Esta CARTA pudo llamarse Contra las Autoridades, porque es la misma confusión fatal. Porque la Presidencia de México es la esencia y fuente de toda autoridad, principio y fin de la llave maestra, sobre la que gira nuestra buena nación. Y todo atenta en su contra y se difunde la creencia de que es mala, que es autoritaria y que es necesario acotarla, restringirla y si es posible, desaparecerla.
El fuego cruzado en contra proviene de varios frentes: en la economía, se esparce la creencia de que el poder del dinero, esta por encima de cualquier autoridad. En la fe, se sublima la idea de que necesariamente existe un poder superior encima de todo y de todos. En la educación, son los medios de comunicación, en especial la televisión y concretamente TELEVISA, la que asume la verdad, la esparce e influye. Pero es en el terreno de la política donde se da el verdadero combate en su contra, puesto que se asocia que el poder presidencial es igual a autoritarismo y que la presidencia democrática es ausencia de autoridad, luego entonces se ha instaurado un ensayo extraño, ajeno a nuestra historia, costumbres, leyes y razones de estado, al concluir que el gobierno parlamentario es igual a democracia.
Así como es falso que el dinero sea fuente de autoridad, es igualmente absurdo que el mal gobierno de algunos presidentes, se generalice y signifique que la institución presidencial es mala. Así como existen padres y madres, buenos, malos y mediocres, ello no prejuzga contra las instituciones de la maternidad o la paternidad ¿Verdad?
Esto no es así y la historia de las sucesiones presidenciales en México así lo prueba. Porque a partir de 1934, tras el fallido maximato de Plutarco Elías Calles, solo han sido los casos del General Andrew Almazán, el de Heriberto Enríquez, y el de Cuauhtemoc Cárdenas en 1988 los que se han manifestado contrariados de la herencia sucesoria, y no menciono la fallida candidatura de José Vasconcelos porque contendió contra Pascual Ortiz Rubio, en el interregno sujeto al “Turco”. No obstante las cosas cambiaron a partir de 1970, tras la designación de Luis Echeverria Álvarez, que de discreto “yes man” se transfiguro en un huracán que destrozaba, abducia. Un perverso de ambición delirante, capaz de imaginarse dueño del Nobel de la Paz, ocupar la secretaria general de la ONU y superar las expropiaciones del General Cárdenas. La nefasta presidencia de Echeverria las estamos pagando diariamente todos los mexicanos y aun no se entiende a cabalidad, que lo peor de su gobierno, además de endeudar brutalmente al país o destrozar la economía y devaluar en más de 100 %, fue desacreditar al Presidente de la Republica, generar un rencor contra la institución presidencial, y sumir a México en un laberinto. Nadie como Echeverria convirtió la sucesión presidencial en un asunto patrimonialista, personalísimo y perverso: designar como su sucesor a “un amigo”, como sucesor, sin mayor mérito que el vínculo fraterno, termino por dinamitar las fortalezas del estado mexicano, la autoridad del Presidente de la Republica.
A partir de entonces, la opinión pública ha llegado a a la conclusión de que la institución presidencial resulta ser la fuente de todos nuestros males, el signo ostentoso de la tiranía, el enemigo público numero uno. Que la Presidencia ha venido a equivaler antidemocracia y se ha vuelto unánime la creencia generalizada, de que para detener los abusos de los presidentes –cada vez peores de 1982 a la fecha: De la Madrid y la ruina total; Salinas de Gortari y la perversa sumisión a los EUA; Zedillo y la quiebra deliberada de México; Fox y la esperanza convertida en vergüenza; finalmente Calderón y la usurpación militarizada y la guerra civil- hay que vivir en un gobierno parlamentario. Se ha impuesto la fantasía de que democracia es sinónimo de parlamentarismo. La falsa creencia de que el gobierno parlamentario es el antídoto eficaz contra el autoritarismo, nos ha conducido a una extraña imagen de la función de los poderes políticos, los cuales se representan separados y contrapuestos en una balanza de dos platillos, el legislativo en el izquierdo y el ejecutivo en el derecho, balanza en la que, por necesidad, si uno gana el otro pierde.
Un gobierno parlamentario es un sueño que se vuelve pesadilla, cuando por nuestra historia accidentada, nuestras leyes constitucionales, tenemos y ojala se pueda seguir teniendo un gobierno presidencial. Gobierno presidencial a mucha honra, para el país a pesar de la vergüenza ajena que dan los presidentes padecidos. Presidencia a la que se desprecia tanto y de la que hoy se hace burla para granjearse los aplausos fáciles, ha sido, es y seguirá siendo el eje de nuestra historia y el eje de la vida democrática del país, a pesar de los intentos por cambiar esto. Es lo que ha llevado a vivir en la anarquía y la simulación que enfrenta actualmente México. Son los espacios donde crecen los poderes sin leyes ni límites, son los medios donde crece TELEVISA tanto como el Chapo Guzmán, son las cañerías y drenajes donde conviven funcionarios, burócratas, ediles y secretarios, candidatos y diputados fascinados por el estercolero del poder, del hurto y del asesinato.
Si en 1977 Don Jesús Reyes Heróles intento cambios institucionales, para corregir la demencia de Echeverria, al abrir los espacios electorales a las minorías intoleradas (ligas y asociaciones comunistas por ejemplo) 20 años después, con la reforma de 1997, la intolerancia ha cambiado de signo volviéndose absurdamente oligárquica, de las minorías contra cualquier mayoría democrática, a la que de antemano se le descalifica y condena no obstante ser fundamento de la política moderna.
Si la Gran virtud de la iniciativa de Reyes Heroles apunto desde un principio a la superación de la sucesión presidencial, como patrimonio individual de los Presidentes salientes, fue con la condición de no alterar el espíritu de la reforma, cuyo calculo fue hecho para que ningún Presidente (del PRI o de otro) llegara al gobierno sin contar con una mayoría legislativa. Rezaba la sentencia no escrita que “quien alterase estas limitaciones para la formación de mayorías y minorías volvería al país ingobernable”
Se ha abierto la caja de Pandora, y nunca como ahora -por los intereses económicos que crecen, de los poderes que compiten, amenazan y someten- se había vuelto tan expuesta, espinosa y compleja la autoridad del Presidente. Porque el presidencialismo –no hay que perder de vista- tiene que ver con el tema del regicidio y el tiranicidio, por la confusión que hoy padece la gente que besa las manos de sus dictadores, cual si fuesen padres. Gente a quienes la paternidad y la política se les ha vuelto un autentico enigma.
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