Se conocieron en un viaje trasatlántico, efectuado pocos años después del fin de la Guerra Mundial. Ella era la hija del Ingeniero Zeevaert, contratado en Bélgica, para venir a México a colocar el revestimiento de vidrio, que hizo de la Torre Latinoamericana, la primera edificación en el mundo en utilizar este material. Primera y gran construcción de un México moderno, iniciada la construcción en 1948, se inauguro en 1956 y dejo atrás el enanismo urbano –tan de moda actualmente con el gobierno que descabeza Felipe Calderón- además de haber desarrollado tecnología y sistemas de construcción pioneros y únicos en el mundo, debido a que la construcción de este rascacielos, se llevo a cabo en una zona considerada de elevado riesgo sísmico.
El era marinero, en el buque que viajaba entre Europa y México. Como buen holandés, su horizonte y destino fue el mar, al que se dedico toda su vida, hasta que la empresa Transportación Marítima Mexicana (otra más de las empresas mexicanas quebradas y liquidadas), le jubilo por más de 60 años prestados al trabajo fecundo, creador, honesto y constante.
Nadine y Jan se conocieron en la travesia, se enamoraron, se casaron, se establecieron en México y fueron los padres de mi compadre Guy, cuya prematura muerte ha sido uno de los golpes más inesperados y tristes que puedo recordar en mi vida. Educado en el ámbito de la colonia francesa en México, con toda una vida llena de experiencias increíbles, padre de tres hijos, el menor Thibault es uno de los dos únicos ahijados que he aceptado hasta este día. Hace tres años que no veo ni se nada de Tibó.
Como buen belga, Guy trabajo muchos años en el continente africano, como parte de alguna de las múltiples compañías que expoliaban las riquezas del continente negro, mientras les vendían armamento, cuentas y desechos occidentales. Hombre tan culto como apasionado, Guy abandono toda relación con las exigencias del mundo occidental, dejo la rigidez inflexible de los belgas, tanto como la constancia y disciplina, la frugalidad y prudencia holandesa, para radicar la mitad de su vida en el México que tanto amo y defendió.
Vecinos de Temascaltepec, la familia Recourt adquirió una propiedad en la ranchería de Godínez (uno de los dos lugares –el otro es Cieneguillas de González- donde recomendaría, para quienes no son oriundos de esta región del estado de México, o para los visitantes y turistas, pedir más de una referencia, antes de llevar a cabo cualquier tipo de operación o negocio) que al paso del tiempo convirtieron en una hermosa casa de campo, colorida y alegre.
Guy era todo un artista que trabajo en géneros tan amplios como la música, la pintura y la escultura. Como la mayoría de los europeos dominaba a la perfección el francés, ingles y español, aunque entendía y hablaba holandés y el flamenco, el antiguo idioma oficial de los denominados Países Bajos.
Era tanto el amor que sentía Guy por México, como el desprecio por Bruselas, la capital de Bélgica, donde vivía al lado de la familia que formo con Blandine, Pablito y Roman, además de mi ahijado Tibó. Repetía que México es alegría, color, calor, son las risas y los niños, es la gente y el clima, son los lazos de unión, de ternura y amistad. En cambio nada de estos grandes valores –me consta- él lo sabía perfectamente, existen en el norte de Europa: fría, egoísta, racista, estúpida, ambiciosa e insensible. Su "brujer" pensaba lo contrario, el principio del fin.
De sus obras artísticas, destacaban los “móviles”, las fuentes y lámparas, en especial un instrumento musical al que llamo “bocarina”. Trabajaba con todo tipo de materiales: usaba la cerámica, el vidrio, las piedras. Guardo varios regalos que me hizo y uno en particular, elaborado con las conchas de un tipo de ostra, que solo viven al pie de los legendarios Acantilados de Dover, pende junto a otro tan simple como bello, elaborado con piedras rojas del cerrito que está en Godínez.
Además Guy fue un historiador acucioso, utilizo una beca que le otorgo José López Portillo, para llevar a cabo una investigación sobre la historia del México prehispánico y dejo el guión para una película titulada “La Conquista”, donde el choque cultural producto del descubrimiento de México, se llena de encuentros maravillosos con la magia del panteón (Quetzalcoatl, el Tloque Nahuaque, Xipe Totec y tantos más) de las civilizaciones que habitaban el altiplano nacional.
Pero la música de Guy es la que mas expresaba su sentido de la vida y el tiempo. Tengo en mi archivo la letra de más de 200 canciones compuestas por mi buen amigo, pero las que más recuerdo son la del Rolon, rolon, rolon; otra se llama Tu Dirás y mi preferida, ¿Pos Cuando?: “por hay van cantando los pájaros… van pasando los cohetes… donde vuelan las nubes, con el viento y las sonrisas… Le cantamos a México, pa’que nos reciba la patria y los soles del alma… y los calores intensos y los chilaquiles deliciosos y las cervezas bien frías y el placer de la fiesta y el sabor del bailar y el sueño al despertar y la fe de crear… día tras día, viviendo en cada momento la felicidad”.
