Thursday, May 07, 2015

LOS LÉPEROS Y EL SEDUCTOR DE LA PATRIA

El propósito del presente ensayo es analizar una parte de la historia del sistema político en México, la que tiene que ver con el carácter electoral del partido hegemónico, a  partir de la figura de Antonio López de Santa Anna. La hipótesis a seguir en que Santa Anna constituye el origen de todos los vicios que un siglo más tarde daría fundamento al PRI, pero que nada hubiera sucedido, al nivel de la catástrofe militar, política y moral que sufrió México, de no haber existido lo que se llamaban léperos en el siglo XIX: era la gente pobre y sin educación, la que era levantada (levas) para integrarla forzosamente al servicio militar; el pueblo que apoyaba a sus caciques, esa masa amorfa y grosera que pidió una y otra vez la presencia de Don Antonio, la gente que con su apatía o por complicidad, festejó y aceptó mansamente, dócilmente, que Santa Anna se proclamara once veces presidente de México.
Son los léperos de entonces, los que pidieron las categorías de Gran Elector, Gran Almirante, Mariscal de los Ejércitos, Supremo Dictador y Redentor de México, Alteza Serenísima, para Santa Anna. Es el pueblo que  imploró y se sublevó en favor de que le fuera otorgado y reconocido  el título de “Emperador Constitucional”, a quien había perdido todas las batallas cruciales y con ello medio territorio nacional. Es Santa Anna, quien se jactaba de que “jamás traicioné mis convicciones por la simple y sencilla razón de que no las tuve"
Es la plebe, es la prole (niña Peña dixit) son los sectores populares del PRI de esto tiempos -ante la práctica desaparición de los sectores de los campesinos (CNC) y de los trabajadores (CTM)- son los burócratas, los taxistas, los comerciantes informales, son el magisterio y las clases urbanas en provincia. Es el denominado “voto duro del PRI de nuestra época, son los millones de pobres en calidad de miserables, los que venden su voto, por necesidad por inconsciencia, por tristeza y desesperación, y eligen  un “Santo Enano”,  al que aplauden, por el que se desgañitan a gritos y abrazan. Es Enrique Peña Nieto, el Seductor de la Patria.
En tiempos electorales en México. A un mes de acudir a las urnas para emitir nuestro voto, es urgente detenerse y observar, reflexionar en todo aquello que auxilie para entender, revolucionar y cambiar el curso de nuestra historia, el destino fatal al que nos ha condenado nuestro origen como nación y estado. Nunca más oportuna la sentencia de Carlos Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte  en su Capítulo I “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa… Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado…”
Si su “Alteza Serenísima” Antonio López de Santa Anna fue responsable directo de la pérdida de más de un millón trescientos mil km2 de nuestro territorio. Su “Bajeza Pendejísima” Antonio Enrique Peña Nieto Santo Enano, es responsable directo de la pérdida de 20 millones y medio de km2, producto de las reformas estructurales que legalizan la venta al capital extranjero de litorales, plataforma marina y mar patrimonial. Eso sin contar la entrega, de hidrocarburos, petróleo, gas, y de la concesión de la mitad del territorio  para la explotación a mineras extranjeras.
Es por esto que me propongo demostrar que, la encrucijada a la que hemos llegado al reelegir al PRI para gobernar a México durante el periodo 2012-2018, se origina en el carácter fundacional de Santa Anna, origen de todos los vicios en que se sostiene el sistema político mexicano, en compañía de los léperos, la “borregada”, el voto duro, la gente que se dejó seducir por  Enrique Peña Nieto
Hay que recordar que Santa Anna inicio su vida militar en el ejército realista de la Nueva España, pero que su astucia lo hizo cambiar, una y otra vez de bando e intereses políticos. Cooperó para la independencia, ayudó a Victoria y Guerrero, combatió a los españoles del invasor Barradas, defendió a Guerrero, a la federación, se incorporó a los conservadores y en un momento determinante en su vida y la de México, decidió  “seguir en el poder hasta la hora de la muerte…”  Nuevamente como ocurre con el PRI.
Aliado de Agustín de Iturbide, defensor de la República, la clave de Santa Anna (PRI) fue estar rodeado siempre de populacho, el que que grita vivas al libertador antes, al candidato político, hoy. Educado bajo la monarquía, Santa Anna era un psicólogo profundo, lo cual le permitía comprender por intuición los deseos de la masa.
