Hace poco más
de un año, el 28 de julio, Andrés Manuel López Obrador, propuso en la plaza
pública, la construcción de “…una República que bien vale la pena convocar
nuevamente, basada en la fraternidad, en la democracia, la libertad y la igualdad.
Una República Amorosa”¹. Así escribí al
día siguiente, por lo cautivante del ideal y el sentido obligado e
indispensable de su necesariedad, para existir: como nación como individuos,
como raza, como México.
Encuentro
puntos de coincidencia profundos en el planteamiento político de López Obrador
y los ensayos filosóficos tempranos de Octavio Paz, en su etapa romántica. Es a
mediados del siglo pasado que “Octavio entra en un periodo de gran creatividad,
había, por así decirlo, encontrado su estilo y sus temas: la mezcla de poesía e
historia, más crítica política. No es fácil entender la obra de Octavio Paz
desde la perspectiva de una especialidad. Su trayectoria adquiere claridad bajo
un perfil romántico: nuestra emancipación cultural. Sus tentativas prometeicas,
como las de Alfonso Reyes y José Vasconcelos, más que una desmesura individual
(abarcar muchas cosas que en otras partes son obra de especialistas), parecen
cumplir una necesidad histórica, una urgencia nacional de la cual se sienten
responsables: apoderarse de la cultura toda, traducirla, expropiarla,
recrearla, modificarla, hacerla nuestra en forma viva; ser sujetos actuantes,
no sólo contemplados, de la cultura universal”²
En la
entrevista que la noche del 16 de noviembre pasado, concedió Andrés Manuel a
TELEVISA, hay dos aspectos que quedan perfectamente marcados: por una parte, el
estado de corrupción, degradación, desesperación en que se encuentra la nación
mexicana; y por otra parte, la soberanía de la conducta ética individual y de
la moral social, sobre el bienestar material.
Es recuperar
el sentido de la política, como la acción más importante y superior de una
sociedad. Es hacer política con base en el ejemplo, en el sentido de la
felicidad y los valores en que se sustenta esta manera de ser. Valores
absolutos, agregaría -primero y antes que otros- el de la justicia y la
honradez, además de nobleza, valentía, libertad, liberalidad, equidad,
generosidad, sinceridad, amistad y siempre en los justos medios. Porque solo en
los Estados Políticos en donde se gobierna con base en principios nobles,
buenos y justos, se puede esperar que la gente sea feliz. No sucede así ahora,
que en México se ha llegado a existir basado en lo depravado, la mentira, corrupción,
el chantaje, la perversión de todo, lo repulsivo. Se maniata y se somete
regalando lentes y cubetas y becas y pavimentando calles –“haciendo caravanas
con sombreros ajenos”-, fingiendo que es favorecer la promesa de seis mil
obligaciones, creyendo que así son las cosas, y generando encono, discordia,
maldad, vicio, intemperancia, vacilación, desánimo…
Es de
esperarse que la propuesta de Andrés Manuel suscite, como todo lo que hace un hombre
de Estado, pasiones contrarias. Creo que los mismos seguidores apasionados se confundirán,
en un principio. Los detractores y enemigos mortales van a tratar de exhibirlo
en la demencia mesiánica, en el galimatías teológico. Pero no es para
preocuparse de más. Basta recordar que la Revolución más ejemplar de la
historia del mundo occidental, que hizo a Francia, en 1789, epicentro universal, fue con base en:
Libertad-Igualdad-Fraternidad
No hay que
olvidar tampoco que la noción de amor que padecemos los occidentales, los
mexicanos alienados por el american wey of live –el que impone sus horarios y
ahora pretende convertir este viernes a las familias mexicanas, en compradores
bestiales compulsivos- Ese amor no es sino una forma de entender la amistad
aristotélica. El amor pasión es el amor por placer. Pero la amistad abarca la
utilidad y la virtud. Esa es la base de la convocatoria a constituir una
Republica Amorosa. La de la amistad virtuosa.
Por eso es tan
importante releer a Paz el Poeta, quien al momento de escribir El Laberinto de
la Soledad, decía “Ya en esa época pensaba lo que pienso ahora: la historia es
conocimiento que se sitúa entra la ciencia propiamente dicha y la poesía. El
saber histórico no es cuantitativo ni el historiador puede descubrir leyes históricas.
El historiador describe como el hombre de ciencia y tiene visiones como el
poeta. Por eso Marx es un gran historiador (esa fue su verdadera vocación) También
lo es Maquiavelo. La historia nos da comprensión del pasado y, a veces, del
presente. Mas que un saber es una sabiduría”³
Para encontrar al fin, la
salida del Laberinto de la Soledad que nos engendró en la raíz, hay que “partir
de la reserva moral y cultural que existe en las familias y en las comunidades
del México profundo, y apoyados en la inmensa bondad que hay en nuestro pueblo,
debemos emprender la tarea de exaltar y promover valores en lo individual y lo
colectivo. Es urgente revertir el desequilibrio que existe entre el
individualismo dominante y los valores orientados a hacer el bien en pos de los
demás”.
Y remató AMLOVE –ese 28 de
julio de 2010-: “Hagamos saber a todos que sí se puede vivir con justicia, sin
miedos ni temores, en una República nueva, libre, democrática, soberana,
igualitaria y fraterna; una República amorosa ¡Viva la nueva República!”
¹Cartas Sureñas Pág. 154 ²Letras
Libres Gabriel Zaid ³El Laberinto de la Soledad Octavio Paz
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