Monday, May 18, 2015

EL SUEÑO ES EL PADRE

Se han consumido 35 días de 50 laborables, que van del 12 de marzo al 18 de mayo. Son días perdidos en la fiesta del pueblo de Tejupilco, en la Semana Santa -que en realidad son dos semanas-; los “puentes” del Día del Niño, el que recuerda a la Madre y los dobles o triples festejos al “querido” Maestro. Quedan apenas 16 días efectivos, de labores escolares y comerciales, sin contar el tiempo que se pierde con el inicio de las campañas electorales, las horas desperdiciadas en mítines, concentraciones, convocatorias. La pobreza y el estancamiento económico local tienen causa y dueño: es el mal gobierno.
Es tempo perdido y dinero que se despilfarra en una fiesta de mal gusto, que envilece a la población y se comparte con el crimen organizado. La semana Santa es la rememoración de que la “religión es el opio del pueblo”, que este año escaló proporciones sadomasoquistas,  propias de comunidades que hacen de la “procesión del silencio” un rito de dolor y muerte.
La fiesta que celebra a los niños si es fiesta, pero celebrar a la Madre y al Maestro son lo que Shakespeare llamaba “Love’s Labour´s Lost” (trabajos de amor perdidos) Son amantísimos reconocimientos a lo que Jacques Lacan reconocía como “dar lo que no se tiene a quien no es”
El tema es puerta para gastar ríos de tinta a favor, todos los beneficiados del culto a falsos profetas, y en contra, los partidarios de la realidad racional, por árida que esta sea. Más la introducción va por otro camino y es que opinar en contra de lo que las mayorías acostumbran, genera estridencias y coletazos de los defensores del statu quo, del establishment, del conservadurismo ultra.
Una alerta es lo que publica el semanario de la Arquidiócesis Primada de México  “por cuestionar a la clase política, se corre el riesgo de ser amenazado, perseguido, golpeado y hasta desaparecido por grupos de choque leales a esas familias y parejas, un corporativismo sostenido con dinero público, porros azuzados por la voluntad de sus amos prestos para acabar a los enemigos”.
No hay que olvidar que en México el festejo del Día de la Madre, la inició Rafael Alducin,  en 1922, director del periódico Excélsior, con el propósito demográfico de repoblar el país, diezmado por la lucha Revolucionaria. Así hay que entender que el Nativo mayor, defensor de la corrupción en la región, califique mis Cartas con un estilo que, dice, “denigra”, sin saber que su adjetivo retrata su inconsciente, fascinado con la prístina (de PRI y blancura) coloración de piel, que su xenofobia y racismo muy consciente defienden a ultranza, al servicio del poder. Porque la etimología de la voz denigrar, significa poner en negro, manchar, lo blanco.
Creo que sería oportuno revisar la biografía de uno de los más prestigiados luchadores en contra del racismo y la segregación a la gente a la que le llamaban, de “color”. Es la historia de Mohamed Ali.
Había caído Sonny Liston (“he is great but he fall in eigth”)  jugaba con la poesía Cassius Marcelius Clay (1942) que además de poeta fue dramaturgo, filósofo, líder social y el más grande boxeador de todos los tiempos y en esa noche, al vencer al “oso feo” se convertía en Campeón de los Pesos Pesados, el  25 de febrero de 1964, apenas hace medio siglo.
Pasaría un poco más de un año, cuando se dio la revancha entre el mismo ex Campeón Sonny Liston y el flamante Mohamed Ali, quien ya había abrazado la religión musulmana, abandonado el nombre de esclavo que le pusiera su padre, (cuyo bisabuelo dejo de ser un esclavo al tomar parte en la invasión a México en 1848), frecuentaba las pláticas de Elijah Muhammad, pero atendía principalmente las enseñanzas de Malcom X, el activista norteamericano en pro de los derechos de los afroamericanos, sacrificado por la intolerancia brutal de la sociedad yanqui.
