México cumple 200 años en medio de los peores tiempos, de todo lo que constituye la esencia de una nación soberana, desde que a mediados del siglo XIX, nuestro país sufrió por invasiones, la perdida de la mitad del territorio y la vergüenza de ser gobernado por un Emperador extranjero. Dos siglos después, México depende del exterior en tecnología, energéticos, alimentos y es incapaz de proveer empleo y educación a su población. Moralmente abatido, en guerra fraterna, militarizado, económicamente sometido, socialmente encontrado, políticamente sujeto a un régimen de estado y un sistema político injusto, ajeno, perverso y demagogo.
No hay nada que celebrar, porque el recuerdo del nacimiento de México se pierde cuando el presente condena a la sociedad a vivir en un estado de miedo y carencias, a un futuro sin expectativas ni ilusiones.
Juego de palabras con el título de esta columna, las “Viñas de la Ira”, la obra más célebre del Premio Nobel norteamericano John Steinbeck, quien padeció en carne propia los argumentos que expone en esta novela calificada de negra, por el realismo con que describe la historia de la familia Joad. De lectura obligada, en esta obra clásica se explica con detalle, la experiencia semejante que hemos padecido los mexicanos, a partir de la anexión de nuestro país a los Estados Unidos de Norteamérica (TLC); particularmente en el proceso perverso de la lucha por el poder, en la transición Salinas de Gortari-Ernesto Zedillo, en los aciagos días de 1994-1995. Año de muerte, de conjuras, traiciones y de ruina generalizada.
Pero se dicen viñetas a los apuntes de la memoria. A pesar de haber pasado más de 45 años no puedo olvidar la primera vez que asistí un 15 de septiembre al Zócalo de la Ciudad de México, encima de los hombros de mi Padre, asustado por el tronadero de cohetes que se levantaban al cielo, mientras portaba un casco hecho con cartón y engrudo y blandía mi espada de madera. Eran auténticos días de fiesta y de unidad nacional. Había razones para estar dichosos de ser mexicanos. Éramos un país. Todos nos sentíamos orgullosos de pertenecer a México.
Entonces nuestra nación era equiparable al Brasil actual de Lula, que al igual que el México de mis recuerdos, ha convertido al país que gobierna en sede de Olimpiadas y Campeonato de Futbol, en un país cada vez más justo y amado por sus ciudadanos.
Como el titulo de esta entrega, a partir de mediados de los 90’s nuestro país se partió y la ira, la cólera acumulada se ha apoderado de la sociedad. Se ve y se siente por todos lados. Se abandono el campo, se dejo de generar empleo, se entrego el sistema financiero a extranjeros, se perdió sentido, rumbo y amor por nuestras raíces. La anexión económica de México ha sido acompañada por el señuelo de “camino americano”, del sueño a fe mentida, denominado tierra de oportunidades. Las familias se han desintegrado, la pobreza cunde, la desesperación lleva a la gente a caer en manos del delito, de la muerte y de la corrupción.
“Estoy enojado porque este país ha sido arruinado por un pequeño grupo de codiciosos”, declararía Steinbeck, de su obra que narra la ruina de los granjeros del medio oeste, deliberada como la de 1995 y el “error de diciembre” en México. El drama novelado, acontece en la década de 1930 y retrata el efecto que acarrean las depresiones económicas, en particular la marcada por el crac del 29, y la concentración de la riqueza, a costa de la población, despojada, endeudada, embargada, obligada a emigrar a California y expuesta a las peores expresiones “que lleva al paroxismo de la desesperación, se siente el olor a la miseria, la explotación y la deshumanización del poder nos muestran que el ser humano puede ser cruel y asesino con los de su misma especie, prefiriendo quemar la cosecha antes de darla a los “okie” (tono despectivo que usaban los californianos con los granjeros pobres que buscaban trabajo, los “mojados” de hoy)
En un país bajo el agua, ahogado, afectado por epidemias, en guerra absurda contra los mismos mexicanos y que lleva cobradas más de 30 mil vidas. En un país militarizado, con el campo abandonado y la pobreza creciente, no puede ser que se contraten extranjeros para realizar la fiesta misma de nuestra supuesta independencia, los que se llevaran un potosí (La Jornada) a sus bolsillos. (Por cierto que al escribir esta columna veo que el desfile televisado es verdaderamente fatal, que va, chafisimo; 11 PM Quijotes, Catedral bailarina, al ritmo de Sor Ye Ye… uta)
Sin embargo para quienes vivimos en esta región sureña, ha sido un hallazgo saber que Miguel Hidalgo y Costilla fue mucho más que un cura indeciso, que perdió la oportunidad de capitular la Independencia en cuestión de meses. Miguel Hidalgo fue un hombre que abrazo la profesión del sacerdocio en tiempos en que solo había la milicia y las leyes como alternativas y que cultivo en cambio las artes, tradujo a Moliere, montó obras de teatro, bailo y fue galante con las mujeres. Ávido lector de los textos del renacimiento, Hidalgo, honro sus orígenes “tejones” y dejo una dinastía que sobrevive en la región de San Felipe Torresmochas Guanajuato, a donde fue enviado por la Iglesia, tratando de acallar su ingenio y sabiduría, su carácter y rebeldía.
