Hay
una obra política extraordinaria, completa, rigurosamente analítica,
fundamentada, con conclusiones contundentes, claras y rotundas, cuyo único
defecto es el nombre del título: se llama la Democracia en América, escrita por
Alexis de Tocqueville, cuando el titulo correcto, acorde con el contenido,
premisas, teoría, hechos y capitulado, debió ser La Tiranía en América.
La
Democracia en América es un texto clásico de Teoría Política, escrito a
mediados del siglo XIX, por el bisnieto de uno de los hombres más influyentes
en el ánimo del Rey Luis XVI de Francia, quien además de ser historiador,
jurista, político y militar, viajo a los EUA a conocer personalmente, un
fenómeno político que él mismo, Alexis de Tocqueville dijo, que hay que llamar,
inventar con un nombre distinto, porque no es parecido a nada de lo que ha
existido con anterioridad, en la historia de la humanidad. Un estado donde el
gobierno se encarga de cuidar de la población, divertirla, administrar sus
herencias, vigilar, impartir justicia, relevarles hasta del trabajo de pensar.
A esa forma de gobierno, el joven Tocqueville le llamo La Democracia en América
“Lo que reprocho más al gobierno
democrático, tal como ha sido organizado en los Estados Unidos, no es, como
muchas personas lo pretenden en Europa, su debilidad, sino al contrario su
fuerza irresistible. Y lo que me repugna más en Norteamérica, no es la
extremada libertad que allí reina, es la poca garantía que se tiene contra la
tiranía” y entonces, escribe el Vizconde de Tocqueville (1805-1859) que “Considero
como impía y detestable la máxima de que, en materia de gobierno, la mayoría de
un pueblo tiene el derecho a hacerlo todo y, sin embargo, sitúo en la voluntad
de la mayoría el origen de todos los poderes. ¿Estoy en contradicción conmigo
mismo?” “El pensamiento es un poder invisible y casi imponderable que se burla
de todas las tiranías. En nuestros días, los soberanos más absolutos de Europa
no podrían impedir que ciertas ideas hostiles a su autoridad circulen
sordamente en sus Estados y hasta en el seno de sus cortes. No sucede lo mismo
en Norteamérica. En tanto que la mayoría es dudosa, se habla; pero, desde que
se ha pronunciado irrevocablemente, cada uno se calla, y amigos y enemigos
parecen entonces unirse…”
Asombrado, Alexis agrega en el capítulo séptimo, de
la segunda parte, del Libro primero De la Democracia en América “No conozco
país alguno donde haya, en general, menos independencia de espíritu y verdadera
libertad de discusión que en Norteamérica… la mayoría traza un círculo
formidable en torno al pensamiento. Dentro de esos límites el escritor es
libre, pero ¡ay si se atreve a salir de él!... La carrera política le está
cerrada; ofendió al único poder que tiene la facultad de abrírsela. Se le rehúsa
todo, hasta la gloria. Antes de publicar sus opiniones, creía tener
partidarios; le parece que no los tiene ya, ahora que se ha descubierto a
todos; porque quienes lo censuran se expresan en voz alta, y quienes piensan
como él, sin tener su valor, se callan y se alejan. Cede, se inclina en fin
bajo el esfuerzo de cada día, y se encierra en el silencio, como si
experimentara remordimientos por haber dicho la verdad.”
Valga este extenso preámbulo, para centrar la atención
en el punto que me interesa abordar y que es el acto de pensar en México, y la
distancia enorme que existe, día con día para hacer de este acto, el más humano
de todos, un lugar común, el rito obligado, la soberanía de nuestro ser, una
práctica lógica, cotidiana y diáfana, prístina, bella, sólida y consistente.
En cambio, el horizonte mexicano aparece cubierto de oscuros nubarrones, de relámpagos y truenos que espantan al que piensa, que
atarantan al que duda, que achican al que pregunta, que desechan a la razón, al
conocimiento, descartan las objeciones, y celebra, en el extremo opuesto, con
júbilo indescriptible al “wishful thinking” o pensamiento desiderativo: yo quiero, pido, deseo… que aplaude los pensamiento emocionales tipo "Tened
fe y dejad que vuestros sentimientos os guíen a la verdad", encumbran con
ribetes de excelencia, con togas y birretes, lanzados al espacio, que la única
verdad, la que complace a las nuevas mayorías nacionales (La Tiranía en México),
no es la obtenida a través del razonamiento crítico, esa forma fría de pensar,
que lleva la contraria a todo el mundo, nada estimable, en comparación con la “mentira
feliz”
“Quiero Creer” es el himno de moda, lo dicen los
futbolistas que no dudan en reconocer sus fallas, pero que prometen ser
“mejores”. “Quiero Creer” es otro spot,
que compone imágenes de hombres, niñas, niños, jóvenes, todos prototipos
ideales de la modernidad, que inician
una oración “No me has tratado bien, me has hecho sufrir… quiero volver a
creer… cuando te eligieron, te eligieron porque eres un “grande”… amor
incondicional… olvidemos el sí se puede”. Nunca antes se había llegado a un uso
tan descarado de la manipulación en México. Parece una competencia de
frivolidades, donde los dineros públicos pujan contra los intereses comerciales
monopolizados. ¿Qué es peor en una escala de pestilencias mitomaníacas:
manipular a las mayorías con el futbol, con las asistencias sociales, los
comerciales del Senado de la República, de la Cámara de Diputados, del IFAI o
del Partido Verde, de la Coca Cola o del Bon Ice?
