Se
han consumido 35 días de 50 laborables, que van del 12 de marzo al 18 de mayo. Son
días perdidos en la fiesta del pueblo de Tejupilco, en la Semana Santa -que en
realidad son dos semanas-; los “puentes” del Día del Niño, el que recuerda a la
Madre y los dobles o triples festejos al “querido” Maestro. Quedan apenas 16
días efectivos, de labores escolares y comerciales, sin contar el tiempo que se
pierde con el inicio de las campañas electorales, las horas desperdiciadas en
mítines, concentraciones, convocatorias. La pobreza y el estancamiento
económico local tienen causa y dueño: es el mal gobierno.
Es
tempo perdido y dinero que se despilfarra en una fiesta de mal gusto, que
envilece a la población y se comparte con el crimen organizado. La semana Santa
es la rememoración de que la “religión es el opio del pueblo”, que este año
escaló proporciones sadomasoquistas, propias de comunidades que hacen de la
“procesión del silencio” un rito de dolor y muerte.
La
fiesta que celebra a los niños si es fiesta, pero celebrar a la Madre y al
Maestro son lo que Shakespeare llamaba “Love’s Labour´s Lost” (trabajos de amor
perdidos) Son amantísimos reconocimientos a lo que Jacques Lacan reconocía como
“dar lo que no se tiene a quien no es”
El
tema es puerta para gastar ríos de tinta a favor, todos los beneficiados del
culto a falsos profetas, y en contra, los partidarios de la realidad racional,
por árida que esta sea. Más la introducción va por otro camino y es que opinar
en contra de lo que las mayorías acostumbran, genera estridencias y coletazos
de los defensores del statu quo, del establishment, del conservadurismo ultra.
Una
alerta es lo que publica el semanario de la Arquidiócesis Primada de
México “por cuestionar a la clase política,
se corre el riesgo de ser amenazado, perseguido, golpeado y hasta desaparecido
por grupos de choque leales a esas familias y parejas, un corporativismo sostenido
con dinero público, porros azuzados por la voluntad de sus amos prestos para
acabar a los enemigos”.
No
hay que olvidar que en México el festejo del Día de la Madre, la inició Rafael
Alducin, en 1922, director del periódico
Excélsior, con el propósito demográfico de repoblar el país, diezmado por la
lucha Revolucionaria. Así hay que entender que el Nativo mayor, defensor de la
corrupción en la región, califique mis Cartas con un estilo que, dice,
“denigra”, sin saber que su adjetivo retrata su inconsciente, fascinado con la prístina
(de PRI y blancura) coloración de piel, que su xenofobia y racismo muy
consciente defienden a ultranza, al servicio del poder. Porque la etimología de
la voz denigrar, significa poner en negro, manchar, lo blanco.
Creo
que sería oportuno revisar la biografía de uno de los más prestigiados
luchadores en contra del racismo y la segregación a la gente a la que le
llamaban, de “color”. Es la historia de Mohamed Ali.
Había
caído Sonny Liston (“he is great but he fall in eigth”) jugaba con la poesía Cassius Marcelius Clay
(1942) que además de poeta fue dramaturgo, filósofo, líder social y el más
grande boxeador de todos los tiempos y en esa noche, al vencer al “oso feo” se
convertía en Campeón de los Pesos Pesados, el
25 de febrero de 1964, apenas hace medio siglo.
Pasaría
un poco más de un año, cuando se dio la revancha entre el mismo ex Campeón
Sonny Liston y el flamante Mohamed Ali, quien ya había abrazado la religión
musulmana, abandonado el nombre de esclavo que le pusiera su padre, (cuyo
bisabuelo dejo de ser un esclavo al tomar parte en la invasión a México en
1848), frecuentaba las pláticas de Elijah Muhammad, pero atendía principalmente
las enseñanzas de Malcom X, el activista norteamericano en pro de los derechos
de los afroamericanos, sacrificado por la intolerancia brutal de la sociedad
yanqui.