Junto a Malcom X y Martin Luther King, Mohamed Ali se erigió como icono de los derechos de hombres y mujeres afroamericanos, y como ellos, enfrentó a lo más radical de los prejuicios norteamericanos. A diferencia de Malcom X, asesinado de dieciséis descargas de escopeta en un mitin público, rodeado de seguidores; o de Martin Luther King, asesinado por un francotirador a sueldo: Muhamed Ali pagó con su vida profesional. La estrategia del gobierno, para eliminarlo de la vida pública y  contrarrestar el entusiasmo que significaban sus encuentros de box y los conceptos que expresaba antes, durante y después de ellos, consistió en convocarlo -como lo hicieron con Elvis Presley, el rock y sus contorsiones pélvicas-  para la Guerra en Vietnam: Mohamed Alí, dio un paso al frente y se negó a alistarse en el ejército, argumentando que no tenia porque viajar 16 mil kilómetros para ir a matar a gente inocente que  jamás le habían llamado “nigger”
El reto fue inaceptable para el gobierno y el modo norteamericano de vida. Alí fue despojado de su cinturón de Campeón del Mundo, cancelada su licencia de boxeador, arruinado  y perseguido civil y moralmente, purgó una condena de cinco años en prisión.
Cuando Mohamed Ali ganó la medalla olímpica en Roma (1960), se mostraba orgulloso de los Estados Unidos: “Hacer a mi país grande, a eso me consagré, Por eso al ruso y al polaco derroté. Y para los Estados Unidos la medalla dorada gané” (fragmento de “Como conquisté Roma”)… Ante la pregunta de un reportero de si había sido víctima de los problemas raciales, el joven Cassius Clay, aceptó los problemas en cuestión, pero también dejó en claro: “Entiéndalo: Es todavía el mejor país del mundo” Esa opinión la rindió a pesar de provenir de una sociedad segregada, donde le inculcaron que la gente de piel blanca era “superior”
Un incidente fue determinante en la irrupción de Mohamed Ali y el repudio al cristianismo, sucedió el día en que era “presumido por el alcalde (presidente municipal) de Louisville, Kentucky, el lugar en el que nació el 17 de enero de 1942, como hijo célebre de una ranchería que apenas comenzaba a cobrar fama, por la carismática figura del campeón”. Clay sintió que estaba haciendo algo por la igualdad de la raza negra en un estado especialmente violento contra la gente de color.
Sin embargo, “tras la ceremonia fue con un amigo a una tienda de hamburguesas. Llevaba la medalla colgada al cuello… sus ilusiones se derrumbaron cuando se negaron a despacharle la orden por ser negro. “No Niggers”, escuchó como un recto en la mandíbula”. Clay salió del lugar enfurecido y tiró la presea Olímpica al río. No era “blanco”, sencillo. Pasarían muchos años hasta que, en las Olimpiadas de Atlanta 96, el Comité Olímpico Internacional le devolvería simbólicamente a Mohamed Ali, aquel trofeo perdido por el amor propio, el verdadero y primer amor.
Entonces nace Mohamed Ali: “ya no soy más Cassius Clay, aquel “negro de Kentucky”. Pertenezco al mundo de la raza negra. Siempre tendré un hogar en Pakistán, en Argelia, en Etiopía. Eso tiene más valor que el dinero”
Esta historia podría ser más cercana si yo cuento pasajes de mi experiencia personal. Viví y crecí en mi infancia pendiente de los efectos de la Guerra Mundial, la brutalidad de la Guerra de Vietnam, cautivado por el “american way of life”, expectante por las noticias del asesinato del Presidente norteamericano John F. Kennedy.
Mis Padres me platicaban las historias recientes y frescas de las campañas contra Hitler, del “comunismo”, las bombas atómicas, la carrera espacial, el surgimiento de los electrodomésticos que hacían cada día más confortable la vida en familia y, mezclada entre todas las noticias, existía un tema difícil de explicar a los niños que nos ilusionábamos con conocer los EUA, pasear en Disneylandia, enamorarse de una gringuita. Era el que trataba del racismo en la sociedad norteamericana, la segregación de los “negros” en la meca idealizada en todo el mundo, la prohibición para que jugaran beisbol o basquetbol, usar el transporte público, asistir a escuelas o iglesias, restaurantes o tiendas para “blancos”.
