Thursday, November 10, 2011

EL LABERINTO DE LA SOLEDAD (Primera parte)


La celebración del ritual anual del día de muertos, esta vez se ha empalmado, en todo México con el asombro, tristeza, el pánico que causa la muerte desatada, la parca cabalgando, hoz en mano, la calaca huesuda cegando vidas, al fin que “la vida no vale nada”, total que “si me han de matar mañana, que me maten de una vez”.
Tiempo de tormenta, de nubarrones en el firmamento que requiere, obliga, precisa la búsqueda de palabras. En la vorágine se entremezclan los crecientes asesinatos múltiples con el sacrificio de inocentes, menores, mujeres y ancianos. Orgia de sangre disfrazada por competencias deportivas, con discursos provocadores, mitómanos, con desinformación generalizada,  retórica hueca, cínica. Del torvo manejo financiero de las estados de la república, a la reforma política que no es. De las ambiciones monarcomanas en Coahuila y Michoacán, a la subasta publica de la conciencia nacional, compra de voluntades, acción de gobierno en obras (y “sobras”) que prostituyen a la población, apagan el animo ciudadano y lucran con la miseria, con la necesidad y pervierten la obligación natural del ejercicio de la política.
Explicar y entender la epidemia que azota a la nación mexicana, me ha devuelto a releer  el Laberinto de la Soledad, publicado hace más de 50 años por el poeta y premio Nobel Octavio Paz. Retrato brillante, análisis genial del carácter, modo de ser, costumbres, categorías, temas, claroscuros, colores, sonidos, desgracias y ocurrencias de México. Medio siglo ha transcurrido desde su primera publicación y el mexicano, lo mexicano, se encuentra todavía inmerso en su laberinto, solo, culposo, inerte, paralizado. En la dialéctica de la soledad, el mexicano no consigue descifrar los enigmas de la muerte y la vida, del origen y destino, del poder y el sometimiento, del amo y del esclavo. Inmerso en vacíos que no consiguen rellenarse, explicarse, persisten en el carácter nacional las categorías del chingón y el agachado, de la madre violada –somos hijos de la chingada-, de las mascaras y el  sincretismo, entre el ser y la nada. La celebración del día de muertos y la antinomia del día de todos los santos.
Ahora que se han acuñado onomatopeyas para describir a la juventud nacional, que ni estudia, ni trabaja, ni comprende, ni piensa, ni protesta, ni nada, resulta aleccionador recordar que la biografía del autor, se funda en los pasos de Irineo el abuelo, levantado en armas frente a la intervención francesa,  contra la reelección de Lerdo de Tejada, al lado de Porfirio Díaz, hasta llegar a fundar el influyente periódico La Patria. Y que Octavio el padre, abogado como el abuelo, debe abandonar La Patria, que ya sumaba 37 años de circulación, para sumarse a la causa de Emiliano Zapata. Tampoco hay que olvidar que tras el asesinato del caudillo del sur, Octavio el hijo salio junto con la madre y el abuelo hacia los EUA, a reunirse con su padre, desterrado tras la traición de Guajardo en Chinameca.
Y si la simiente paterna originaria, de donde se nutre el poeta es rica y ejemplar, no lo fueron menos los padres intelectuales de Octavio Paz, discípulo de Antonio Caso, Samuel Ramos, Julio Torri, Carlos Pellicer y José Gorostiza. En los cafés, sus maestros son Xavier Villaurrutia y Jorge Cuesta. Padres y maestros, son la ruta donde encontrar las respuestas a las ancestrales preguntas del Tiresias autóctono, del gesticulador que responda a los complejos del oráculo nacional.
Los padres y maestros del Nobel, son el punto de partida del ser poeta y revolucionario. Sus lecturas, amistades, discusiones, poemas y artículos tratan de reconciliar el ejemplo de sus maestros (rigor, excelencia, universalidad, de las generaciones del Ateneo y los Contemporáneos) con los sueños de sus amigos anarquistas y comunistas.
Hoy que no hay padres ni maestros en México –las excepciones confirman la regla- Hoy que todos los actos desde el poder, enfrentan y aniquilan la realeza de la paternidad y se erige, bien señala Gabriel Zaid* que “La palabra chingar, con todas estas múltiples significaciones, (que) define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado (en la ley, los negocios, la fe). Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta  concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles. Los fuertes —los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables— se rodean de fidelidades ardientes  e interesadas.
El servilismo ante los poderosos —especialmente entre la casta de los "políticos", (exactitud del retrato del PRI “renovado”)- es una de las deplorables consecuencias de esta situación. Otra, no menos degradante, es la adhesión a las personas y no a los principios. Con frecuencia (eso era en 1950, hoy es la certeza) nuestros políticos confunden los negocios públicos con los privados. No importa. Su riqueza o su influencia en la administración les permite sostener una mesnada que el pueblo llama, muy atinadamente, de "lambiscones" (de lamer)”
*Letras Libres No. 28 abril 2001

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