Junto
a Malcom X y Martin Luther King, Mohamed Ali se erigió como icono de los
derechos de hombres y mujeres afroamericanos, y como ellos, enfrentó a lo más
radical de los prejuicios norteamericanos. A diferencia de Malcom X, asesinado
de dieciséis descargas de escopeta en un mitin público, rodeado de seguidores; o
de Martin Luther King, asesinado por un francotirador a sueldo: Muhamed Ali
pagó con su vida profesional. La estrategia del gobierno, para eliminarlo de la
vida pública y contrarrestar el entusiasmo
que significaban sus encuentros de box y los conceptos que expresaba antes,
durante y después de ellos, consistió en convocarlo -como lo hicieron con Elvis
Presley, el rock y sus contorsiones pélvicas- para la Guerra en Vietnam: Mohamed Alí, dio un
paso al frente y se negó a alistarse en el ejército, argumentando que no tenia
porque viajar 16 mil kilómetros para ir a matar a gente inocente que jamás le habían llamado “nigger”
El
reto fue inaceptable para el gobierno y el modo norteamericano de vida. Alí fue
despojado de su cinturón de Campeón del Mundo, cancelada su licencia de
boxeador, arruinado y perseguido civil y
moralmente, purgó una condena de cinco años en prisión.
Cuando Mohamed Ali ganó la
medalla olímpica en Roma (1960), se mostraba orgulloso de los Estados Unidos: “Hacer
a mi país grande, a eso me consagré, Por eso al ruso y al polaco derroté. Y
para los Estados Unidos la medalla dorada gané” (fragmento de “Como conquisté
Roma”)… Ante la pregunta de un reportero de si había sido víctima de los
problemas raciales, el joven Cassius Clay, aceptó los problemas en cuestión,
pero también dejó en claro: “Entiéndalo: Es todavía el mejor país del mundo” Esa
opinión la rindió a pesar de provenir de una sociedad segregada, donde le
inculcaron que la gente de piel blanca era “superior”
Un
incidente fue determinante en la irrupción de Mohamed Ali y el repudio al
cristianismo, sucedió el día en que era “presumido por el alcalde (presidente
municipal) de Louisville, Kentucky, el lugar en el que nació el 17 de enero de
1942, como hijo célebre de una ranchería que apenas comenzaba a cobrar fama,
por la carismática figura del campeón”. Clay sintió que estaba haciendo algo por
la igualdad de la raza negra en un estado especialmente violento contra la
gente de color.
Sin
embargo, “tras la ceremonia fue con un amigo a una tienda de hamburguesas.
Llevaba la medalla colgada al cuello… sus ilusiones se derrumbaron cuando se
negaron a despacharle la orden por ser negro. “No Niggers”, escuchó como un
recto en la mandíbula”. Clay salió del lugar enfurecido y tiró la presea
Olímpica al río. No era “blanco”, sencillo. Pasarían muchos años hasta que, en
las Olimpiadas de Atlanta 96, el Comité Olímpico Internacional le devolvería simbólicamente
a Mohamed Ali, aquel trofeo perdido por el amor propio, el verdadero y primer
amor.
Entonces
nace Mohamed Ali: “ya no soy más Cassius Clay, aquel
“negro de Kentucky”. Pertenezco al mundo de la raza negra. Siempre tendré un
hogar en Pakistán, en Argelia, en Etiopía. Eso tiene más valor que el dinero”
Esta
historia podría ser más cercana si yo cuento pasajes de mi experiencia
personal. Viví y crecí en mi infancia pendiente de los efectos de la Guerra
Mundial, la brutalidad de la Guerra de Vietnam, cautivado por el “american way
of life”, expectante por las noticias del asesinato del Presidente
norteamericano John F. Kennedy.
Mis
Padres me platicaban las historias recientes y frescas de las campañas contra
Hitler, del “comunismo”, las bombas atómicas, la carrera espacial, el
surgimiento de los electrodomésticos que hacían cada día más confortable la
vida en familia y, mezclada entre todas las noticias, existía un tema difícil
de explicar a los niños que nos ilusionábamos con conocer los EUA, pasear en
Disneylandia, enamorarse de una gringuita. Era el que trataba del racismo en la
sociedad norteamericana, la segregación de los “negros” en la meca idealizada
en todo el mundo, la prohibición para que jugaran beisbol o basquetbol, usar el
transporte público, asistir a escuelas o iglesias, restaurantes o tiendas para
“blancos”.