Mi Padre me emocionaba con sus relatos sobre el beisbol y el box. En México, me decía, durante y después de la Guerra Mundial, jugaron los mejores peloteros de la época. Los negros porque les impedían jugar en los equipos de las Ligas Mayores y los cubanos que venían a la Liga Mexicana, de mayor clase y nivel deportivo que la de la isla. Aquellos equipos de Azules de Veracruz y Rojos de México contrataron a Joshua Gibson, Alonso Perry, Al Pinkston o Teholic Smith, que nunca jugaron en LM por el color de su piel, aunque fueron mucho mejores que los torpederos “blancos” de los Yanquis, Dodgers o Medias Rojas A estos astros desconocidos en EUA, se sumaban los cubanos Ramón Bragaña, Martin Dhigo, Lázaro Salazar y la excelencia que le toco ver personalmente a mi Papá, llenó de orgullo aquella generación de mexicanos, hijos de la Revolución, que construían un país.
Igualmente, el Box era un tema que se debatía en las reuniones familiares y los tíos expertos platicaban de Floyd Patterson, Joe Luis, Joe Walcott, grandes exponentes del boxeo, que se sumaban a los de Jack Dempsey, Gene Tunney, Rocky Marciano. Los primeros eran boxeadores afroamericanos, que les llamaban “Bad Niggers”, mientras que los de piel blanca eran conocidos como “Uncle Tom”. Unos eran considerados por su conducta violenta y pasado turbulento, mientras que el segundo grupo era respetuoso del establishment de sus patrones de raza blanca.
Todo cambió con la aparición de Cassius Clay y después Mohamed Ali. Era el estilo, con más de 100 kilos de peso que se movía en el ring como si fuera un peso welter. Con su manera de boxear, Mohamed Alí revolucionó al boxeo. Peleaba con los brazos sueltos colgando a los costados, sin guardia, los movimientos de sus piernas eran tan rápidos como sus puños. Su juego de piernas, perfectamente sincronizado, como si estuviera bailando, le daba a su boxeo elegancia y distinción: "float like a butterfly, sting like a bee" (flota como una mariposa, pica como una abeja).
La historia de Mohamed Ali se convirtió en un ejemplo y una bandera para los niños de mi generación. Veíamos a un peleador que se enfrentaba a todo un sistema político, militar, religioso, económico, con el argumento simple de la razón: todos somos iguales.
Un boxeador que hablaba y retaba y que nunca se disculpó como lo exigía el gobierno yanqui. Que no bajó la cabeza frente a los que llaman allende el Bravo “WASP’s” (White, Anglo, Sajón Protestant) que significa avispas y pertenecen a los blancos, anglo sajones de religión protestante, partidarios del KKK  y de las milicias “casa inmigrantes” neonazis en la actualidad
Por el contrario, Mohamed Ali mostraba que su velocidad superaba la lentitud, y en algunos casos torpeza, de muchos mastodontes a los que enfrentó en su fructífera carrera. Una especie de Leo Messi driblando al defensa Boateg en el futbol contemporáneo.
Pero Mohamed Ali fue mucho más que Messi o que otros atletas representantes del deporte mundial. Si Pele se integró al Cosmos de NY, tras su retiro profesional, Mohamed Ali reconquisto el Campeonato Mundial de los Pesos Pesados, peleando contra George Foreman, siete años después de ser despojado de todos sus títulos, llevando el combate al mero centro del África negra, a la capital del Congo, antes Belga, entonces Zaire y hoy República Democrática del Congo.
La pelea en Kinsasa, al aire libre, en el mes de septiembre de 1974, bajo una enorme luna, en un estadio repleto de africanos fascinados por la presencia del máximo exponente de su raza y sus costumbres, además arrojó la primera gran bolsa pagada por una pelea de box. Cinco millones de dólares se repartieron entre ambos deportistas, cosa nunca antes vista con anterioridad.
Cuatro décadas han transcurrido antes que Barak Obama, descendiente de afroamericanos fuera electo Presidente de los EUA y gran parte de ese logro se debió a Muhammad Ali.

Un periodista que una vez entrevistó a Ali le preguntó “¿tu sueño ha sido el padre de esta pelea o la pelea ha sido el sueño?” a lo que  rápidamente contestó: “El sueño es el Padre”

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