En los Países donde la tradición y su propia historia los ha llevado a constituirse como Estados Políticos, con un Jefe de Estado y un Jefe de Gobierno, la política de alianzas y de bloques es el instrumento común para gobernar. Así y solo así se asumen las decisiones de política interna y externa, siempre de acuerdo con quien encabeza al Estado. Son casos claros los gobiernos de España e Inglaterra, donde la Jefatura de Estado la detentan Juan Carlos de Borbón y la Reyna Isabel II, no obstante que los gobiernos los presiden, por hora y siempre sujetos a instituciones como el referéndum, la revocación o la censura, Rodríguez Zapatero en España y David Cameron en Inglaterra. Los Jefes de Estado es costumbre que permanezcan mucho tiempo en el poder, simbólico, referente de autoridad, de manera vitalicia, en tanto que los Jefes de Gobierno ejercen su ministerio temporalmente y en muchas ocasiones de manera transitoria y frágil.
No es lo que sucedía en México, cuya historia, la bicentenaria y particularmente la centenaria que se recuerdan este año, llevo a nuestros padres fundadores a constituir México como una República Federal, con división de poderes políticos. Formal y legalmente México era una República. Realmente, México fue de manera legal, extralegal y metalegalmente –la fuerza de la costumbre- una Monarquía Republicana, de amplias facultades al Poder Ejecutivo y la Soberanía al Presidente de la República, sobre todas las demás partes del Estado, el Gobierno, la Nación y el País. Haber nacido a través de la constitución de 1812 y confirmarlo en la de 1824, con raíces clericales, poderes equilibrados, cuando no superiores el Legislativo y a veces el Judicial sobre el Presidente de la República, encarnado en el Poder Ejecutivo, hizo de México un país débil, en la anarquía, una familia sin cabeza, a expensas de piratas y corsarios, la perdida de la mitad del territorio y la pobreza y desolación nacional, las riquezas a manos de extranjeros, la educación en poder de curas ignorantes y la dictadura al final. Todo cambio gracias a la determinación de los mexicanos por darnos un país libre, con destino y soberanía.
México era lo anterior hasta el sexenio de José López Portillo, en que el absolutismo y degradación, la corrupción política se volvió patente como nunca antes. A partir de entonces, de 1982, el estado mexicano se ha venido despojando de las guardas y salvaguardas que hicieron posible que nuestro país tuviera un presente y un porvenir. Como si el defecto de una cosa, por ejemplo un auto que choca porque el chofer esta borracho, se traduzca en el desmantelamiento del automóvil, en vez de la corrección del conductor, el cambio de chofer y la reprimenda necesaria para que no vuelva a subirse a manejar un hombre que no sea un Político Profesional, un Hombre de Estado y un Mexicano antes que nada.
Se abandono la intermediación entre el capital y el trabajo, ceso la seguridad social obligatoria, se entrego la banca y con ello el sistema de pagos e intermediación financiera a extranjeros, con las consecuencias funestas observadas, (cabe señalar aquí que tanto el CITIBANK como el BBV y Santander, españoles han superado sus quiebras continentales, con los flujos de capital provenientes del ahorro mexicano). Se entrego la educación pública al poder corruptor del sindicalismo magisterial. Se perdió de vista la amenaza latente y fatal de abrir las puertas a las ambiciones milenarias de la Iglesia Católica, sus trampas y mentiras.
Lo peor ha sido el harakiri Presidencial. Como en la fabula de la Armadura Oxidada, el Presidente de todos los mexicanos se ha despojado de los instrumentos que le daban poder y le concedían autoridad. Se ha perdido la conducción de la economía nacional, el manejo del presupuesto público, se han pisoteado los requisitos para aspirar a la Presidencia, de tal suerte que la generación de extranjeros nacidos en México son los principales interesados en conducir nuestra nación. Se cedió sin ganancia alguna la mayoría en la Cámara de Legisladores y se han abierto las puertas a la intromisión directa, grosera e interesada de los Estado Unidos. Peor, Imposible.
Hace 30 años que México inicio un proceso de alianza política entre clases sociales económicamente dominantes para el ejercicio del gobierno. Desde la administración de Miguel de la Madrid, comenzó el entretejido de ideas, personajes, programas y convicciones. Con Carlos Salinas de Gortari, esta relación de amasiato o de fundición se reflejo en todas las medidas adoptadas por el Tirano, siempre acompañado, en consejo y representación del PAN y lo que ahora significaban esas siglas, no ya el partido del orden, amor y progreso, me refiero al desaparecido Diego Fernández de Cevallos, punta de lanza y adalid del pragmatismo, corrupción y cinismo desvergonzado, expoliador de la riqueza mexicana. La alianza política de facto entre PRI y PAN es causa de todos los grandes problemas nacionales que sufre México: migración, narcotráfico, desintegración social, miseria, ignorancia, miedo, frustración social.
Con Ernesto Zedillo resulta más evidente la interrelación estrecha entre PRI y PAN, al nombrar como su Procurador de la República –figura que proviene de las cortes medievales europeas y quien era el que “procuraba la imagen del rey”- a Antonio Lozano, prominente neopanista y socio de Fernández de Cevallos. El papel de Zedillo, las distancias marcadas con el aparato tradicional del PRI, la designación de Pancho Labastida (mi ex jefe directo), primero como Delfín del gobierno, en la Secretaría de Gobernación y luego como candidato presidencial, por la única virtud de compartir ambos a un efebo que ahora labora como consigliairi de TV Azteca, me refiero a Esteban Moctezuma (hermano de una Cardenal Purpurado en el Vaticano), establecía a las claras el objetivo estratégico: entregar mediante el voto, la Presidencia a un candidato del PAN , aun y así fuera V. Fox, lo que significó elegir por hartazgo y ante el desdoro de todo, a un lisiado, a un imbécil.