En la coyuntura electoral de este año 2015, la raíz  santanesca, que se anida en el ADN de todo buen priista, se observa con claridad en la publicidad que se transmite por la televisión y radio: son los mensaje planeados para atender los deseos de las masas, de la gente más escasa en talentos de la sociedad, de la parte más miserable, económica y moralmente. Es la psicología ni tan profunda, aplicada groseramente para convencer a los “léperos”, que sonríen al decir que “el teléfono cuesta menos y que va a haber más empleo, que les van a prestar más dinero…” De Santa Anna se decía que “su popularidad nace y se desarrolla entre falsedades y exageraciones, frases rebuscadas y fanfarronería que halagan la sensibilidad del pueblo…” describe Rafael F. Muñoz, quien también cita que en su sexta asunción a la primera magistratura de la nación, Santa Anna empezaba su pieza oratoria con  “se inicia para el país una era gloriosa y brillante, porque el despotismo ha caído para siempre…”
Otra similitud entre el PRI y Santa Anna, es que Don Antonio sabía muy bien organizar ejércitos, armarlos, ordenarlos, vestirlos… pero a la hora de entrar a la batalla todo se volvía confusión, algo pasaba y no sabía mandar. Es la historia del PRI, que puede presumir como credenciales honorables la fundación del IMSS, Banco de México, la SEP y las campañas de alfabetización, la misma expropiación petrolera, la política internacional de Isidro Favela, el “milagro mexicano”, los Juegos Olímpicos de 1968, sin embargo, las victorias tácticas nunca se tradujeron en conquistas estratégicas. Al igual que las derrotas de Santa Anna en Texas, en Veracruz, en Puebla o en Oaxaca, las conquistas de la Revolución Mexicana han fracasado e incluso se han convertido en lastres pesados y complejos, como la educación nacional en manos de un gremio sindicalizado que asfixia y lastra a la niñez y juventud. Además de estar en los últimos lugares comparados con el resto de los países de la OCDE; la seguridad social es un servicio inaceptable; nuestra economía se encuentran supeditadas al sistema financiero norteamericano; se ha capitulado vergonzosamente en materia de explotación y refinación de nuestros propios recursos energéticos; se han abandonado las salvaguardas de la propiedad social y el papel tutelar en las relaciones entre el capital y el trabajo, al aceptar las modificaciones a los artículos 27 y 123 constitucionales, impuestos por nuestro enemigos ancestrales, los EUA.
Para muchos, Santa Anna ha pasado a la historia como el “Villano del Álamo”.  Los texanos, no olvidan aún lo que catalogaron como masacre, cuando Santa Anna fusiló y luego incineró a todos los presos capturados en el Fuerte de El Álamo. Cuentan los testimonios armó una pira y redujo a cenizas los cuerpos de los reos. A la fecha los texanos, no perdonan ni olvidan.
En cambio, apenas y nuestra historia nacional recuerda la invasión y derrota estrepitosa de nuestros ejércitos en 1848, a manos de los invasores norteamericanos. Menos espacio recibe el momento tristísimo, cuando las divisiones Twiggs y Worth, cayeron en una trampa geográfica, quedando a expensas de los ejércitos de Gabriel Valencia y de Santa Anna. Ese instante en que una orden tan simple como patriótica hubiera bastado para aniquilar a las divisiones norteamericanas –siempre tan fatales en materia de estrategia militar- encerradas entre las dos pinzas armadas y en el fondo de una barranca en la zona de Tacubaya. Se olvida que Santa Anna eligió la ignominia en vez de la Gloria compartida, con quien había sido alguna vez un enemigo en el campo de batalla. Dejo escapar la ocasión de obtener por fin una victoria definitiva. Por ese gesto de traición y cobardía, Santa Anna fue motejado como “El Villano de Padierna”
La historia del PRI está salpicada de momentos de villanía y traición: Tlatelolco 1968, los halcones 1971, la “guerra sucia en Guerrero” en las décadas de los 60’ y 70’,  las decenas de miles de muertes asociadas a la “guerra contra el crimen”, pero cobran relevancia, en este momento electoral, los hechos consumados y todavía impunes en San Salvador Atenco, las matanzas en Tlatlaya estado de México, en Apatzingán Michoacán y la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa Guerrero,  que le confieren diversos epítetos a Peña Nieto, como el “Chacal de Atenco”, eso sin contar los que el mismo se ha impuesto como “No soy la señora de la casa” y ni que decir de los múltiples “hashtags” que la era de la cibernética le ha conferido al Peña, por no saber leer, por decir “infrachctur”, en un espangles tipo pocho recién desempacado de los “iunaites”; por llamarle a Boca del Rio capital de Veracruz o los recientes descubrimientos de los estados de Lagos de Moreno y de León, por la incontinencia verbal imbécil de este Santo Enano.
Comparado Santa Anna con Peña Nieto, las figuras son tan distantes como el siglo que los separa. El Benemérito era un lector voraz, un demagogo fascinante, un actor natural, un jugador y aventurero, un ingenioso y talentoso observador del carácter nacional.