Mi
Padre me emocionaba con sus relatos sobre el beisbol y el box. En México, me
decía, durante y después de la Guerra Mundial, jugaron los mejores peloteros de
la época. Los negros porque les impedían jugar en los equipos de las Ligas
Mayores y los cubanos que venían a la Liga Mexicana, de mayor clase y nivel
deportivo que la de la isla. Aquellos equipos de Azules de Veracruz y Rojos de
México contrataron a Joshua Gibson, Alonso Perry, Al Pinkston o Teholic Smith,
que nunca jugaron en LM por el color de su piel, aunque fueron mucho mejores
que los torpederos “blancos” de los Yanquis, Dodgers o Medias Rojas A estos
astros desconocidos en EUA, se sumaban los cubanos Ramón Bragaña, Martin Dhigo,
Lázaro Salazar y la excelencia que le toco ver personalmente a mi Papá, llenó de
orgullo aquella generación de mexicanos, hijos de la Revolución, que construían
un país.
Igualmente,
el Box era un tema que se debatía en las reuniones familiares y los tíos
expertos platicaban de Floyd Patterson, Joe Luis, Joe Walcott, grandes exponentes
del boxeo, que se sumaban a los de Jack Dempsey, Gene Tunney, Rocky Marciano. Los
primeros eran boxeadores afroamericanos, que les llamaban “Bad Niggers”,
mientras que los de piel blanca eran conocidos como “Uncle
Tom”. Unos eran considerados por su conducta violenta y pasado turbulento,
mientras que el segundo grupo era respetuoso del establishment de sus patrones
de raza blanca.
Todo cambió con la aparición de
Cassius Clay y después Mohamed Ali. Era el estilo, con más de 100 kilos de peso
que se movía en el ring como si fuera un peso welter. Con su manera de boxear, Mohamed
Alí revolucionó al boxeo. Peleaba con los brazos sueltos colgando a los
costados, sin guardia, los movimientos de sus piernas eran tan rápidos como sus
puños. Su juego de piernas, perfectamente sincronizado, como si estuviera
bailando, le daba a su boxeo elegancia y distinción: "float like a
butterfly, sting like a bee" (flota como una mariposa, pica como una
abeja).
La historia de Mohamed Ali se
convirtió en un ejemplo y una bandera para los niños de mi generación. Veíamos
a un peleador que se enfrentaba a todo un sistema político, militar, religioso,
económico, con el argumento simple de la razón: todos somos iguales.
Un boxeador que hablaba y retaba
y que nunca se disculpó como lo exigía el gobierno yanqui. Que no bajó la
cabeza frente a los que llaman allende el Bravo “WASP’s” (White, Anglo, Sajón
Protestant) que significa avispas y pertenecen a los blancos, anglo sajones de
religión protestante, partidarios del KKK
y de las milicias “casa inmigrantes” neonazis en la actualidad
Por
el contrario, Mohamed Ali mostraba que su velocidad superaba
la lentitud, y en algunos casos torpeza, de muchos mastodontes a los que
enfrentó en su fructífera carrera. Una especie de Leo Messi driblando al
defensa Boateg en el futbol contemporáneo.
Pero Mohamed Ali fue mucho más
que Messi o que otros atletas representantes del deporte mundial. Si Pele se
integró al Cosmos de NY, tras su retiro profesional, Mohamed Ali reconquisto el
Campeonato Mundial de los Pesos Pesados, peleando contra George Foreman, siete
años después de ser despojado de todos sus títulos, llevando el combate al mero
centro del África negra, a la capital del Congo, antes Belga, entonces Zaire y
hoy República Democrática del Congo.
La pelea en Kinsasa, al aire
libre, en el mes de septiembre de 1974, bajo una enorme luna, en un estadio
repleto de africanos fascinados por la presencia del máximo exponente de su
raza y sus costumbres, además arrojó la primera gran bolsa pagada por una pelea
de box. Cinco millones de dólares se repartieron entre ambos deportistas, cosa
nunca antes vista con anterioridad.
Cuatro
décadas han transcurrido antes que Barak Obama, descendiente de afroamericanos
fuera electo Presidente de los EUA y gran parte de ese logro se debió a
Muhammad Ali.
Un
periodista que una vez entrevistó a Ali le preguntó “¿tu sueño ha sido el padre
de esta pelea o la pelea ha sido el sueño?” a lo que rápidamente contestó: “El sueño es el Padre”
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