros, moles, sonidos y frutas. Papantla y la vainilla, Huichapan y los morrales deshilados. Son costumbres que se fomentan se aprecian se perfeccionan, se enseñan y transmiten de padres a hijos.

Me causa profunda tristeza ver que en esta región se desprecia y confunde el significado y el valor de ser parte de un Pueblo, -como si a un tepiteño le causar vergüenza ser de “barrio”- de los beneficios de preservar los encantos que constituyen la naturaleza regional y que empeñados (en el sentido de alienación y enajenación) en saltarse las trancas de la historia y la sociología urbana, lo que Rius llamase las “juerzas vivas”, se asumen de manera incorrecta. Porque en sur del estado de México existen atractivos naturales y artesanías valiosas -como los “jorongos” de Carboneras Temascaltepec, los cinturones de “pita” de Tejupilco- que disminuyen ante la avalancha de basura comercial, no se reconocen los beneficios que genera el turismo, a quienes les atrae la originalidad, la limpieza, la amabilidad, la vida en sociedad, la disponibilidad de servicios, las condiciones de carreteras y calles.
Me he puesto a leer y he encontrado episodios muy interesantes: como el Libro Primero de la Política de Aristóteles, lo mismo que un “Ensayo de Construcción de una Historia. Ciudad de México” publicado por el INAH, y una larga lista de autores que comprenden a Alfonso X El Sabio y Marco Tulio Cicerón, que tratan el tema del Pueblo, mediante definiciones completas y precisas, que abarcan las costumbres, el número de habitantes, la geografía, las muchedumbres o las multitudes. Revisar a Espinoza o a Thomas Hobbes y adentrarse en las etimologías, los contratos, la sociedad, los pactos y la naturaleza de las cosas y adoptar la noción de lo “popular”,  vinculado a los estratos sociales bajos o “pueblo llano  que, cuando no es ignorado o despreciado por “vulgar y rústico, es idealizado y valorado al considerarlo portador de unos teóricos y perennes valores populares; elementos identificadores del conjunto social, es decir del pueblo en sentido amplio, de una forma más genuina o menos viciada que los de las clases dirigentes, “élites o clases . Y así la existencia de folclore, música, arte, fiestas, costumbres… todos populares…del Pueblo.
No hay que olvidar que la Ciudad de México se trazó sobre el mismo lecho donde se erigió Tenochtitlan, el centro político, religioso y símbolo de una historia y leyenda. Que Hernán  Cortes, contrariando a los urbanistas de su época mantuvo el asentamiento en el mismo lugar sobre la cuenca del Lago de Texcoco, en el mismo sitio donde se encontraba un Águila parada sobre un Nopal y devorando a una Serpiente. Y que el trazo de la capital de la Nueva España siempre se construyó con base en criterios muy específicos, con estilos definidos, con espacios reservados para los panaderos, los herreros, los coheteros y todos los oficios habidos y por haber, por eso era una Ciudad: urbe y polis.
Hay que detenerse en la distinción de la Ciudad y recordar que Aristóteles recopiló más de cien Constituciones (extraviadas por desgracia) con tal de entender las circunstancias y características de la Ciudad-Estado, Nación, Comunidad, Ciudad Perfecta “toda ciudad [ polis] es una cierta comunidad y que toda comunidad está constituida en función de algún bien (…), es evidente que todas tienden a algún bien, pero sobre todo al bien supremo, la comunidad más importante de todas y que comprende a todas las demás: esta es la que se llama ciudad y también comunidad política.”
Y entonces introducir el concepto de municipio para ubicar políticamente a la Ciudad, “el municipium (“munia” y “capere”, donde “munia” significa pertrecho o recurso militar y “capere” significa aprovechamiento o servicio) denotaba un territorio con un núcleo urbano bajo el poder de la República, al cual le son respetados sus tradiciones y derechos civiles, a condición de tributar a la República y de servir con hombres y recursos en caso de guerra o de las tareas militares ordinarias. Para poder arribar a una definición conceptual que permita entender el soliloquio nacional, que desprecia la noción de Pueblo, la corrompe y pervierte, por la necia impertinencia de agandallarse la idea burócrata administrativa de Ciudad, por decreto, por el número de habitantes, sin más y con muchos menos: “al hablar de municipio estamos refiriéndonos también a la idea de “civitas”, de ciudad, pero ya de una manera político-territorial y menos urbano-espacial. Hoy, en la mayoría de constituciones y Repúblicas (he revisado al menos seis de América Latina, para este breve ensayo) el municipio o la municipalidad, es claramente entendido como una unidad territorial político-administrativa, que puede tener órganos administrativos y espacios de representación política propios…su tamaño algo indiferente y variable, denotando a veces, para el sentido común, una ciudad, un pueblo, una villa o un pequeño grupo de los mismos” (Omar Uran Urbanismo)
Hay que recuperar el concepto de ciudad como asociación política, tal como aparece formulado inicialmente por Aristóteles en la Política, pero debidamente ajustado sociológica e históricamente a nuestros tiempos como una producción espacial y política de las luchas y contradicciones sociales (Castells), como proyección histórica y colectiva de la sociedad en un lugar o territorio (Lefebvre) que responde  del medio-ambiente urbano construido y el capital allí incorporado (Harvey). Saltarse los artilugios ideológicos de reducción política, sociológica y económica que del concepto de ciudad realizan autores como Max Weber, Robert Park y Le Corbusier, sin olvidar a tantos otros que se han planteado entender el significado e importancia de la relación Ciudad-Urbe-Pueblo, como E. Durkheim, Gramci, Castoridis o G. Simmel y la Escuela de Chicago, que plantean múltiples variaciones sobre lo esencial: la confusión que surge cuando se hace mención a ciudades de mayor o menor tamaño, bien sea por población, por extensión, por densidad demográfica, por producto interno bruto. Considerar que las palabras urbe (conglomerado urbano) y municipio pueden ser de más ayuda para evitar la confusión impuesta por el idioma inglés, como lengua hegemónica, al incorporar en una misma palabra, la “city”, la diferencia semántica que los pueblos antiguos mediterráneos hacían entre urbs y polis.
Precisamente el  problema que afrontan los pueblos sureños, particularmente Tejupilco, que se pierde entre un pueblo sucio y peligroso, un ranchote, una colonia mal trazada de Toluca, un “back yard” de quinta categoría de Austin Texas o una promesa por recuperar si la ciudadanía se organiza y trabaja, sin los estorbos del mal gobierno.

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