La celebración del ritual anual del día de
muertos, esta vez se ha empalmado, en todo México con el asombro, tristeza, el
pánico que causa la muerte desatada, la parca cabalgando, hoz en mano, la
calaca huesuda cegando vidas, al fin que “la vida no vale nada”, total que “si
me han de matar mañana, que me maten de una vez”.
Tiempo de tormenta, de nubarrones en el
firmamento que requiere, obliga, precisa la búsqueda de palabras. En la
vorágine se entremezclan los crecientes asesinatos múltiples con el sacrificio
de inocentes, menores, mujeres y ancianos. Orgia de sangre disfrazada por
competencias deportivas, con discursos provocadores, mitómanos, con
desinformación generalizada, retórica
hueca, cínica. Del torvo manejo financiero de las estados de la república, a la
reforma política que no es. De las ambiciones monarcomanas en Coahuila y
Michoacán, a la subasta publica de la conciencia nacional, compra de
voluntades, acción de gobierno en obras (y “sobras”) que prostituyen a la
población, apagan el animo ciudadano y lucran con la miseria, con la necesidad
y pervierten la obligación natural del ejercicio de la política.
Explicar y entender la epidemia que azota a la
nación mexicana, me ha devuelto a releer
el Laberinto de la
Soledad, publicado hace más de 50 años por el poeta y premio
Nobel Octavio Paz. Retrato brillante, análisis genial del carácter, modo de
ser, costumbres, categorías, temas, claroscuros, colores, sonidos, desgracias y
ocurrencias de México. Medio siglo ha transcurrido desde su primera publicación
y el mexicano, lo mexicano, se encuentra todavía inmerso en su laberinto, solo,
culposo, inerte, paralizado. En la dialéctica de la soledad, el mexicano no
consigue descifrar los enigmas de la muerte y la vida, del origen y destino,
del poder y el sometimiento, del amo y del esclavo. Inmerso en vacíos que no
consiguen rellenarse, explicarse, persisten en el carácter nacional las
categorías del chingón y el agachado, de la madre violada –somos hijos de la
chingada-, de las mascaras y el
sincretismo, entre el ser y la nada. La celebración del día de muertos y
la antinomia del día de todos los santos.
Ahora que se han acuñado onomatopeyas para
describir a la juventud nacional, que ni estudia, ni trabaja, ni comprende, ni
piensa, ni protesta, ni nada, resulta aleccionador recordar que la biografía
del autor, se funda en los pasos de Irineo el abuelo, levantado en armas frente
a la intervención francesa, contra la
reelección de Lerdo de Tejada, al lado de Porfirio Díaz, hasta llegar a fundar
el influyente periódico La
Patria. Y que Octavio el padre, abogado como el abuelo, debe
abandonar La Patria,
que ya sumaba 37 años de circulación, para sumarse a la causa de Emiliano
Zapata. Tampoco hay que olvidar que tras el asesinato del caudillo del sur,
Octavio el hijo salio junto con la madre y el abuelo hacia los EUA, a reunirse
con su padre, desterrado tras la traición de Guajardo en Chinameca.
Y si la simiente paterna originaria, de donde
se nutre el poeta es rica y ejemplar, no lo fueron menos los padres
intelectuales de Octavio Paz, discípulo de Antonio Caso, Samuel Ramos, Julio Torri,
Carlos Pellicer y José Gorostiza. En los cafés, sus maestros son Xavier
Villaurrutia y Jorge Cuesta. Padres y maestros, son la ruta donde encontrar las
respuestas a las ancestrales preguntas del Tiresias autóctono, del gesticulador
que responda a los complejos del oráculo nacional.
Los padres y maestros del Nobel, son el punto
de partida del ser poeta y revolucionario. Sus lecturas, amistades,
discusiones, poemas y artículos tratan de reconciliar el ejemplo de sus
maestros (rigor, excelencia, universalidad, de las generaciones del Ateneo
y los Contemporáneos) con los sueños de sus amigos anarquistas y comunistas.
Hoy que no hay padres ni maestros en México
–las excepciones confirman la regla- Hoy que todos los actos desde el poder,
enfrentan y aniquilan la realeza de la paternidad y se erige, bien señala Gabriel
Zaid* que “La palabra chingar, con todas estas múltiples significaciones, (que)
define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto
de nuestros amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad
de chingar o de ser chingado (en la ley, los negocios, la fe). Es decir, de
humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida social como combate
engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles. Los
fuertes —los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables— se rodean de
fidelidades ardientes e interesadas.
El servilismo ante los poderosos
—especialmente entre la casta de los "políticos", (exactitud del
retrato del PRI “renovado”)- es una de las deplorables consecuencias de esta
situación. Otra, no menos degradante, es la adhesión a las personas y no a los
principios. Con frecuencia (eso era en 1950, hoy es la certeza) nuestros
políticos confunden los negocios públicos con los privados. No importa. Su
riqueza o su influencia en la administración les permite sostener una mesnada
que el pueblo llama, muy atinadamente, de "lambiscones" (de lamer)”
*Letras Libres No. 28 abril 2001
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