Wednesday, October 27, 2010

CUENTOS Y FANTASIAS INFANTILES

A diferencia de mi época infantil, hoy los niños pertenecen a una generación que no lee y por lo tanto no escribe, ¡no sabe escribir! Tampoco ordena entonces sus ideas, ni tiene claridad en el pensamiento, no aplica la lógica ni los métodos de deducción e inferencia. Desprovistos de habilidades en el manejo del mundo de los símbolos, que es la palabra, para la niñez mexicana se encuentra vetado el acceso al plano de la imaginación, los sueños y fantasías. La infancia mexicana está atrapada entre dogmas de fe y la omnipresencia de la televisión.
Mi vida estuvo marcada por el acceso a la lectura a muy temprana edad. El medio para entrar al reino de las letras y las palabras fueron los “cuentos” o “comics” que entonces eran completamente diferentes a las historias que actualmente se publican en páginas de papel brillante, con dibujos estilizados resaltando siempre la perfección extrema del físico humano, o en la otra variante de los dibujos de origen japonés que genéricamente se agrupan bajo el nombre de Manga.
En mi fuente de nutrición estuvieron las historias de Walt Disney, Porky y sus amigos, Titanes Planetarios, Historias Fantásticas, el Pájaro Loco, Periquita, Estrellas del Deporte, la Pequeña Lulú y Tobi, Silvestre y Piolin. Fue costumbre de mis padres acudir semanalmente, de domingo en domingo al céntrico mercado Abelardo L. Rodríguez, en las calles de Carmen del DF, para comprar paquetes completos de cuentos usados a bajo precio. Leer cuentos se convirtió en toda una adicción, al grado de que en familia llegamos a tener los números primigenios de algunos clásicos como los de Walt Disney, impresos por editorial SEA, en formatos de tamaño un poco menor a la carta, en papel mate, en colores firmes pero opacos, con dibujos bien trazados y diálogos inolvidables.
Aunque hubo muchos títulos, como Superman, Batman, Gasparin, el Spirit o Lorenzo y Pepita, mis favoritos por encima de todos fueron los del Pato Donald, el Tío Rico Mac Pato y sus sobrinos. De estas lecturas di el salto a los Supermachos y los Agachados, los dos del maese Rius. Mis padres eran ávidos lectores en aquella época de optimismo y entusiasmo, por ser mejor día con día. Ninguno de ellos eran profesionistas ni tampoco perfeccionistas o pruritos de biblioteca, por el contrario inculcaban en mi y en mis hermanos la conciencia del estudio, pero la primacía del hacer, del homo habilis, del ser útil y del trabajo como medio indispensable para alcanzar las metas y objetivos que empecé a imaginar desde entonces.
Mi Madre era lectora de periódicos, de notas de sociales, de cosas de la política y de la cultura. Nacida en el seno de una familia de fuerte raigambre porfirista, blanca y originaria del centro del país, con lejanas reminiscencias afrancesadas, mi Mamá no dejaba de mirar las notas de la realeza y de la alta sociedad. Por ella conocí a Alfredo Lamont y la clásica revista Life. Mi padre en cambio, era muy interesado en las noticas de la tecnología y el deporte, así como las historias de la guerra mundial. De los aviones a “chorro”, de la fusión del átomo, los viajes espaciales, el proyecto Manhattan y las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, hasta las historias completas y detalladas del beisbol en México, en Estados Unidos y en Cuba. Enemigo acérrimo de los Yanquis de New York “porque compran los campeonatos”, entendí la importancia que llego a tener el beisbol de México durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las batallas en el frente y el racismo contra los negros, así como la visión y vocación empresarial de Jorge Pasquel trajo a nuestro país a lo mejor de todo el mundo.
Mi Padre coleccionaba el Selecciones del Reader’s desde los años treinta y me enseñaba los anuncios que se insertaban al final de la revista, siempre convocando al sentido patriota y el espíritu aliado, contra las huestes de Hitler y el nazismo. En esas revistas pequeñas leí muchísimas reseñas de batallas y de hazañas que me iluminaron y entusiasmaron mi carácter. Representantes típicos de una clase media emergente, mis papas adquirieron un sinfín de libros a través de las ofertas a crédito: Ivanhoe, Los tres Mosqueteros, Julio Verne y tantas historias maravillosas, anticipo de inventos que llegarían después de su literatura; o Mark Twain, Emilio Salgary y muchas lecturas que absorbí, en las que me empape y me enseñe a nadar.
Hoy que existen tantos otros medios para aprender aparte de los libros, únicamente hay que saber elegir debidamente entre el internet, los video juegos, la televisión o el cine, como sucede con la película “El Laberinto del Fauno”, cinta dirigida por el mexicano y tocayo Guillermo del Toro, que narra la fantasía de una niñita y su inocencia, frente al rencor y odio del franquismo español, tan idolatrado por las clases que desgobiernan México. Otra película que no deben dejar de enseñar a los niños de México es “La Princesita”, dirigida por el paisano, Alfonso Quaron. Son dos magníficos ejemplos de que el séptimo arte, aún por televisión puede ser de enorme provecho, cuando se descubren historias como la de Ofelia o la de Sara, una muerta en cumplimiento de lo que su imaginación necesitaba para arribar finalmente al mundo mágico de la eternidad y gloria, por encima de la vileza y asesinato; y la otra, en cambio, es el triunfo de la fe y esperanza de que las cosas cambien y vuelvan a ser lo que un día fueron de un cierto modo.
El Laberinto del Fauno demuestra con creces que el combate militar en contra de la insurgencia popular, llamada así o contra el narco, como se empeñan en nominarle quienes dependen del ejército para su sostenimiento, fracasa, siempre. En La Princesita, se apuesta a que la recuperación de la vista y el recuerdo justo del Padre, son la medicina, única capaz de salvar a México, de la desgracia y muerte a que está sometido.
COLOFÓN: Recuerdo que la primera vez que lleve a mis hijas a conocer el Museo del Papalote, nos encontramos en la entrada con un laberinto (como el del Fauno), pero simplificado, con estacas enclavadas y tela enrollada para confundir a los niños que se aventuraban a encontrar la salida final. Entraron una a una: la primera, siempre la mayor de mis hijas, se adentró con cautela –se veían los movimientos de sus piernas, por debajo del nivel que la tela ocultaba- camino, se movía con dudas, pensaba, analizo y encontró la salida; la segunda en arriesgarse, la menor, entro y corrió y corrió y corrió, y todos veíamos como daba y daba vueltas… hasta encontrar la salida, entre feliz y espantada. Al final, la ahora próxima “psicoloca”, entro, se agacho, levanto la pinche tela y se salió de volada. Cada quien su vida
Recuerdo que uno de los mejores regalos que he recibido en mi vida fue la enciclopedia del Tesoro de los Niños, con la que personalmente comencé ahora en la vida de mis descendientes, la aventura de la lectura, el saber, la magia de la imaginación y el mundo de la fantasía. Decía en su primera página del tomo primero. “Hijo, como premio a tus estudios y para que no olvides que: Un libro abierto, es un cerebro que habla. Cerrado un amigo que espera. Olvidado un alma que perdona. Destruido un corazón que llora”

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