Así le llamo al futbol el inolvidable Manuel Seyde, uno de los periodistas mas leídos diariamente, desde su columna Temas del Día, que publicara en el periódico Excélsior. Todo un investigador deportivo, en especial del futbol, a Manuel Seyde le corresponde la invención del mote de “ratones verdes” a la selección de futbol, tras los fracasos continuados en los Campeonatos Mundiales, especialmente tras la pobre exhibición mostrada en 1966, durante el Mundial de Inglaterra.
Esa historia, ahora se une a las frases hirientes del técnico Javier Aguirre, quien hace un año apenas declarara que terminado su compromiso en el Mundial de Sudáfrica, -al que llego a petición expresa de Felipe Calderón- “se iba de este país de jodidos”. O a las de Rafa Márquez que afirmo que “el futbolista mexicano tiene carácter de esclavo”. Hoy se puede creer que han quedado atrás las “orgifiestas” de los futbolistas de la selección “mayor” y las de hace unas semanas que causo la separación de ocho jugadores menores de 22 años. Hoy quedaron atrás los dopajes de Aarón Galindo, el clenbuterol, Salvador Carmona y tantos manchones negros de este deporte. Hoy se puede pretender olvidar tantas derrotas “heroicas”, o el “se jugo como nunca y se perdió como siempre” y no se diga el número de ocasiones en que la selección nacional de México ha perdido en las definiciones de penaltis, es más, aquella contra la misma Alemania en el Mundial de 1986, jugado también en México, cuando Manuel Servín y el mismísimo Hugo Sánchez no tuvieron el valor ni el temple, la decisión y contundencia para ganar.
La demostración de los niños futbolistas mexicanos es una señal que hay que recoger y no olvidar: México puede ganar. México puede soñar. México puede definir su destino. No solo eso, México puede tener ejemplos maravillosos, por el partidazo, ¡el partidazo! entregado por Julio Gómez, al anotar el primer gol de cabeza-hombro a la selección alemana, al ser una autentica pesadilla para la zaga teutona, por el corredor derecho del ataque de los juveniles mexicanos. Pero la epopeya no podría haber llegado a estas alturas, si no es el mismo Julio Gómez el encargado de lanzarse con toda su pequeña aún humanidad, en búsqueda del balón centrado por el otro muchacho ganador del trofeo de plata y de nombre impronunciable en la memoria. El arrojo demostrado por Julio Gómez, sin duda contribuyo a que el enorme defensor alemán (el contraste muy notorio) no pudiera impedir que se consumara otro momento glorioso del partido, en que derrotaron a los alemanes: un gol olímpico.
Recuerdo muy bien, era un niño cuando el América se corono campeón en 1966, ganando un partido decisivo en la última jornada, cuando el torneo se jugaba todos contra todos a dos vueltas, y que Jorge el “Coco” Gómez anotara el gol de la victoria, con un tiro “olímpico”. No olvidare la euforia de mis familiares reunidos en la casa nuestra y la precisión respecto a que “goles olímpicos en un campeonato del Mundo solo ha habido uno, el de Amarildo de Brasil en 1962” Pues hoy, el juvenil y esmirriado Ezpiricueta, anoto un golazo olímpico, contando con la colaboración de nuestro héroe Julio Gómez, quien en la acción sufrió un aparatoso choque de cabezas con el muchacho alemán, lo que le provoco una cortadura de mas de 10 centímetros en la cabeza. Sangrando profusamente, derribado dentro del área alemana, fue sacado en camilla, vendado, lavado y limpiado, y, ante el azoro de la multitud reunida en el estadio y de los millones que seguíamos el juego, con el marcador empatado y restando menos de 10 minutos para finalizar, para sorpresa de todos los mexicanos, Julio Gómez retorno al juego.
No podía quedarse a medias la hazaña de este tamaulipeco. El sino de Julio Gómez estaba echado y las musas depararon la trama: entro nuevamente a la grama con un vendaje sobre la cabeza tan grande que le comenzaron a decir inmediatamente “la momia”. Inconfundible, parece que la escena final de ese día fuera obra de la pluma de algún novelista dramático. Yo lo vi, fui testigo de que, “en cámara lenta” se anticipaba lo que iba a pasar. No podía creer, me rebaso la realidad, cuando el balón reboto hacia donde estaba Julio Gómez, ahora ya “la momia”. El centro había sido “peinado” por varios jugadores, unos intentando anotar y los germanos despejar, ante el acoso avasallador del equipo juvenil mexicano. El balón floto, rebaso el vértice del niño “rajado que no se rajo” (hasta la memoria de Octavio Paz debe estar feliz, debido a que su definición del carácter patrio se rompiera), quien sin pensarlo se coloco en posición de patear tirándose de espaldas hacia atrás, cambiando el centro de gravedad, exactamente a la inversa de su posición natural. Le llaman “chilena” a esa jugada, de las mas espectaculares, de las mas difíciles, y que perfectamente ejecutado por Julio Gómez se convirtió en el gol del triunfo, increíblemente en el minuto 90, antes de finalizar el tiempo del juego.
Al menos yo no podía creerlo. Me levante y no atinaba a decir sino “no manches” porque estábamos reunidos en familia. Una auténtica floritura magistral y un gol para no olvidar jamás. Creo que el partido del domingo, ante la selección de Uruguay, fue también importantísimo. El partido decisivo, el que nunca ganábamos los mexicanos. La victoria ante los “charrúas” convirtió a los niños mexicanos en Campeones del Mundo en la categoría de menores de 17 años. Este triunfo me hizo recordar la hazaña que ya cumple 55 años de los niños de Monterrey, quienes ganaron el Campeonato del Mundo de Beisbol de Ligas pequeñas en Williamsport, primera vez que lo conseguía un equipo que no fuera de los EUA.
No quiero dejar de anotar este anécdota que tome de algún ingenio nacional: Julio Gómez fue elegido como el jugador mas valioso del torneo y se convirtió en héroe nacional, por tirarse una “chilena” En cambio al Jonathan y ocho jugadores sub 22 mas, los expulsaron de la selección, por tirarse unas ecuatorianas.
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