En los años en que impartí la materia de Finanzas Públicas en la FCPyS UNAM, el sector gobierno representaba un componente muy importante de la demanda agregada de la economía nacional, tanto en cantidad como en calidad del gasto público. Han pasado 25 años desde entonces y debo reconocer que lamentablemente las cosas han cambiado para mal y se han impuesto criterios políticos que han transformado el papel que tenía y representaba el presupuesto público.
Al igual que en todo el mundo (tanto en las economías “capitalistas” como en las “comunistas”), los gobiernos del México de hace un cuarto de siglo empleaban criterios donde el Estado participaba en la economía como un promotor de la inversión total, un interventor en áreas básicas que no eran atractivas para los agentes privados o que constituían reservas estratégicas para garantizar y asegurar la soberanía nacional: por ejemplo los ferrocarriles, las siderúrgicas o la generación de luz, que eran sectores que por sus volúmenes de inversión y el lento retorno de capital, los convertía en esenciales para la economía y poco atractivos para particulares. Otros casos, como el del petróleo, la petroquímica, los fertilizantes, la comercialización de básicos (CONASUPO) eran actividades que requerían de la presencia del estado, para garantizar y regular el abasto. Algunos otros casos, como el de la salud o el de la educación por estar consagrados en la Constitución se convertían en tarea obligada del gobierno y rectoría del estado.
La teoría económica que sustentaba la planeación de las finanzas públicas de entonces se basaba en dos grandes andamiajes ideológicos, uno de los cuales se ideo y puso en practica durante la crisis de 1929, por el economista John M. Keynes y que utilizaba al gasto público para reactivar el dinamismo económico -“hacer hoyos y volver a taparlos”- para generar gasto, empleo y sueldos, y así convertirse en motor de compras y gastos en los demás sectores de la economía. El otro componente de la teoría financiera del gobierno lo era el pensamiento estructuralista, de los economistas latinoamericanos agrupados en la CEPAL-ONU. La gradualidad en el crecimiento económico, la planeación, los debates en torno a los modelos de desarrollo en cada país consumió buena parte de la historia de mediados del siglo pasado, hasta que irrumpieron otros pensadores económicos, encabezados ahora por el norteamericano Milton Friedman, quien empezó a pujar por un modelo económico basado en la lucha abierta y total, mundial por los mercados, con base en el poder económico de cada agente participante. Este modelo requería de un desmantelamiento completo de las barreras, los aranceles e impuestos; modificar las nociones ideológicas y políticas de soberanía e independencia nacionales; y de la lucha sin cortapisas de todos los participantes, hasta conformar un sistema mundial de mercados en competencia.
El punto de apoyo de esta dinámica, por el lado estricto de la economía fue un giro completo en la relación de los términos de intercambio y de la convertibilidad de los medios financieros (por ejemplo se desecho el llamado “patrón oro” que obligaba a intercambiar billetes por el metal áureo) y que, partir de la llegada de los llamados “monetaristas”, seria el dinero, la única garantía para el comercio. Con ello aparecieron múltiples formas de generar dinero y flujos financieros, solamente con garantías presentes y la esperanza del pago a futuro. Un castillo de espejos soportados sobre naipes donde el que se mueve tira todo, pero de una capacidad de crecimiento exponencial inmensa, aunque con una moraleja en el porvenir, muy semejante a la historia del rey Midas.
El problema para países como México, es que el papel y lugar que le corresponde en este nuevo sistema que sobrevive únicamente con flujos monetarios convertidos en dólares, -la moneda hegemónica en guerra con el euro- estriba en encontrar las fuentes generadoras del dinero necesario, para intercambiar y comerciar. Tras la firma del TLC con EUA y Canadá (aceptación tácita del nuevo sistema económico) México únicamente cuenta con las ventas de petróleo, con las remesas de mexicanos exportados de manera humillante (merced a la pésima educación pública) al país vecino y con los flujos originados en el narcotráfico.
Por eso no es casual que esta época especulativa haya comenzado con la llegada simultánea de tres adalides de este “new deal” a mediados de los 70’s. El nuevo trato lo pactaron Ronald Reagan en EUA y Maggi Tatcher en Inglaterra y con ellos el teatro de la guerra, como el negocio sobresaliente, con mucho, sobre todos los demás negocios mundiales. Negocio que implica aviones, armas, autos, barcos, construcciones, tecnología sofisticada, satélites, alimentos, energéticos, minerales… un negocio inmenso al que México, apenas ha comenzado a introducirse, como consumidor, dependiente, y en guerra fraticida, con el agravante del terror como forma de lucha, sin ninguna declaración de estado de guerra, pues no hay enemigos visibles, ni ejércitos invasores. Olvidaba mencionar al otro tridente de la entente que inaugura el ahora llamado neoliberalismo, quien perdona la fascinación que encanta a tanto apasionado del negocio y el dinero: El Papa Juan Pablo II.
Las finanzas Públicas han cambiado y ahora en México el asunto del gasto del gobierno ha dejado de ser una palanca de desarrollo, para convertirse en una fuente de riqueza para promover intereses políticos-electorales, a través de la asistencia pública, los compromisos y las negociaciones. El caso nefasto de la Gordillo utilizando las concesiones otorgadas por Calderón, esta a la altura de los 600 compromisos de Peña Nieto o los demenciales y ridículos 6 mil de EruFiel (?) Ávila. No existe ningún plan en el Gobierno que procure el desarrollo, que genere empleo, que fomente inversiones. Se gasta el dinero del erario en el objetivo político del titular del poder ejecutivo, encargado de llevar a cabo la aplicación de los recursos públicos.
Por fortuna existen marcadas diferencias entre el origen y la aplicación de fondos en gobiernos de corte corrupto y demagógico como el del Estado de México y Gobiernos populares y sociales como el de la Ciudad de México, como se puede ver en el siguiente cuadro que para comenzar muestra la enorme diferencia –dos y media veces mayores- entre las transferencias recibidas por el Edo Mex y el DF, en cuanto a recursos federales (básicamente el dinero del petróleo); en tanto que los recursos recaudados entre ambas entidades demuestra que el aporte por el pago de impuestos en la Ciudad de México es 3.5 veces mayor que en el Edo. Mex.
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