No hay nada que celebrar, porque el recuerdo del nacimiento de México se pierde cuando el presente condena a la sociedad a vivir en un estado de miedo y carencias, a un futuro sin expectativas ni ilusiones.
Juego de palabras con el título de esta columna, las “Viñas de la Ira”, la obra más célebre del Premio Nobel norteamericano John Steinbeck, quien padeció en carne propia los argumentos que expone en esta novela calificada de negra, por el realismo con que describe la historia de la familia Joad. De lectura obligada, en esta obra clásica se explica con detalle, la experiencia semejante que hemos padecido los mexicanos, a partir de la anexión de nuestro país a los Estados Unidos de Norteamérica (TLC); particularmente en el proceso perverso de la lucha por el poder, en la transición Salinas de Gortari-Ernesto Zedillo, en los aciagos días de 1994-1995. Año de muerte, de conjuras, traiciones y de ruina generalizada.
Pero se dicen viñetas a los apuntes de la memoria. A pesar de haber pasado más de 45 años no puedo olvidar la primera vez que asistí un 15 de septiembre al Zócalo de la Ciudad de México, encima de los hombros de mi Padre, asustado por el tronadero de cohetes que se levantaban al cielo, mientras portaba un casco hecho con cartón y engrudo y blandía mi espada de madera. Eran auténticos días de fiesta y de unidad nacional. Había razones para estar dichosos de ser mexicanos. Éramos un país. Todos nos sentíamos orgullosos de pertenecer a México.
Entonces nuestra nación era equiparable al Brasil actual de Lula, que al igual que el México de mis recuerdos, ha convertido al país que gobierna en sede de Olimpiadas y Campeonato de Futbol, en un país cada vez más justo y amado por sus ciudadanos.
Como el titulo de esta entrega, a partir de mediados de los 90’s nuestro país se partió y la ira, la cólera acumulada se ha apoderado de la sociedad. Se ve y se siente por todos lados. Se abandono el campo, se dejo de generar empleo, se entrego el sistema financiero a extranjeros, se perdió sentido, rumbo y amor por nuestras raíces. La anexión económica de México ha sido acompañada por el señuelo de “camino americano”, del sueño a fe mentida, denominado tierra de oportunidades. Las familias se han desintegrado, la pobreza cunde, la desesperación lleva a la gente a caer en manos del delito, de la muerte y de la corrupción.
“Estoy enojado porque este país ha sido arruinado por un pequeño grupo de codiciosos”, declararía Steinbeck, de su obra que narra la ruina de los granjeros del medio oeste, deliberada como la de 1995 y el “error de diciembre” en México. El drama novelado, acontece en la década de 1930 y retrata el efecto que acarrean las depresiones económicas, en particular la marcada por el crac del 29, y la concentración de la riqueza, a costa de la población, despojada, endeudada, embargada, obligada a emigrar a California y expuesta a las peores expresiones “que lleva al paroxismo de la desesperación, se siente el olor a la miseria, la explotación y la deshumanización del poder nos muestran que el ser humano puede ser cruel y asesino con los de su misma especie, prefiriendo quemar la cosecha antes de darla a los “okie” (tono despectivo que usaban los californianos con los granjeros pobres que buscaban trabajo, los “mojados” de hoy)
En un país bajo el agua, ahogado, afectado por epidemias, en guerra absurda contra los mismos mexicanos y que lleva cobradas más de 30 mil vidas. En un país militarizado, con el campo abandonado y la pobreza creciente, no puede ser que se contraten extranjeros para realizar la fiesta misma de nuestra supuesta independencia, los que se llevaran un potosí (La Jornada) a sus bolsillos. (Por cierto que al escribir esta columna veo que el desfile televisado es verdaderamente fatal, que va, chafisimo; 11 PM Quijotes, Catedral bailarina, al ritmo de Sor Ye Ye… uta)
Sin embargo para quienes vivimos en esta región sureña, ha sido un hallazgo saber que Miguel Hidalgo y Costilla fue mucho más que un cura indeciso, que perdió la oportunidad de capitular la Independencia en cuestión de meses. Miguel Hidalgo fue un hombre que abrazo la profesión del sacerdocio en tiempos en que solo había la milicia y las leyes como alternativas y que cultivo en cambio las artes, tradujo a Moliere, montó obras de teatro, bailo y fue galante con las mujeres. Ávido lector de los textos del renacimiento, Hidalgo, honro sus orígenes “tejones” y dejo una dinastía que sobrevive en la región de San Felipe Torresmochas Guanajuato, a donde fue enviado por la Iglesia, tratando de acallar su ingenio y sabiduría, su carácter y rebeldía.
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