Peña Nieto es un seductor artificioso y artificial, moderno, enclenque, sin talante ni méritos que no sea la obediencia y disciplina a los poderes que gobiernan actualmente en México, a las mafias que al igual que Don Antonio, conocen perfectamente la psicología de la leperada contemporánea y le sirven “tablets”, la amenazan con quitarles despensas, becas, oportunidades, laminas, con pagarles con dinero por su adhesión incondicional, comprar su voto...
Santa Anna ordenaba su gobierno con el único remedio posible: la Tiranía: favorecía la delación, cambiaba los poderes se dedicó a instalar a 23 dictadores pequeñitos (era el número de entidades federativas entonces)  que nombran a su vez a otros más pequeños dictadores. Impuso la ley mordaza, mandó callar a los escritores y formó sus gabinetes con puros conservadores y clericales, centralizó el poder…
En la vertiente a la que hemos llegado como ciudadanía y como nación independiente; en el callejón que nos recuerda las vidas comparadas de Santa Anna con la del PRI de Enrique Peña Nieto, es que ambos estertores políticos fueron venerados con máxima idolatría, en la agonía de la derrota, por el mismo pueblo que los elige y venera.
Santa Anna alcanzó su apogeo tras varios destierros, después de pasar en la cárcel, ser encadenado con grilletes y bolas de hierro en manos y pies; luego de perder las batallas de Goliath que significó la separación y pérdida de Texas, tras ser derrotado en todos los frentes por los norteamericanos y tener que ceder Nuevo México, Arizona y la Alta California en los Tratados de Guadalupe-Hidalgo. A pesar de todas las derrotas y luego de dos años de estar exiliado en Cartagena Colombia, hasta allá acudió la “leperada” a instancias del “pueblo”  para llamar a Su Excelencia: “No quiero que la historia diga que cuando fui llamado a ser la felicidad de mi pueblo, fui indiferente a su destino…”
Es el momento de mayor poder y también de mayor actividad política del de Manga de Clavo: crea el Ministerio de fomento de caminos, construye la carretera México-Cuernavaca, inicia la construcción del telégrafo entre Veracruz y la capital, amnistía a militares, decreta la suspensión de licencias para abogados, porque hay muchos y escasean gente preparada para el campo. Establece un tribunal mercantil, restaura los de minería, reúne legisladores que redactaran nuevos códigos, otro que formulara planes de instrucción pública, concede permiso para el primer ferrocarril, construye un mercado y un teatro, hace un concurso para ver quien empedra mejor sus calles, crea bibliotecas, mas caminos, convoca a un concurso para letra el Himno Nacional, reorganiza el Colegio Militar:  trabaja catorce, dieciséis horas: “el Poder le restituye el impulso desordenado de la juventud”
Es el momento álgido del liberal extremo, más que los tecnócratas de nuestro tiempo: todo se vende, grados militares, bienes de la iglesia y aunque el esplendor de Santa Anna todavía no supera al de Agustín de Iturbide, se dispone a hacerlo, entrega cruces y medallas, collares y pendones, se discute los problemas de etiqueta, el color de los manteles de las mesas, los guadalupanos se dedican a resolver estos menesteres…
Y cuando los norteamericanos encuentran necesaria la compra de más territorio adicional, para poder tender con facilidad una línea de ferrocarril, Santa Anna acepta vender La Mesilla (76 mil km2), por la que pide 50 millones –que finalmente se convirtieron en menos de 20 millones- cuando que por los territorios cedidos en los tratados Guadalupe Hidalgo (un millón trescientos mil km2), los gringos solo pagaron 15 millones de pesos.
Y aunque hubo protestas, nadie apostó por la guerra de nueva cuenta contra los EUA. Entonces Santa Anna llegaba a la cúspide de la “ebriedad de poder”. El despotismo absoluto, tal y como sucede ahora en nuestro tiempo. Cuando un gobernante vende territorio al extranjero (o modifican las leyes que nos garantizaban soberanía e independencia) y no lo asesinan al salir a la calle: ya puede hacer lo que se le antoje…
¿Es nuestro destino? ¿Debemos afrontar ser finalmente anexionados, absorbidos por los EUA que tanto fascina ya a tantos?
Es bueno saber que la capacidad destructiva de Santa Anna pudo ser detenida merced a la presencia de Don Benito Juárez, quien, en los momentos de la invasión francesa en 1862, rechazó el ofrecimiento de este farsante “diciéndole que si hubiera sido imperialista la aceptaría, pero que aliado al clero y a los conservadores, no le inspira confianza jamás”
A lo que respondió en sus memorias el Dictador “Nunca me perdonó haberme servido la mesa con su pie en el suelo, camisa y calzón de manta…”
Es nuestro Andrés Manuel López Obrador, de aquí y ahora, quien aun mantiene la esperanza y la confianza de mostrar que la historia, no siempre se repite como farsa, ni como comedia… MORENA VA

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