El poder que han adquirido los medios de
comunicación en México, rebasa cualquier experiencia anterior. Jamás se había
llegado a un engaño social tan descarado, sin la presencia de una Autoridad
(poder) que vigile la educación de la población y la sancione. Hoy la TV vende cremas contra el acné, pastillas para
almorranas, relojes telefónicos, píldoras para lombrices, invitaciones a
moverte, rogatorias para creer (ya no creas en PEMEX es tiempo de creer en
PEUSA), rosarios con la voz del Papa, mangueras subliminales, que incitan
pasiones escondidas, propuestas de agua por el partido verde, educación para
todos, belleza instantánea, fajas, rejuvenecer, todos “estamos trabajando” y el
epítome “Quiero Creer”: la intimidad como espectáculo, todo es legítimo si se
vende.
¿Cómo se ha llegado a este escenario, que combina
la humillación, con la avaricia? ¿Por qué se burlan los medios de la gente y al
mismo tiempo le venden-compran productos inservibles, caros, inútiles? No hay más
que una respuesta: porque en México la gente ha dejado de pensar y es más
correcto especificar, pensar críticamente. Porque la duda cartesiana es una
forma artificiosa del pensamiento, que se resuelve con su contrario ¿Dudo luego
existo? “Quiero Creer” tomado de la mano de “¿Tú que vas a hacer? Seguido de
imágenes de personas en rodillas, lanzándose de un bungee… Allí se ve la
perversa inteligencia del nuevo poder Tiránico.
Es hora de regresar a
cuestiones básicas. Propongo recordar el proceso mediante el cual se usa el conocimiento y la inteligencia para
llegar, de forma efectiva, a la posición más razonable y justificada sobre un
tema. Hago un llamado a recuperar, cada uno de nosotros el empleo del pensamiento
crítico, y mejor si va en compañía de un cuerpo sano: mente sana en cuerpo
sano. Porque eso significaría que piensas por ti mismo, que no aceptas las
ideas y opiniones de los demás simplemente porque lo dicen ellos, lo dice la
mayoría o lo dice la sociedad, sino porque has pensando en ello, conoces los
argumentos a favor y en contra y has tomado tu propia decisión respecto a lo
que consideras verdadero o falso, aceptable o inaceptable, deseable o
indeseable.
Es un trabajo arduo, largo y que puede parecer
tedioso. Es pensar y recordar la lógica, ensayarse nuevamente en las premisas,
la deducción y la inducción. No olvidar que decir razón es sinónimo de decir:
premisa, evidencia, datos, proposiciones, pruebas y verificaciones. Y qué decir
conclusiones es también decir acciones, veredictos, afirmaciones, sentencias y
opiniones. Hoy se repite lo que dicen los demás, se hacen oraciones con fervor,
se exalta lo vituperable, lo deleznable, lo que causa pena, sin pensar si está
bien o mal. Se invierten los términos de la razón, los del corazón y se actúa
de conformidad con los intestinos delgado y grueso.
Se ignora la existencia de la retórica, el “ars
bene dicendi”, el arte del buen decir. Nadie sabe argumentar, ni componer un
discurso, leerlo en público, debatir. Deliberadamente se olvida que la retórica fue la primera de las “siete
artes liberales” del mundo greco-romano, junto a la gramática, la dialéctica,
la geometría, la aritmética, la astronomía, y la música y que desde los siglos V
y IV a.C., el sistema político ateniense en la era de la democracia radical, la
práctica generalizada consistía en que todo ciudadano ateniense mayor de edad y
varón podía exponer en la Asamblea, sus puntos de vista sobre los asuntos de la
polis. Y por supuesto que para poder hablar en la Asamblea era necesario ser un
orador excelente.
¿Pero qué necesidad, es la pregunta que enseñan en
las escuelas los “Profes”?: felices de no pensar, callados al recibir los días
de descanso, obsequiosos y conformes con no trabajar, festejados con comilonas,
bacanales y objetos de regalo: autos, ipads, laps, basura tecnológica.
En México, al igual y como sucedió durante la Edad
Media (V-XV: mil años), de los tres géneros oratorios, salvo el judicial,
entraron en decadencia el género deliberativo y el epidíctito, es decir, la
oratoria política y la artística, ya que la militarización del imperio hacía
inútil los conocimientos de la oratoria ¿Para qué, pregunta un México
militarizado? Piensa en Grande. Alístate en las fuerzas armadas y no pienses,
solo grita, aúlla por las derrotas futbolísticas que 20 días antes del torneo,
se aprovecha de tu condición de esclavo.
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