Es la primera vez que escribo algo sobre Guy, cuya muerte me dejo mudo dos años. Creo que gente como Guy, nos recuerdan la alegría de ser mexicanos, nos renuevan la esperanza perdida, la dicha de vivir en este país, nuestra historia y las ganas de luchar por nuestro futuro.
El era marinero, en el buque que viajaba entre Europa y México. Como buen holandés, su horizonte y destino fue el mar, al que se dedico toda su vida, hasta que la empresa Transportación Marítima Mexicana (otra más de las empresas mexicanas quebradas y liquidadas), le jubilo por más de 60 años prestados al trabajo fecundo, creador, honesto y constante.
Nadine y Jan se conocieron en la travesia, se enamoraron, se casaron, se establecieron en México y fueron los padres de mi compadre Guy, cuya prematura muerte ha sido uno de los golpes más inesperados y tristes que puedo recordar en mi vida. Educado en el ámbito de la colonia francesa en México, con toda una vida llena de experiencias increíbles, padre de tres hijos, el menor Thibault es uno de los dos únicos ahijados que he aceptado hasta este día. Hace tres años que no veo ni se nada de Tibó.
Como buen belga, Guy trabajo muchos años en el continente africano, como parte de alguna de las múltiples compañías que expoliaban las riquezas del continente negro, mientras les vendían armamento, cuentas y desechos occidentales. Hombre tan culto como apasionado, Guy abandono toda relación con las exigencias del mundo occidental, dejo la rigidez inflexible de los belgas, tanto como la constancia y disciplina, la frugalidad y prudencia holandesa, para radicar la mitad de su vida en el México que tanto amo y defendió.
Vecinos de Temascaltepec, la familia Recourt adquirió una propiedad en la ranchería de Godínez (uno de los dos lugares –el otro es Cieneguillas de González- donde recomendaría, para quienes no son oriundos de esta región del estado de México, o para los visitantes y turistas, pedir más de una referencia, antes de llevar a cabo cualquier tipo de operación o negocio) que al paso del tiempo convirtieron en una hermosa casa de campo, colorida y alegre.
Guy era todo un artista que trabajo en géneros tan amplios como la música, la pintura y la escultura. Como la mayoría de los europeos dominaba a la perfección el francés, ingles y español, aunque entendía y hablaba holandés y el flamenco, el antiguo idioma oficial de los denominados Países Bajos.
Era tanto el amor que sentía Guy por México, como el desprecio por Bruselas, la capital de Bélgica, donde vivía al lado de la familia que formo con Blandine, Pablito y Roman, además de mi ahijado Tibó. Repetía que México es alegría, color, calor, son las risas y los niños, es la gente y el clima, son los lazos de unión, de ternura y amistad. En cambio nada de estos grandes valores –me consta- él lo sabía perfectamente, existen en el norte de Europa: fría, egoísta, racista, estúpida, ambiciosa e insensible. Su "brujer" pensaba lo contrario, el principio del fin.
De sus obras artísticas, destacaban los “móviles”, las fuentes y lámparas, en especial un instrumento musical al que llamo “bocarina”. Trabajaba con todo tipo de materiales: usaba la cerámica, el vidrio, las piedras. Guardo varios regalos que me hizo y uno en particular, elaborado con las conchas de un tipo de ostra, que solo viven al pie de los legendarios Acantilados de Dover, pende junto a otro tan simple como bello, elaborado con piedras rojas del cerrito que está en Godínez.
Además Guy fue un historiador acucioso, utilizo una beca que le otorgo José López Portillo, para llevar a cabo una investigación sobre la historia del México prehispánico y dejo el guión para una película titulada “La Conquista”, donde el choque cultural producto del descubrimiento de México, se llena de encuentros maravillosos con la magia del panteón (Quetzalcoatl, el Tloque Nahuaque, Xipe Totec y tantos más) de las civilizaciones que habitaban el altiplano nacional.
Pero la música de Guy es la que mas expresaba su sentido de la vida y el tiempo. Tengo en mi archivo la letra de más de 200 canciones compuestas por mi buen amigo, pero las que más recuerdo son la del Rolon, rolon, rolon; otra se llama Tu Dirás y mi preferida, ¿Pos Cuando?: “por hay van cantando los pájaros… van pasando los cohetes… donde vuelan las nubes, con el viento y las sonrisas… Le cantamos a México, pa’que nos reciba la patria y los soles del alma… y los calores intensos y los chilaquiles deliciosos y las cervezas bien frías y el placer de la fiesta y el sabor del bailar y el sueño al despertar y la fe de crear… día tras día, viviendo en cada momento la felicidad”.
Es la primera vez que escribo algo sobre Guy, cuya muerte me dejo mudo dos años. Creo que gente como Guy, nos recuerdan la alegría de ser mexicanos, nos renuevan la esperanza perdida, la dicha de vivir en este país, nuestra historia y las ganas de luchar por nuestro futuro.