Thursday, September 23, 2010

CONTRARREVOLUCIÓN

Pascual Ortiz Rubio ocupo la presidencia de México entre el 5 de febrero de 1930 y septiembre de 1932. Su candidatura ocurrió después que Emilio Portes Gil asumiera de manera interina la Presidencia tras el asesinato de Álvaro Obregón, en el Jardín de la Bombilla en San Ángel, al sur de la Ciudad de México. Cuentan que le apodaban “el nopalito” por sus limitaciones personales, a pesar de haber ganado la elección más disputada de la historia de México, hasta la de hace cuatro años, en que fue “robada” la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador.
Primer candidato del recientemente creado Partido Nacional Revolucionario (el PRI original), obra genial de Plutarco Elías Calles, sociedad política que llamo a la lucha institucional en vez de la guerra armada. Ortiz Rubio enfrento al abogado y candidato del movimiento obregonista Aarón Sáenz, y al intelectual y político inmortal, José Vasconcelos. A pesar de su triunfo, las elecciones, fueron consideradas el mayor fraude político que le pudo suceder a México.
En la toma de posesión del cargo de Presidente, Ortiz Rubio sufrió un atentado que le cercenó el pabellón de la oreja y le desencajo la mandíbula, por lo que incapaz de soportar las presiones, renuncio antes de cumplir tres años y paso a formar parte del triunvirato conocido como el “maximato”. Sin embargo existe el anécdota que narra que una vez investido Presidente, fue visitado por el embajador Norteamericano, quien le exigió el pago inmediato, de lo que los gringos reclamaban como deuda ferrocarrilera del porfiriato. Sin inmutarse, Pascual Ortiz Rubio contesto, ante la demanda de los mil millones de pesos requeridos, su disposición de cubrir los compromisos nacionales, siempre y cuando le prestaran primero, otros dos mil millones de pesos. El mensaje era perfectamente claro: no pagaría.
Antes de renunciar, Ortiz Rubio, cuya única obra para la posteridad es el pasaje que atraviesa San Juan de Letrán (Eje Central), al pie de la Torre Latinoamericana declaro lo siguiente: ”Salgo con las manos limpias de sangre y dinero y prefiero irme y no quedarme aquí sostenido por las bayonetas del ejército mexicano”.
Es una historia que marca los enormes contrastes entre México y el país que en el que vivimos, bajo el poder de las clases más reaccionarias, torpes y cínicas de nuestra historia y del ejercito en las calles. Desde los tiempos de Agustín de Iturbide, el prototipo idealizado de la contrarrevolución, nunca antes México había transitado por escenarios como los que nos ha tocado vivir y sufrir.
Toda una provocación y un desprecio a la memoria colectiva, a la historia patria y a la inteligencia de los mexicanos. Porque Iturbide, cuyos restos reposan –por supuesto- en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México y cuyos descendientes constituyen aún la crema y nata de la rancia plutocracia que se exhibe con impudicia, lucho exclusivamente para su beneficio personal. Traidor contumaz, solamente la incapacidad para vencer a los insurgentes que hacían sus corredurías en estos parajes del sur de México –Vicente Guerrero y Pedro Asencio-, opto por la simulación, el engaño y la usurpación. Justamente el escenario político de la dictadura que oprime y sobaja a nuestra nación, así como de los candidatos y pretendientes a continuar el modelo de vida, los escenarios económicos y el sistema político que tanto daño ha ocasionado a los mexicanos.
Es el caso del reciente jolgorio mal hecho, sin imaginación, lamentable derroche para festejar 200 años de Independencia y la erección de un monigote en medio de la plaza mayor, de 20 metros de altura, realizado, según declaro el mismo autor (Juan Canfield al Excélsior 23 de agosto) de semejante bodrio colosal, tomando como modelo a Benjamín Argumedo. Contrarrevolucionario que apoyo a Victoriano Huerta, un asesino que masacro inmigrantes chinos, peor aún que los centroamericanos asesinados hace un par de semanas en Tamaulipas. Traiciono a Emiliano Zapata y combatió a Francisco Villa. Derrotado y capturado por el villista Manuel M. Diéguez, Benjamín Argumedo, (es el Coloso, a pesar de parecer barroca e inútil la discusión a Alonso Lujambio), fue fusilado por las órdenes de Venustiano Carranza, tras juicio sumario.
Son iguales de provocadoras las declaraciones de Felipe Calderón, en el día que se conmemora el Centenario de nuestra Máxima Casa de Estudios, la UNAM . Mientras el Rector Universitario declaraba el fallo y el desatino de “someter la actividad educativa a criterios de mercado”
“La educación, añadió (el Rector José Narro) en la ceremonia inaugural de la exposición Tiempo Universitario, enfrenta grandes enemigos. Es el caso de la pobreza y la exclusión, pero también lo son el pensamiento dogmático, la falta de innovación y el autoritarismo. Para todos ellos, hay un remedio: educación, ciencia y cultura”
En otro foro, al mismo tiempo Felipe Calderón exclamaba que “Los mexicanos han logrado construir un sistema educativo que, aunque con muchos pendientes, es ahora una fortaleza” (¿Para quién?), mientras depositaba una “capsula de tiempo” en algún recoveco del edificio de la SEP que la guarde por 50 años. Sostenido por las armas, sometido a los dictados desde Washington, Felipe Calderón no pudo reprimir a su inconsciente personal proyectarse en la efigie del coloso de plástico, gigante, ante su estatura real, como él, cabizbajo y derrotado, con la espada rota, castrado, sin pena (se me salía el albur) ni gloria.

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